VICTIMIZARSE PARA GANAR EUROVISIÓN 2024. CŔONICA DEL DÍA DESPUÉS.

Ayer me quedé a ver Eurovisión y aún me queda cuajo. Tras exorcizar brujas y vampires, me quedé a examinar el asunto con los ojos del que todavía ama las artes escénicas tanto como la música. Lo hice sin demasiadas pretensiones, pero claro, viendo el espectáculo grotesco, y el espectáculo político, que es casi más grotesco e hipócrita, no tengo ya ninguna duda de que esto merece una reflexión más profunda. Bienvenidos a la decadencia y a la extinción del eurofestival, por no hablar del fin del Europa. Ojo al dato.

Nietzsche habló de la moral cristiana en términos de una moral de débiles y de mediocres. Aquello de amar el prójimo con misericordia era un invento de los débiles para subyugar a los fuertes. El nuevo hombre, el superhombre nietzschiano, se situaba más allá del bien y del mal, previa la muerte de Dios. El cristianismo retrocede, y lo que viene es la pera limonera.

Dios ha muerto, sí; para los cristianos en la cruz, y además ha resucitado. Pero eso de que estemos ante una nueva humanidad, no lo veo por ningún lado. Aquí lo único que retrocede es la sensatez.

Al grano. El truco en Eurovisión para ganar es victimizarse. Es presentarse como un débil o una víctima. Obviamente, que un tío o una tía enseñe el culo peludo (incluso depilado), haciendo aspavientos más o menos complejos, ya no convence demasiado para ganar, porque todos lo hacen.

Tampoco vale demasiado llamar la atención con disfraces. En esa sección triunfan los trajes de monstruos del averno: brujas, bichos, tipos con máscaras, peña colgando del techo y aparatosos vestidos, a cual más horrible. Para ir al first dates, puede ser, pero para ganar un festival musical, como que ya no funciona.

Tampoco debe funcionar lo étnico. Estos países que sacan a relucir sus trajes regionales y sus instrumentos hechos con cuernos de bisonte hawaiano, y cosas por el estilo, tampoco ganan. Aunque no recuerdo que ganaran alguna vez.

Los que cantan a gritos, tampoco acaban de cuajar. A mi, personalmente, me gustan más las cuatro o cinco baladitas de gente sufriente por cuestiones de amor. Resistencia pasiva, se llama. Pero son las menos, y parece que no hacen nada más que cantar. Por eso, quizá, tampoco ganan.

Lo que gana aquí es ser víctima, o casi mejor, hacerse la víctima de algo. Lo emocional, una vez más, mueve nuestro estúpido mundo. Lo emocional dirigido, claro.

Eurovisión lleva años con esta monserga llorica, y el caso es que debe funcionar bien, lo de victimizarse digo. No es que no haya buenas canciones, es que hay muchas, casi todas regulares —la nuestra suele ser cutre—, pero siempre hay unas cuantas aceptables.

Lo cierto es que esas canciones aceptables, sin un lloriqueo temático, no funcionan. Por eso, año tras año, vuelve la legión de débiles buscando un pedazo de misericordia entre la audiencia y sus televotos.

Nietzsche se revolvería en su tumba viendo desfilar cantidad de gente victimizada por sus problemas personales. Que si estoy gordo, que si soy otra cosa a un tío o una tía (esta es la que ganó ayer), que si tengo problemas cardíacos, que si mataron a una bruja hace tres siglos y nadie la ha defendido, que si me llaman zorra, que si los niños sufren y yo sufrí mucho. En ese plan. Esperpéntico.

El problema es que las víctimas no son siempre víctimas, sino verdugos; y el problema es que algunas verdaderas víctimas —me acuerdo ahora de los no nacidos—, no son reconocidos como tales. Pedro Sánchez, por ejemplo, es una víctima de la leche; en cambio el sufrido contribuyente, no lo es. Una víctima sin propaganda no es nadie, lógico.

Me hace gracia que los locutores de la tele hablan de propuestas y más propuestas anuales, lo que me recuerda a los proyectos de infantil y primaria del cole. A ver qué se nos ocurre el próximo año, y a ver si la “temática llorica” de este año funciona. Y así año tras año. El pensamiento políticamente correcto funciona como el rodillo que es, y barre cualquier crítica. Unos son víctimas siempre; y los otros, no. Propaganda, claro. Pero  hay que saber hacerla.

Este año, gracias a Israel y la guerra en Gaza, Eurovisión ha tenido más entretenimiento y expectación. Hace dos años el espectáculo fue Ucrania, y ahora toca Palestina.

