TRES EPIFANÍAS PARA LA HUMILDAD Y EL RECOGIMIENTO.

Una de las dolencias de ir cumpliendo años es que nos obsesionamos con determinadas monseguillas, y las repetimos durante décadas. La mía para estas fechas es que el Tiempo litúrgico de Navidad termina el domingo después de la Epifanía de Reyes, es decir, pasado mañana. De ahí que yo siga deseando Feliz Navidad, aunque ya no sea 25 de diciembre, ni año nuevo.

Dentro del tiempo de Navidad está el tiempo de Epifanía, que este año queda reducido a mañana por la tarde, pues el domingo será el primer día del tiempo ordinario, y por tanto el día del Bautismo del Señor.

Eso me recuerda que, aunque esta tarde empieza el tiempo de Epifanía, durante un par de semanas vamos a disfrutar de las Epifanías del Señor, y esto bien merece una breve y concisa explicación.

Epifanía viene del griego “epifainos”, donde “epi” es prefijo, y “fainos” es un verbo que podemos traducir como “manifestación, desvelamiento, aparición”. Epifainos sería una aparición por encima, es decir, una manifestación parcial del Señor. Un revelación parcial.

Los teólogos afirman que hay tres grandes epifanías, tres grandes revelaciones parciales. Nosotros habitualmente llamamos epifanía a la primera de ellas, es decir, al día de Reyes, pero hay otras dos más, el bautismo del Señor en el Jordán y las bodas en Caná de Galilea, que litúrgicamente están en las primeras semanas del tiempo ordinario, o sea, pasado mañana.

La primera manifestación, la primera epifanía, se anuncia con el signo de la estrella y el cántico de los ángeles. Gloria a Dios en el cielo, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Hoy os ha nacido en Belén de Judá, el Mesías. Encontraréis a un niñito en pañales en un pesebre. Ahí es nada.

Esta epifanía se completa en los presentes que llevan los reyes magos, que en la tradición menor occidental son los consabidos Melchor, Gaspar y Baltasar. Que además traen los regalos a los niños en España y creo que en algún otro país. En el resto del planeta los trae un escandinavo gordinflón.

No me desvío, el caso es que los reyes llevan oro, incienso y mirra. El oro indica la realeza del sucesor del Rey David; el incienso es el aroma de Dios, expresa el sacerdocio de ese pequeño niño, que es intercesor y mediador perfecto entre el Padre y nosotros; y en tercer lugar, la mirra, que era un ungüento que se empleaba para las heridas. La mirra profetiza que Jesús, ese niño tan bonico, será martirizado, herido y asesinado para el perdón de nuestros pecados. Jesús tendrá la misma suerte que los profetas, que fueron perseguidos y matados.

Jesús se manifiesta el día de la Epifanía de Reyes como Rey, como Dios y como el siervo doliente que será en los días de su Pasión.

La segunda manifestación, la segunda epifanía, no suele recibir el nombre de epifanía, pero verdaderamente lo es. Es el día del bautismo de Jesús a manos de Juan el bautista. Fiesta que celebraremos pasado mañana, domingo primer del tiempo ordinario.

De esta manifestación tenemos varios relatos evangélicos, con perspectivas diferentes, pero con un mismo sustrato. Han pasado treinta años desde la epifanía de Reyes, y Dios se vuelve a manifestar en la humildad y sencillez del hijo de un carpintero.

Ese niño, que es Jesús, y que aparentemente es nadie, es el Mesías, es el Hijo de Dios vivo. Esa es la gran revelación, la epifanía del bautismo. El hijo de José y de María, el que nadie pensaría que fuera el Mesías, en verdad lo es.

El único que reconoce a Jesús como Mesías en aquel primer momento fue Juan el Bautista. Lo sabe por una revelación que ha recibido de Dios mismo. Juan lo reconoce y se postra ante él, se sorprende, se admira. ¿Soy yo el que debería venir a ti, y tú vienes a mi?

Si en la primera epifanía, el niño Jesús es un niño pobre y débil, que se protege en un pesebre; en la segunda epifanía, Dios nos muestra su abajamiento y humildad. Pasó por uno de tantos, dirá San Pablo de Filipenses.

En los relatos evangélicos se manifiesta Dios de nuevo. Es una teofanía, más que una epifanía. Es una manifestación trinitaria, la primera del NT. En los textos se afirma que se rasgó el cielo, y se pudo escuchar la voz del Padre. Este es mi hijo amado. El Espíritu Santo apareció en forma de paloma que desciende sobre Él. Completa el cuadro trinitario la figura del Hijo del hombre. Es un simple hombre, pero es el Hijo de Dios. Es cielo se ha abierto y rasgado con Jesús. Nada más y nada menos.

La tercera manifestación se produce en las bodas de Caná de Galilea. Dice el texto del evangelista Juan, que Jesús no se había manifestado todavía. En las bodas realizará el primer milagro, el primer signo de su mesianismo. También será en silencio y sin estridencias.

El diálogo lo conocemos y es abrumador. Estaba su madre María. No tienen vino. A tí y a mi qué, responde Jesús. No ha llegado mi hora. María ofrece la humildad y la obediencia como actitud y gesto imprescindible del mesianismo redentor de Dios. Haced lo que él os diga.

La obediencia y la humildad, la oración y María mueven la voluntad del Padre y el corazón amoroso del Hijo, que, con el ímpetu del Espíritu Santo, convertirá el agua en vino.

El signo epifánico de Caná se realiza desde el silencio y la humildad. Nadie parece darse cuenta, salvo, en este caso, su madre. Jesús es el camino, la verdad y la vida en el evangelio de Juan, y abre la redención con este signo. Luego vendrán los demás: los cojos, caminan; los ciegos, ven; y se anuncia el evangelio a los más pobres. Verdaderamente es el Mesías.

Y todo comienza en Caná de Galilea sin que casi nadie se dé cuenta.

En un pesebre desnudo, en la soledad del desierto con Juan, en la alegría de una boda.

Dios se manifiesta y se nos da.

Felices días de Epifanía y felices navidades.

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