Bibliotecas domésticas.

libros

 

Reconozco que me encanta, cuando voy a casa de alguien, husmear por su biblioteca y hojear y ojear sus libros. Digo que me encanta, aunque debería decir que: «me encantaría», porque uno, educado en las buenas costumbres y mejores hábitos, apenas se atreve a mirar lo que hay encima de una mesa del comedor, o en la estantería decorativa central del salón. El dueño hace un inciso (mear, vestirse, lo que sea…) y yo, cual garduña necesitada de pescado fresco, enlatado o congelado, oteo con disimulo esperando que tarde mucho.

Hay casas donde la biblioteca es exhibida con orgullo y arrogancia. «Mira que buenos libros tengo», me dicen, y aprovecho para comprobar la veracidad de tales palabras. Me hablan de sus libros con cariño, pues muchos de ellos guardan recuerdos inmarcesibles y profundos. El libro es una pequeña joya en sus manos, y cuando te lo ofrecen para que mires su índice, aunque sea de pasada, compruebas que el dueño te está observando para que acaricies sus páginas como acariciarías a su novia, si es que te la prestara, que seguro que tampoco, y el libro menos. Yo nunca los pido por si acaso. Ni los libros ni las novias, claro.

La biblioteca doméstica es espejo de nuestras almas y de nuestra vida,  Está lleno de libros que se han convertido en cicatrices de nuestro pasado, lugares de soledad, de interés, de búsqueda de respuestas en libros que quizás no los tuvieron, o que sí. Hay libros que se aman con profundidad porque dejaron una huella dolorosa o entrañable, según. Otros los compramos y apenas han sido abiertos más que un par de veces. Están esperando una oportunidad que quizás no llegue nunca. Puede que sorprenda la muerte del dueño del libro, y algunas páginas no sean nunca abiertas por él, ni por sus hijos. Quizás el nieto… Me encantaría pasar una tarde en la biblioteca de Vargas Llosa, en la del difunto García Márquez, Pérez-Reverte o JM de Prada Me gustaría entretenerme mirando y mirando entre las estanterías que guardaba Steinbeck, o Churchill, o Felipe González. ¡Qué más da! Me gustaría saber qué libros tenía Nietzsche en casa, Dickens, o Lorca, o Hemingway cuando estaba en España… Supongo que es pura curiosidad, pero es también entender a las personas.

Ahora que estoy intentando recolocar la biblioteca de mi casa, apurando el escaso espacio que tengo, compruebo que hay libros que fueron muy apreciados cuando era adolescente. Ahora me parecen estúpidos, pero me resisto a deshacerme de ellos, porque son parte de mi vida y de mi persona. Son mis circunstancias hechas páginas y letras. Hay otros que han llegado a mi casa de casualidad, un regalo desacertado, un libro comprado por equivocación, o que alguien dejó perdido y no recuerdo, los que me regalaron mis padres, o mis amigos. Tengo muchos libros de cuando estudié, porque yo estudiaba leyendo libros, subrayando apuntes y memorizando de manera organizada. Tengo bastantes de derecho, pero son los básicos, los que no se pasan de moda, Los libros de leyes los tiré según fueron derogándose. ¡Adiós amigos, bye, bye mi friend! Tengo muchísimos de teología porque cuando estudié me gastaba casi toda la beca en libros, muchos libros, algunos buenísimos y únicos. De filosofía tengo bastantes, pero reconozco que no demasiados, los he ido tomando prestados (y devolviendo) de las bibliotecas públicas, y no me ha interesado coleccionarlos más que cuando me ha impresionado algún autor. Son como retazos del pasado. Me gustaría tener más de Ortega, pero «c´est la vie», que dicen los franceses, y en cambio tengo una colección de ajedrez que ahora mismo no sé ni donde la guardo. La compré en una feria del libro de ocasión hace treinta y cinco años, o por ahí.

Examino mi adolescencia a través de los libros que me gustaban entonces, parapsicología, sexualidad y acertijos. Los años en los que me dio por conocer más el mundo del cine también dejaron su huella. Tengo algunos guiones originales, otros editados, muchos sobre escribir guión para cine, adaptar novelas…. Cientos de películas de video VHS, y en DVD, vinilos. El único formato que no ha cambiado demasiado es el libro, porque la música y las películas ha sido un desastre tecnológico. La misma canción en tres formatos, y no puedo oírla como no sea on-line. Eso con el libro no pasa. Tengo partituras, libros y libros sobre los Beatles, partituras y cancioneros de guitarra. Tengo más de quince cancioneros distintos, creo. Y libros de trotamundos, de viajes, mapas y postales de muchos lugares del mundo (o sea de Europa). También forman parte de mi vida. Somos nuestros objetos dicen los fenomenólogos de la antropología.

Ahora compro literatura, o sigo comprando, porque llevo bastantes años acumulando narrativa y novela, ahora me engancha más la poesía. Los disfruto y los remiro, los leo sistemáticamente, y aún tengo años de lecturas por casa para darme el gustazo. Tengo una biblioteca modesta, pero es la mía, la que me ha costado tiempo, la que puedo permitirme en la pequeñez de mi hogar. Se amontonan los pobres libros, y el desorden me nubla y me molesta. Los libros valiosos, los de Aguilar que son obras completas me encantan y está colocaditos, circunspectos y ufanos: Goethe, Shakespeare, Balzac, Tolstoi… Me da gusto verlos, autores y autores, aunque no tenga sitio.

Reconozco que hay libros que una vez leídos, me desharía de ellos. Hay otros que me sirven, los consulto una vez cada diez años, o así, y con eso ya soy feliz. Y hay otros que releo una y otra vez. Los clásicos me encantan. Hay traductores que deberían hacerles un monumento, porque son geniales.

La tragedia ahora está cuando llegas a casa de alguien y no tiene ni uno, ni medio libro. ni videos ni discos. Nada de nada. Minimalismo total. Apenas una revista perdida en una mesa de cristal desempolvada. Cientos de miles de fotos por las paredes, objetos decorativos de singular gusto, y ni un libro.

-¿No te gusta leer?- pregunto.

-Es que yo leo por el móvil – me dice.

Y pienso en lo poco gratificante que es ojear (porque hojear es imposible) un ebook o una tablet. Es todo tristeza y pena. De hecho hay gente que ni se acuerda del título del libro, entre otras cosas porque no lo maneja, no lo toma en sus manos, no mira y remira su portada. Es verdad que una vez leído, leído está, pero reconozco que el gustillo que me da mirar la biblioteca de mi casa de cuando en cuando, acariciarlos y abrirlos buscando el contenido en un sucinto índice, y poder decir: ¡qué majos! Eso aún no lo han logrado los de amazón.

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