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80 años de paz en España (1939 – 2019)

«Viñeta de Mingote con motivo de los 25 años de paz».

Decía mi abuela que lo peor que había en el mundo era la guerra. Y es que ella padeció una terrible en España. Cualquier cosa menos una guerra, decía. Es el peor de los males. Y tenía razón.

A mis abuelos les tocó la guerra Civil, preludio de la 2ª Guerra Mundial, y la pasaron en Valencia, que fue una de las ciudades que más sufrió, pues mientras que en otros lugares hubo una relativa paz, en Valencia no. La ciudad cayó del bando nacional pocos días antes de acabar la guerra, creo que por el 27 de marzo del año 1939. Lo que significa que fue bombardeada y castigada por todos los males que encierra la palabra dolor, sufrimiento, guerra, muerte y hambre hasta el final.

El 1 de abril del 1939 empezó una paz que continúa hasta hoy. Y no lo hemos valorado demasiado. Llevamos ochenta años de paz, y eso es un hito en nuestra historia reciente. No participamos en la Segunda Guerra Mundial, e hicimos una transición sin volvernos a matar como bestias. Quizás no hubiera pasado desapercibida la celebración si no la hubiéramos disfrutado.

La memoria histórica no sé lo que es, pero la memoria de las personas que lo sufrieron en sus carnes, no puede ser más terrible. Mejor olvidar, decía mi abuela. Mejor dejarlo atrás, y que no vuelva  a haber otra nunca. Eso decía.

En Valencia se dieron paseillos y se sembró el Saler de asesinados. Se registraron casas arramblando con el oro y las pocas pertenencias de la gente. Es para el frente, gritaban los milicianos robando para luego morir. Hubo checas, primero de un bando, y luego cárceles infestadas de sentenciados a muerte para los perdedores. Por ellas pasaron varios de mi familia, también por las checas del otro bando. Muerte, miseria, huérfanos y hambre. Bombardearon el puerto e incendiaron la Campsa, y de noche se veía el resplandor del fuego en todo Valencia. Sirenas y gente que bajaba al refugio (hoy es un aparcamiento subterráneo disimulado), y mi abuela nos contaba que al final ella ni bajaba. Que para qué. Y se quedaba en casa mientras silbaban las bombas a su alrededor.

En Yecla, en el pueblo, no fueron mejor las cosas. Ya nos lo cuenta el magnífico escritor que fue Castillo-Puche. Asesinaron a unos cuantos, entre ellos a los escolapios del colegio que tanto bien hizo al pueblo y destruyeron gran parte de su patrimonio artístico y cultural. Muerte, miseria, hambre y reproches.

La guerra que fue deseada por los que veían en ella la posibilidad de hacer la «revolución» fue luego aborrecida. Lo decía mi abuelo con juiciosas palabras… «cuando vimos lo que era aquello, muertos, balas, tipos descerebrados con fusiles y disparos a nuestro alrededor… pues que nos queríamos volver a casa». Queríamos vivir, pero había que matar para lograrlo. Eso es una guerra.

 Mi tía María nunca supo dónde murieron sus hijos. En el frente… pero siempre tuvo la esperanza. ¿Y si un día vuelven vivos? Hasta que murió ella también con la pena en el alma. Eso fue la guerra. Siempre con su traje negro de luto por sus hijos. Murió con la democracia bien entrada en años, como mi abuela, como muchos otros que lo vivieron y que fueron muriendo con el siglo XX. Buena gente.

Por lo que he escuchado y puedo corroborar, los buenos y los malos se debieron repartir a partes iguales entre los dos bandos. He escuchado historias heroicas, y gestos magníficos, de gente de derechas y de izquierdas que ayudaron a gente del «otro» bando durante y tras la guerra. Condenados a muerte, que en el último momento salvaron la vida simplemente porque en el pelotón había uno que lo conocía y dijo que ese era buena persona. Le amenazaron a él, y tras ponerse farruco y valiente… vale, a ese no. Pero matamos a los demás. Y salvó la vida a uno. Uno más. Ni más ni menos. Así salvaron la vida en juicio mis abuelos, gente de Falange que intercedió por ellos y que les salvó la vida. No eran los malos, desde luego. Unos denunciaban por envidia, por salvar el culo, por odio personal, porque era una guerra. Hubo curas que salvaron la vida a muchos, y otros que señalaron para condenar. Muchos que murieron torturados por un bando por el simple hecho de ser curas. Malos y buenos se entrelazaban condenando y salvando. Así fue.

Por eso, los que tratan de resucitar su bando y de remover tumbas y muertos, le hacen un flaco favor a los hombres buenos que hubo en los dos bandos; y buscan despertar a lo peor de nosotros mismos. A los malos de los dos bandos, y a sus hijos y nietos resentidos. Que por desgracia terminarán llevando a una guerra a los hombres buenos.

Por eso, cuando yo era niño creía que a todas las personas les tocaba una guerra en su vida. Me contaban que hubo otra guerra antes a la que fue reclutado el hermano de mi abuela, pero que no llegó a ir, porque terminó antes de embarcar. Debió ser la de Marruecos, o la de Cuba, que también guardaba su relato de alguien que fue para no volver.

Por eso yo pensaba que me iba a tocar una guerra en la vida. Que tarde o temprano llegaría alguno con ganas de fiesta y con menos cabeza que un chorlito. Y cuando miraba la historia de nuestro país veía que había habido guerra cada poco. La de Marruecos en los años 20, la de Cuba en 1898, las tres Carlistas del siglo anterior, la de la independencia en 1808, la de Sucesión cien años antes… no era imposible que nos tocara una.

Pero de momento, hemos tenido suerte. Y quizás más cabeza de lo que parece. Por eso doy gracias a Dios. Porque una guerra es lo peor que hay. Y ruego y pido a Dios que acabe con los centenares de conflictos que hay todavía por el mundo. Porque es lo peor, y eso me lo dijo mi abuela, que vivió tan solo una.