El poder del poeta.

La poesía no está de moda. No hay más que conversar con la gente para darse cuenta de ello. Ni gusta ni se la espera, dice la mayoría de la gente. Se ha convertido en el último refugio de los románticos y de los frikis. Leí una entrevista el otro día donde le preguntaban a una poetisa si no se atrevía a hacer novela. Su respuesta no puede ser más sólida: la poesía no es inferior a la novela. Pero esto el mercado editorial no se lo cree, que son los que acaban diciendo lo que es inferior y lo que es superior en este mundo.

Me gustaría saber qué novelistas contemporáneos se atreven con la poesía. Quienes pueden crear belleza con pocas palabras. Yo no distingo un novelista de otro, ni en estilo, ni casi a veces en temática. Da lo mismo que sea el Falcones, o la Dueñas, o la Pancol. Todos escriben igual, me parece a mí. En cambio en poesía nadie escribe como otro, nadie dice ni expresa lo mismo. Nadie te emociona con sus palabras como otro.

La poesía tiene algo de incorruptible frente a la sociedad de consumo que con su juego diabólico, quiere convertirla en valor económico. Cuando uno empieza a leer poesía, el mundo se calla y el ritmo mortal que nos inunda y acompaña en lo cotidiano se ralentiza y trasciende. La poesía requiere paz y sosiego para gustarla, y eso va en contra de nuestra forma de vida, la que nos ha impuesto la revolución industrial, hija del racionalismo, nieta de satanás. Por eso la poesía es rebeldía, porque va en contra de todo lo útil y valioso del mundo de hoy. Un poema pueden ser apenas doce versos, no llegan a cien palabras. Pero nos hacen llorar, emocionarnos, sentir, vibrar. Y eso es intolerable para un mundo que consume y consume palabras sin sentido. Las novelas parecen hechas para usar y tirar, pero la poesía está hecha para que la repitas y la fundas en tus labios, con palabras que puedes repetir al día siguiente y seguir encontrando la misma belleza otro día que te asomas a ellas. Son minutos cortos de belleza.

Es como aquel chiste que siempre que lo escuchas te hace gracia. Es lo que convierte en genial a Gila y sumerge en el olvido a cientos de monologistas. La poesía acaba con los yuppies de Wall street, sepulta a los mercaderes que todo lo quieren comprar. Porque basta con unas pequeñas palabras, para que uno se emocione. Es el valor del arte. Sublime e irrepetible. Puede haber cientos de miles de palabras escuchadas al cabo del día, incluso leídas por el mismo poeta. Pero hay tres versos que te rompen por dentro. Eso es poesía.

La poesía está ausente en la radio, ni un recitado en años. En la televisión, donde recitar poesía es perder audiencia. Como mucho se habla con algún poeta, se dice que han premiado a tal o cual señor o señora, pero la poesía en recitado, ni aunque nos maten la escucharemos con toda la fuerza de un buen rapsoda. Antes se hace un montaje con música e imagen que un recitado compacto y puro de poesía. Es la gran ausente de la sociedad, el arte que ingresa menos pasta al mundo. ¿Quién compra un poema a diez céntimos?

Se venden poemarios de cincuenta páginas por lo menos, porque un poema parece poco. Como si el precio de la literatura tuviera que ver con el número de palabras dichas en un momento. ¿Qué vale un poema? ¿A cuánto está la palabra? Verde que te quiero verde. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Recuerde el alma dormida. Tenemos en mente cientos y cientos de palabras mágicas, dichas en poemas, en versos sueltos y atados, en silvas, sonetos, rimas asonantes y consonantes. Recitar y escuchar la voz recitando es una de las cosas con las que más disfruto y hago disfrutar. Con una palabra me basta. Es tan corta la vida y tan largo el olvido.

Como profesor me encanta recitar versos a los alumnos. Les pido silencio, y ellos callan porque no quieren sino escuchar para descansar de una explicación, de un dictado, de un análisis sintático, de unos ejercicios. Entonces se produce la música del poema. Sale con fuerza, con silencios y palabras dichas al viento, que encajan en sus oídos, acostumbrados a la palabra fácil y chillona. Y esto lo he comprobado. Sea el alumno que sea, más estudioso o menos, más bruto o menos. Casi todos se quedan en silencio, incluso emocionados cuando termino.

¡Que bonito! Se atreven a decir tras cuatro rimas de Becquer. ¡Qué precioso! comentaron tras la prosa poética de Platero y yo. ¡Es precioso, profe! me dijo el otro día un alumno del que jamás había sospechado que tuviera sensibilidad alguna. Y esta emocionado escuchando a Lorca.

Les cuesta entender lo que es una elegía, porque tienen pocas experiencias de la muerte. Pero reconocen el amor bien dicho. Saborean algo que les detiene en el tiempo, un micromomento poético que no viene en el móvil. Es una greguería sin tiempo para comprenderla…

Confieso que he descubierto la poesía, con toda su fuerza y poder, hace no muchos años. Dentro de la literatura, se le trata muchas veces como si fuera una hermana pequeña, casi residual, frente al poder de la novela de cualquier tipo y género. El capitalismo ha intentado doblegarla, pero la poesía es mucha poesía. En pocas palabras: emociona, corrompe, molesta, identifica, daña y agrede el alma como pocas artes son capaces de hacer.

El filósofo por antonomasia es para Nietzsche el poeta (como Heráclito), por eso escribe con un lenguaje narrativo su gran obra Así habló Zaratustra. El poeta es un contestatario, un corruptor de menores, una mosca cojonera, un flautista de Hamelin con la flauta de sus palabras, un malvado con una varita mágica, o un hada que cambia la vida de las personas con una palabra adecuada y a tiempo.

Los grandes de la literatura han tenido en algún momento de su vida el desliz poético. En otros casos fueron poetas que escribieron novelas, o cuentos cortos, o lo que fuera. Yo también he escrito algunos poemas, pero no los quiero sacar a la luz, pues temo que se pierdan en la vorágine de la prisa. Los míos no sé si son buenos. De momento lloro con otros grandes poemas. Con otros poetas. Poderosos conmigo.

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