Fragmento

¿Te sabes el cuento de Alí Baba y la lámpara maravillosa? Es una de las historias más conocidas de “Las mil y una noches”, una de las muchas narraciones fantásticas que forman parte de nuestra cultura occidental.

Se cuenta que un muchacho, llamado Alí Baba, descubrió casualmente por el desierto arenoso una cueva que estaba bloqueada por una piedra inmensa. Antes de que pudiera acercarse, escuchó el galopar de varios hombres que iban a su encuentro. Él, que era un muchacho prudente y temeroso, se escondió tras unas rocas, y se quedó observando a aquellos extraños hombres. Por suerte, a él no lo descubrieron.

Reconoció a varios de ellos, pues eran unos bandidos que no ocultaban sus fechorías.

La banda de los cuarenta ladrones se detuvo delante de la entrada de la cueva. Uno de ellos, el que debía ser el jefe, se adelantó un poco, y tras pronunciar con firmeza unas palabras mágicas —¡ábrete, sésamo!— se escuchó un fuerte ruido. De inmediato, la roca que tapaba la entrada se retiró y dejó pasar a aquellos hombres al interior de la cueva.

Alí Baba se quedó impresionado, y tras esperar a que salieran y se marcharan, probó a gritar delante de la roca la misma contraseña —¡ábrete sésamo!—. De nuevo, la oquedad se abrió para él.

En el interior de la cueva descubrió un inmenso tesoro de incontables piezas de oro, plata y objetos preciosos. Comprendió que aquellos ladrones escondían en la cueva el botín de sus robos, y que ahora que descubría el escondite secreto, él mismo se convertía en una persona inmensamente rica.

Imaginamos que Alí Baba se quedó extasiado admirando el oro, la plata y las piedras preciosas. Sin embargo, de entre todos los objetos, hubo uno que llamó especialmente su atención. Se trataba una lámpara antigua de aceite que le pareció muy hermosa a pesar de estar sucia. Había sido hecha de metal, y como no brillaba, Alí Baba la frotó para limpiarla.

Lo más maravilloso vino a continuación. Del interior de la lámpara salió un genio, que en agradecimiento por haberle liberado de su prisión, le concedió tres deseos. Los que él quisiera. ¿Te imaginas? Cientos de tesoros a tu alrededor, y además, te ofrecen la posibilidad de hacer realidad tus sueños más imposibles.

Supongamos que te hubiera sucedido a tí. ¿Qué habrías elegido? ¿Qué deseo habrías formulado al genio de la lámpara maravillosa? Te advierto, por si no lo sabías, que Alí Baba no pudo formular más que tres deseos, y que una vez solicitado el deseo, éste se cumplía inmediatamente. ¿Sería fácil equivocarse?

En la vida deseamos muchas cosas, pero probablemente, la mayoría de nuestros deseos son pueriles y ridículos. Hay deseos que valen la pena, pero hay muchos otros que son estúpidos y bobos. Si solamente puedes formular tres deseos, entonces seguro que elegirás los deseos más importantes, lo que crees que pueden hacerte feliz.

Se pueden anhelar deseos peligrosos, como el que tuvo el Rey Midas. ¿Recuerdas la historia? Forma parte de la mitología griega, y también es una historia de deseo y de equivocaciones. Al rey Midas se le concedió un deseo perverso. Como quería ser inmensamente rico, pidió al dios Dionisos que todo lo que tocara se convirtiera en oro. El deseo le fue concedido, y esa fue su perdición.

Al principio parecía ir bien. Tocó una rama de encina, y se convirtió de inmediato en oro. Luego una piedra, una pieza de fruta… El problema llegó cuando fue a beber de una fuente y el caudal se volvió dorado. Se moría de sed, y no podía beber un sorbo. Tampoco podía comer, ni besar a su hija querida, pues todo lo que tocaba se convertía en oro. Aquel hombre se sintió muy desdichado y se lamentó de su desgracia. La ambición y la codicia lo habían destruido. Tuvo que renunciar a aquel don, bañándose en las aguas del río Pactolo en Asia Menor. Así volvió a ser un hombre corriente.

