Se encontró en la puerta de la vivienda donde vivía Yehuda. Era un hombre piadoso, y no deseaba profanar de impureza su hogar. Sabía de las costumbres judías y esperó a que se acercara alguien por la calle para dirigirse a él. El hombre accedió gustoso para avisar a Yehuda ben Maimón.
Se presentó en la puerta un hombre de mediana edad que salió para atender a Fernando.
-La paz esté contigo, cristiano- dijo el hombre-. Mi nombre es Moisés ben Yehuda, soy uno de los hijos de Yehuda ben Maimón. Lo buscabas, ¿verdad?
-Soy Fernando de Valeolit. En otro tiempo tuve relación con él, y no quería dejar pasar la oportunidad de saludarlo. Estoy buscando a los Falsafa- dijo Fernando en un árabe bastante mal pronunciado.
Sonrió el hebreo. Aquel hombre era simpático, y al menos se tomaba la molestia de hablarles en su lengua materna.
-Pasad a la antesala de la casa, os lo ruego. Llamaré a mi padre que vendrá inmediatamente. Hace días que lo espera impaciente, desde que vino un muchacho cristiano hablando de vos. No hay muchas visitas ahora para él. Está viejo y ha perdido vista y memoria.
-Gracias.
Entró Fernando en el patio de la casa donde hacía años que había estado. La casa había cambiado algo, pero no demasiado. Seguía presidiendo la entrada principal la estrella de David grabada en roca, y en sus rincones comprobó los huecos donde los hebreos guardan sus “tefilás”, sus rollos escritos conteniendo bendiciones de Yahvé para sus habitantes. Se sonrió Fernando para sí. El patio estaba erigido alrededor de un pozo rodeado de exuberante verdor, pues a pesar de la estación del año, las plantas resguardadas en sus macetas alumbraban con su alegría los rincones de aquella casa. El lugar no estaba exento de cierta humedad, pues las lluvias y los rigores de las estaciones impedían que se secaran los suelos y se aliviaran las tierras con el frío que cuartea las arcillas.
Un sirviente le invitó a que pasara a una estancia colateral, ajena a la casa, mientras Moisés se internaba para dar con su padre. Era el lugar donde en otro tiempo Yehuda atendía a sus enfermos, separada de la vivienda principal para que no quedara impura.
Se sentó Fernando y no tardó en entrar Yehuda ben Maimón. El hombre era un anciano. Fue el médico judío que conoció Fernando cuando trató a Miriam y a toda su familia de una enfermedad, antes de casarse. Siempre la había parecido un médico amable, serio y riguroso en su trabajo. El hombre se conservaba perfectamente, y aunque los años no habían pasado en balde, su delgadez y sabiduría parecían haber sido un ensalmo para su fecunda vida; había perdido algo de pelo y ya no caminaba erguido como en otro tiempo. Sus ojos, sin embargo, seguían teniendo el brillo de la sabiduría.
-Discúlpame mi joven Fernando, pero mis pasos son lentos y pausados- dijo sentándose en presencia de Moisés y de Fernando.
-Ha pasado mucho tiempo. No sé si se acordará de mí.
-No nos vimos demasiado, pero sí te recuerdo bien. Fernando, el caballero leonés. Te casaste con la hija de Al-Juarismi. Tantos años sin verte, te dábamos por muerto.
-No. Por suerte, y gracias a Dios sigo vivo.
-Sin embargo estás herido y tu aspecto no es lozano como en otro tiempo. ¿Estás bien?- dijo contemplando la palidez del rostro de su interlocutor.
Se sorprendió Fernando con la agudeza de Yehuda. A pesar de su vista cansada, no le faltaba la intuición del médico que había sido.
-Fui herido de gravedad en al-Zallaqa. Perdí mucha sangre.
-Come vísceras de vaca y lentejas, y ya verás como te recuperas pronto. Las pérdidas de sangre dejan el cuerpo debilitado, pero se supera la enfermedad con una dieta adecuada. Si no tienes hígado de vaca o ternera puedes comerla de cordero, y si no carne con sangre roja. Los judíos ya sabes que no podemos tomar sino kosser, así que preferimos las lentejas, que además son buenas para las tripas.
-Veo que la sabiduría de Yehuda no ha decaído- dijo Fernando.
-Mi padre sigue teniendo la cabeza en su sitio, pero ya no se quiere dedicar a la medicina conmigo- contestó Moisés.
-No es verdad. A veces se me olvidan las cosas, y ya estoy cansado para ir de casa en casa viendo moribundos.
Sonrió Fernando y trató de buscar las palabras adecuadas que le condujeran al lugar de la conversación que deseaba.
-Estoy aquí porque no sé nada de mi familia. Ni de mi mujer ni de los Falsafa, ni de mi padre, ni de mi hermano.
-La ciudad está muy revuelta, y hay muchas personas que se marcharon. No me gusta ya pasear por ahí, me da pena ver que todo ha cambiado- contestó el anciano-. Poca gente viene a verme ya.
-¿Los Falsafa? Sí. Alguno sigue en Tulaytulah en Toletho, pero no todos. Hace poco he visto a Andrés por el mercado- dijo su hijo Moisés.
-Al-Juarismi murió hace por lo menos dos años- dijo Yehuda.
-¿Dos años? Por lo menos siete. Fue una tristeza para todos. Esa fue la última vez que creo que vi a tu esposa Miriam. Fue un entierro muy sonado, pues era muy querido. Estuvo también Azarquiel- corrigió Moisés.
-Azarquiel salió de la ciudad cuando entraron esos malditos cristianos- dijo Yehuda sin percatarse de que estaba ante uno de ellos. Se dio cuenta y rectificó en el tono-. Esto ha cambiado mucho, y el pobre tuvo que marchar a Ishbiliya. Salía la gente en oleadas, los mejores y los más sabios. Fueron días de lágrimas y despedidas.
-¿Y no ha vuelto a ver a Miriam, o a Isabel la esposa de Cipriano el Falsafa, los pequeños Eulalia y Marcos?- preguntó Fernando intrigado y con deseos de ir a buscar a Andrés.
-No. La verdad es que no. Miriam tenía una niña pequeña. Tú hija, supongo…
-Sí- interrumpió Fernando.
-Estuvo en el funeral, la recuerdo porque era muy hermosa y sana. Isabel, tu suegra, murió también poco después que Al-Juarismi, pero no fuimos al entierro. Realmente al único que he visto estos años es a Andrés.
-Y eso, ¿por qué?
-Vivían en la parte alta de la ciudad. Pero es que además, dos o tres años antes de la conquista de la ciudad, hubo varias revueltas y enfrentamientos graves.
-La gente es estúpida y se mata sin sentido- afirmó Yehuda.
-Los mozárabes fueron muy perseguidos y acosados en la ciudad, y no salían de sus hogares. Las cosas se pusieron muy mal para ellos. Desde entonces no los he vuelto a ver. Quizás hayan sobrevivido, o puede que huyeran- dijo Moisés.
-Ya entiendo.
-Lo mejor es que preguntes a Andrés y aclares tus dudas.
Terminó la conversación y estuvieron platicando de otras cuestiones. Prometió Fernando volver a visitar al anciano y recrear su mente con palabras y cosas del pasado. Salió del portón de aquella casa y se encaminó a la posada de nuevo. El día estaba avanzado y tenía que instalarse en su antiguo hogar, y para ello tenía que recoger su caballo y despedirse de Fadrique y el Matamoros.