UN PLACER RESERVADO: FERIAS DE LIBROS ANTIGUOS Y DE OCASIÓN.

Una de las cosas más entretenidas del mundo es darse un garbeo por cualquiera de las Ferias del Libro Viejo y de Ocasión que, en estas fechas primaverales, crecen y se reproducen por nuestras ciudades y pueblos como setas otoñales. Da gusto salir al campo de los libros y entretenerse con ellos, aunque solo sea un rato. Es de esos placeres inmensos que pocas veces tenemos el gusto de hacer: hojear y ojear libros, revistas antiguas, carteles, folletos, con sus páginas toqueteadas por algún extinto propietario que se nos antoja, a estas alturas, alguien de otro mundo, de otra época, alguien en el fondo amigo, que por alguna extraña razón tuvo que desprenderse de un bien preciado, de sus libros.

Mientras escudriño el interior de uno de poemas de Rosalía de Castro, descubro agazapado el nombre de su antigua dueña: Dolores Martínez. El nombre es insípido, pero evoca a una persona real. Quizás se trata de alguna vieja lectora, ya fallecida, cuyos libros no inspiran a su nuevo dueño. Es decir, que no caben en los contenedores en los que vivimos, pisos pequeños con la cocina puesta, armarios empotrados y sin alma ni libros. Es cierto que acabamos saturando nuestras casas de cachivaches, y que cuantos más metros cuadrados de piso, más mierda acumulamos en rincones y armarios, pero un libro es algo más que un objeto. Es una ventana a nuestras almas.

Supongo que es lógico que cuando algunos llegan a la edad de heredar, del tío del cura, de la tía monja, de la solterona de toda la vida, del abuelo o de sus años mozos, mucha gente prefiera deshacerse de una fabulosa Enciclopedia Galáctica, que quedarse con ella. Lógico de toda lógica, y más viendo las vidas absurdas que arrastramos.

Pero puede que me equivoque, y que los libros que allí se venden sean residuos de amargados lectores ahora empobrecidos, hastiados de los muchos libros que guardan, y que piensan que cuando ya han leído algunas cosas, se puede uno desprender de ellas sin enjugar una lágrima a cambio. Gente que quiere sacar una rentabilidad económica a lo que acumuló en su casa cuando soñaba con una vida no conseguida. Pero lo dudo, porque los libros se venden al peso, salvo que sean valiosos por su rareza o antigüedad. Poca fortuna económica se saca de un libro, y mucha espiritual.

También observo que muchos de los libros que se enseñorean por los mostradores de las Ferias acaban de ver la luz, pues son, un año tras otro, repetidos títulos y repetidas obras. Son las viejas editoriales que fueron generosas en ejemplares, y tacañas en lectores, y entre estas muchas, hay colecciones que fueron un día carne de quiosco, y hoy parecen gritar desde su hueco de Feria, mírame, hojéame, o cómprame y llévame a casa, como los langostinos de la marca fetén. A veces, son malas ediciones, y otras son auténticas oportunidades de guardar y releer las mejores historias de la literatura.

Me gusta también observar a algunos de estos libreros, especialmente aquellos que son dueños del habitáculo que les han dejado y cuyas edades peinan canas o calvas, que de todo hay. Barbas pobladas, en plan años setenta, y rodeados de libros que parecen recién sacados de partidos políticos extintos tipo Partido Marxista de los Pueblos Republicanos y Anarquistas de España. Te venden a Bakunin, lo mismo que coquetean con San Juan de la Cruz, o la vieja Constitución del 31, con hojas amarillentas que se codean con las viejas cartillas Palao, que reposan junto a los geniales tomos de la Editorial Álvarez. Da igual, porque todo es viejo y vetusto, y afable para los que tenemos pesadillas con una feria del libro electrónico y viejo. Donde lo único que se puede hacer es cacharrear con un ratón.

Aquí en Valladolid, muy cerca de la Feria del Libro, vivieron varios vecinos míos ilustres escritores que nos dejaron hermosas páginas escritas con amor y aplomo. Imagino a Cervantes, con 400 años de entierro a cuestas, paseándose por la Feria, remirando su Quijote, editado en piel, acuarela y plumilla, todavía vivo y con cientos de estanterías dedicadas a su obra. Se volvería a sus dos acompañantes, antes de proferir Don Quijote una refrán tomado de Sancho sobre el buen gusto de las gentes de Pucela. Atrás quedaron los Amadís de Gaula, que ya no venden. Pero el Quijote, siempre está ahí.

O el bueno de José Zorrilla que todavía vende su Juan Tenorio a 10€, o 5€ o 3, o 2. Da igual el precio. Siguen siendo obras de incalculable valor que nadie podrá pagar suficientemente a sus escritores. O Delibes, que paseaba por el Campo Grande en los últimos años de vida fecunda, paseo contiguo al lugar donde hoy presumen sus libros de ser perennes. O Umbral, que tras espaciarse con un par de ninfas por las tiendas de los alrededores, se entretiene excavando sus libros, sus buenos libros, de entre la turba fecunda del mostrador. Yo es que he venido a ver si siguen estando mis libros.

Es la Feria que más me gusta, donde los libros no tienen una fecha de caducidad de tres meses (lo que distribuye una editorial), porque Homero se sigue vendiendo, tanto o más que la última fantasmada de moda, donde los precios son variados y accesibles, donde todo se recicla. Desde la tradición hasta la cultura sobre la que nos hemos edificado.

Siento no haberme comprado los tres tomos preciosos en piel, papel biblia, edición de Aguilar de Las Mil y Una Noches por el precio de dos partidos de fútbol de primera división. Pero es que me gusta cazar los libros como las perdices. Las rodeo, y cuando se confían doy el asalto final: póngame estos, por favor.

 

 

 

2 comentarios en “UN PLACER RESERVADO: FERIAS DE LIBROS ANTIGUOS Y DE OCASIÓN.

  1. nzxkzii@gmail.com

    No habia visitado tu blog por un tiempo, porque me pareció que era denso, pero los últimos posts son de buena calidad, así que supongo que voy a añadirte a mi lista de sitios web cotidiana. Te lo mereces amigo. 🙂

    Saludos

    Responder

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