Siempre se ha dicho que no hay que mezclar la política con el festival; pero siempre lo han mezclado. Desde que empezó.

Recuerdo lo de los votos de los países amigos. Ahora, últimamente digo, está el ninguneo a los que se portan mal en la escena internacional. Como a Rusia, que la echaron porque les salió de los cojones a los amigos de Ucrania. Los buenos y los malos. A Israel no la pueden largar, porque pone mucha pasta.

La gente identifica a los débiles con los buenos, y a los fuertes con los malos. Y si leemos que los débiles son los ucranianos, pues ya se acabó. Ya puede Zelenski masacrar a población inocente, que aquí seguirán siendo malos. Lo mismo con el terrorismo de cualquier condición. Se blanquea el mal, y se arrincona el bien. Siempre se ha hecho.

La propaganda nos cuenta que los débiles son equis, y luego nos mienten para que no nos enteremos de “todo” lo que verdaderamente sucede en la trastienda de las cosas. Nos cuentan su mitad. O sea, la mitad que les conviene. Eso sucede con Ucrania y con Palestina, pero también con los heteros y homos, con los alfas y los betas, etc. Y así vamos, de juicio en juicio y de condena en condena.

Vamos con el Festival de ayer de Eurovisión y hago la crónica.

Ganó una buena canción, la de Suiza. Que se impuso a otras buenas canciones. La de Suiza tenía una temática llorica de contenido transgénero. Imprescindible para ganar. El cantante, Nemo, exhibió la bandera política del movimiento trans en los backstages, que no debe ser una bandera política, sino casi ya la bandera de Eurovisión junto con la bandera arco iris. Por supuesto, las banderas de Palestina, prohibidas; y cualquier referencia al asunto de Hamás, también prohibido. Rusia sigue sin existir.

A Israel le obligaron a cambiar la cancioncita varias veces, la sentaron lejos y fuera del resto de concursantes, y si no la expulsaron del festival es porque son uno de los patrocinadores del mismo. ¿MorocoQué? Los periodistas israelíes amedrentaron a los pro-Palestinos, y ayer, para más inri, murió otro rehén de Hamás. Suma y sigue en un conflicto donde hay buenos y malos en los dos bandos, aunque la propaganda nos venda que solo hay malos y buenos en un lado. Genocidios aparte, e hipocresía multicolor. Eurovisión hace como que somos todos guays, y como que el gran problema es de la gente que no acepta la identidad del colega de al lado.

A Países Bajos la expulsaron por un incidente menor. Al parecer su cantante hizo un gesto feo a un cámara que decidió grabarlo fuera de escenario. Los organizadores se saltaron la presunción de inocencia y lo mandaron a casa antes de tiempo y sin probar demasiado el asunto. Da igual. Aquí manda quien manda. Segunda vergüenza y que viva el juego limpio.

Lógicamente, la canción de Suiza, no fue la más votada por el televoto. Fue la más votada por los jurados nacionales, a los que imagino muy sensibles a la temática trans, tanto como a la temática palestina. Supongo que, además, les gustó la canción, que ya digo que estaba bastante bien. En votos del jurado le siguieron Francia, Croacia, Italia, Portugal, y algunos otros que ya no recuerdo. Buenas canciones, más o menos.

Lo llamativo es que no fueron las canciones más votada por el televoto. El televoto, que es la gente votando en su casa, dio como mejor canción la de Croacia, seguida de Ucrania y en tercer lugar, atención, Israel, que fue abucheada y censurada por algunos países durante toda la gala. La más abucheada fue la tercer más querida por el público europeo. Ni más ni menos.

Lo cierto es que en España, sí, en España… Israel fue la canción más votada por el televoto. Y eso mismo sucedió en muchos otros países. Una realidad que hoy todos censuran, desde los de Sumar, pidiendo, como siempre, que haya menos libertades; hasta los nacionalistas catalanes que querrán un poco de atención para su rollito egoétnico particular. Ahora viene la retahila de declaraciones ingeniosas de nuestros patibularios correctores del pensamiento.

Veremos qué pasa en Eurovisión el próximo año, pero digo que no se puede pedir más espectáculo grotesco en tan poco tiempo.

¿Y España? Como siempre. Entre acomplejados, favoritos y por la cola. Autocrítica, poca. Yo desde luego, no me siento muy representado por los que llevan. Imagino que el resto de los europeos pensará lo mismo.