¿Hay algo que realmente nos pueda hacer feliz? ¿Hay algún deseo del hombre que valga la pena y que sea para siempre?

Baruc Espinoza, un filósofo de origen portugués, que vivió en los Países Bajos en el siglo XVI, se hizo esa misma pregunta. ¿Qué nos hace realmente felices? Dio una respuesta que puso en práctica durante toda su vida, y que sigue inspirando a muchas personas hoy.

Baruc Espinoza afirmó que felicidad no estaba ni en el dinero, ni en el éxito, y mucho menos en el placer. La felicidad se encuentra cerca de nosotros, al alcance de la mano. La felicidad, dijo, consiste en contemplar y en pensar.

Baruc afirmó que las riquezas no proporcionaban la felicidad y que las personas que ponen su vida en acumular dinero sufren por defender su estatus social, sus bienes y su posición económica. Ciertamente, la vida del rico es, por esta razón, una vida intranquila, llena de miedo a los ladrones, a los impuestos o a arruinarse. Es generalizado que el que posee riquezas, tiene miedo a perderlas; lo cual no parece hacer a la gente muy feliz.

En el lado contrario, tampoco parece que la miseria proporcione muchas alegrías. El miserable debe buscar el sustento diario; y la pobreza, aunque puede fortalecer el espíritu durante un tiempo, es también lacerante y deprimente para el que la sufre.

Si ahondamos en los cuentos, veremos que el rey Midas no quedó muy contento con el don recibido, pues perdió “algo” que antes sí poseía. Empobreció su vida al no poder comer, beber o abrazar a su hija. ¿Y Alí Baba? ¿Tenía alguna preocupación Alí Baba antes de entrar en la cueva? Antes, no lo sabemos; pero es evidente que al salir de la cueva añadió una nueva y principal preocupación a su vida: poner el dinero a salvo de otros ladrones —que se convirtieron en un nuevo peligro—. Desde ese día multiplicó sus preocupaciones. De ahí que deduzcamos que ser rico no es sinónimo de ser feliz, y no son más felices los ricos que el resto de la gente.

Baruc Espinoza también afirmó que la felicidad no estaba en la fama ni en el éxito. ¡Qué se lo digan a los millones de youtubers que desean tener miles de “likes” y de visualizaciones!

Decía Espinoza que la fama te expone a la opinión de los demás, y eso conlleva un enorme sufrimiento. Ser famoso es como vivir en un escaparate, siempre con la obligación de agradar a la gente y a tu público. Eso es imposible y genera mucha intranquilidad e infelicidad. Aparentemente, ser famoso y conocido es agradable —alimenta la vanidad de la gente— pero se convierte en una jaula de oro de la que no se escapa fácilmente y a la que hay que adaptarse.

La fama y el éxito limitan la vida de las personas, por eso la gente que se ha hecho célebre de la noche a la mañana habla de sufrimiento y de pasarlo mal.

Nos queda el asunto del placer. Para Baruc Espinoza la felicidad no se encontraba tampoco en el placer. Afirmaba este filósofo que los placeres apenas duraban un instante, proporcionando, tras el goce, una profunda infelicidad y un terrible vacío. El momento preciso del placer es de tan solo unos segundos, es algo breve, y no suele ser tan satisfactorio como lo que uno ha imaginado previamente.

Un par de ejemplos, cuando te hablan de una película y te la ponen muy bien, generas una expectativa de placer que luego no se puede cumplir. Si vas a verla, te decepciona. ¡Me la habían puesto tan bien, y no era para tanto! Algo parecido sucede con la ilusión de un niño cuando recibe los regalos de Reyes. Es tan breve la alegría y el júbilo que al día siguiente —incluso antes— ya está pensando en los reyes del próximo año. Y es que las expectativas del placer son, casi siempre, mayores que el placer experimentado.

Si observamos a los adictos a las drogas, al juego o al sexo, que son fuentes de placer, encontramos que disfrutan de una felicidad efímera y breve. Necesitan más dosis, más juego, más goce. Se asemeja a un viaje sin retorno al país de la ansiedad, y no al país de la felicidad. La autodestrucción parece asegurada. Lo que aparentemente es fuente de felicidad, se convierte en un problema que causa mayor insatisfacción.