DENTRO DE LA MISTICA TEOLOGÍA.

No hay demasiadas vías para ir al encuentro de Dios. Juan el bautista ayunaba y se mortificaba; en cambio Jesús de Nazaret era un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y de pecadores. Ascética y mística.

Parece que Dios prefiere a los sencillos y humildes que reconocen su pecado y piden misericordia a Dios, no importa la vida sacrificada que tengan, pues Dios da a cada uno lo que le corresponde. Juan fue elogiado por Jesús como el más grande nacido de mujer… y sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios era superior a él. Juan el Bautista era un asceta que comía saltamontes y ayunaba. Jesús andaba con publicanos y pecadores de toda ralea y pelaje. De nuevo ascética y mística, pues también a Jesús le tocó subir al madero santo para sufrir, obedeciendo y siendo humilde y sencillo de corazón.

Santa Teresa de Jesús, nuestra Santa Teresa, nos mostró con más claridad el camino que Jesús proponía, y que ella llamaba, no sé si con recelo o santa ironía, “mística teología”. Es la conocida sentencia de “misericordia quiero, y no sacrificios”. A Dios le complace más un corazón  humillado y contrito que el esfuerzo mental, físico o económico en favor de la causa divina. La soberbia le resulta repugnante, y todos los pecados que conlleva, veniales y mortales, precipitan al hombre al abismo. El pecado de Satanás es la soberbia. La misma soberbia que hoy dirige el mundo.

No descubro nada nuevo, pues esto se repite hasta aburrir en la Sagrada Escritura. Todos los santos de la Iglesia, profetas y demás santicos contingentes, los que podrían no haber existido, parecen haber experimentado la misma mística teología que habla de humildad, obediencia y confianza en Dios. Cuando Dios quiera y como Dios quiera.

Lo cierto es que no todos han sido capaces de explicitarlo con la misma belleza y claridad que Santa Teresa de Jesús. La relación íntima con Dios nos parece muy hermosa. Jesús de Teresa y Teresa de Jesús. El Señor se entrega al hombre, se apropia del alma del que quiere hacer morada, y la bendice con toda clase de arrobamientos y honduras innenarrables.

El hombre propone, pero es Dios quien dispone.

Mi pregunta siempre estará sin contestar. ¿Por qué Dios escoge a unos sí y otros no? ¿Por qué unos son mártires y a otros no se les da la palma de gloria? Lo primero que viene a mi entendimiento es que Dios conoce lo más profundo del alma humana, y eso, aunque sea discutido por los psicólogos y psicoanalistas contemporáneos competidores de Dios, me hace comprender y confiar en la omnisciencia del Señor más que en las pretensiones de la sabiduría humana. Nuestros juicios no son los de Dios; ni nuestros caminos sus caminos.

En segundo lugar me fijo mucho en las virtudes que coronaron a María: humildad, obediencia, fe, oración, mortificación, pureza, caridad, paciencia, dulzura y sabiduría. Son las mismas de su hijo Jesús, el Unigénito del Padre. Casi nada. Todas esa virtudes también nos las regala Dios, pero no le devolvemos casi nada de lo que nos entrega. Por eso somos pecadores.

En la vida de santidad, y en esto coinciden todos los místicos y santos, es imprescindible seguir una serie de pasos. El primer paso consiste en no pecar más. Los pecados graves son perdonados, pero los pecados que llamamos veniales, leves, también entorpecen, y mucho, la vida de gracia. La gente se cree más o menos buena, pero no lo es cuando miramos a Dios con profundidad, y menos cuando nos acercamos a Él.

Jesús vino para rescatar a los pecadores, no a los que se creían buenos y tranquilos. Es más, los pecadores no pueden por sí mismos combatir el pecado. ¿Qué solución les queda? Pueden pedir la ayuda de Dios para hacerlo. Y todavía mejor, podemos pedir a María que interceda por nosotros, y nos ilumine frente a los “tentadores”, que son muchos y muy activos.

Si se pide ayuda a María para combatir el pecado, desde su humildad, nos fortalecerá. María nos ama, nos protege, nos guía, nos consuela, nos alimenta e intercede por nosotros ante el Padre y el Hijo. María reparte los dones del Espíritu Santo, haciéndonos más fuertes y dándonos luz para enfrentarnos a la tentación y al pecado. Los demonios se espantan ante ella y rabian como mostrencos ante su pureza.

Pero no hay combate contra el pecado si no empleamos los medios sacramentales que la Iglesia nos ofrece: confesión frecuente y Eucaristía frecuente. La oración es fundamental para mantener regado el huerto de nuestra alma. Ya nos lo indica Santa Teresa, en ocasiones parece que sacamos agua de un pozo, y en otras parece como que cae la lluvia que empapa nuestra alma.

Y luego… Luego todo sucede cuando Dios quiere. Cuanto le viene en gana.

Un día viene Dios y se apropia de tu alma, que ya era suya, pues Él la creó. Y se queda para siempre en ti. Y eso lo llaman mística teológica. Qué bien lo explica Santa Teresa, y qué dulce es ese encuentro.

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