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Crear es parir. Y parimos con dolor.

Crear es dolerse y angustiarse; a veces mucho. Esta afirmación, aparentemente banal, la he contrastado y confirmado en otros escritores, poetas, pintores y artistas. Es algo que también soporto y sufro con resignación estoica y amor cristiano. No ha habido novela, canción o pintura (salvo las copias burdas que me relajan) que no haya creado con cierto dolor, que es obsesión y esfuerzo  cercano a la locura. Crear es parir, y parimos con dolor. Y quien diga lo contrario, creo que miente, o al menos desconoce la verdad por tener el útero tan seco como las meninges. Que también podría ser.

Desde el inicio he confirmado esta angustia que termina devorando los días y obsesionando la mente. Lo he visto reflejado en las entrevistas que hacen a otros, a Picasso o a Pérez-Reverte, a Proust o a Antonio López. No es cuestión de éxito, es cuestión de tiempo y de diseminar el dolor creativo con ayuda de los demás y del silencio. Tiempo, muerte y vida.

Tus personajes crecen, las historias evolucionan, y los colores nunca son los deseados. Se pasa mal, y a veces se prefiere no hacer nada. Crear es un dolor que nace de la sensibilidad, de percibir lo que otros no ven, de contemplar la perfección que uno no ha alcanzado y que se vuelve contra uno mismo para recordarte que no es lo suficientemente bueno. Lo sufrió Lennon cuando compuso su último disco, y lo padeció Delibes frente a El hereje, su última novela. Crear es dolerse, y cuando ese dolor paraliza, el artista deja de escribir por un tiempo. Necesita encontrarse a sí mismo, necesita tranquilidad para lanzarse de nuevo a una mágica obsesión, que sólo dará como fruto una nueva novela. Un nuevo cuadro, una nueva composición única y fantástica. A veces se engalana de rutina, por si viniera la inspiración y que nos pille trabajando; en otras precisa paz y silencio para tranquilizar la mente, u otras lecturas, o viajar…

Siguiendo la alegoría diré que la inspiración es el orgasmo inicial. Persigues una relación y la obtienes. Con una historia, con algo que nadie ha contado, con un mundo que va a nacer de tu mente y tu imaginación. Disciplina, constancia y mucho ácido fólico. Que crezca historia y el arte, que se vaya formando en un lugar solitario y oscuro, como es el útero del escritor, su cueva solitaria donde las letras del teclado se vuelven inoportunas o certeras según el capricho de las musas. Es un placer este momento. Quizás por eso todavía valga la pena crear. Pero el embarazo sigue, a veces durante meses en los que se alternan las más contrastadas sensaciones de la montaña rusa que supone la vida o la muerte.

Meses de angustia, miedo, esperanza y alegría. Es la satisfacción y la desesperación de ver que no sale, que no es lo que esperabas. O sí. Que el niño apunta maneras. Cuando llegan los días de romper aguas, el creador vuelve a mirar hacia atrás, incluso deseas unos meses más antes de ver la cara del retoño. Estás harto del peso que te acompaña a todas partes. Que salga ya, por Dios. Finalmente, hay un día en el que envías el manuscrito al editor, y termina la fiesta.

Lo que viene luego es como un teatro de marionetas. Te sometes a la crítica y al comentario cuando tú ya estás pensando en el siguiente libro, el siguiente cuadro o la siguiente obra maestra. Presentas libros que son, de alguna manera, algo viejo en tu mente. Canciones que necesitan promoción, y cuadros que no recuerdas en qué momento vinieron al mundo. Te das cuenta de que se han ido, son de ellos mismos, pero estás obligado a darles cierta cancha y promoción para que los lectores nuevos disfruten, y los libreros sobrevivan un año más.

Hay artistas y escritores que se toman la creación con más o menos relajación. Tardan mucho o poco, pero siempre hay un algo obsesivo que corroe por dentro. Es la imposibilidad de alcanzar la perfección que uno anhela. Muchas de las técnicas y los talleres de escritura tienen más que ver con deshacer la angustia del creador que con crear algo bueno. Se le enseña a escribir libros «fórmula» que funcionen y sean estupendos, y que no angustien al escritor más de lo debido. Pero es probable que no haya un segundo, tercero o cuarto libro.

A menudo hay un oficio hecho, una escritura y una pintura construida desde el trabajo de años. La rutina alivia el dolor del artista. Escribir todos los días, alivia el dolor, y permite que fluyan las ideas libremente. Pero no dura siempre esa paz. Llega un día en el que viene la chispa de la nueva y próxima gran creación. Entonces reaparecen las angustias, los dolores y el embarazo. Dentro de unos meses habrá un nuevo «ser»,  un nuevo libro, composición o cuadro por el mundo. Paciencia con él y no tengas prisa. Cuanto menos prisa tengas, menor será la angustia. O no.