El lenguaje que nos engaña o nos engañan con el lenguaje.

 

A mi el lenguaje políticamente correcto es que me chifla, porque me parece la manipulación más burda sin ningún tipo de disimulo. Vamos con el gran ejemplo: tolerancia cero = intolerancia. es lo mismo pero no. Ser intolerante, en el lenguaje correcto, es ser facha (facha=malo), y como no podemos ser malos, porque la peña hoy quiere ser buena, buenísima y sin conciencia de pecado, puritanismo en plan nazi; pues solo nos queda la opción de ser intolerantes cero. Pero cero-cero, o sea intolerantes pero buenos. Ya está. Si quieres ser intolerante pero en plan guay, pues hay que tener tolerancia cero, porque sino serás un fascista (antes retrógrado), un intolerante y un malo.

Una vez se ha creado la palabra guay, hay que usarla para lo que queramos, y siempre quedaremos bien. Por sus palabras los conoceréis, (no por sus obras, aquí Jesucristo iba al revés). Esto los de PODEMOS es que lo clavan, pero los PPSOE también se ponen estupendos. Tolerancia cero con los defraudadores, con los banqueros, con los ricos, con la casta (que no los castos), con los violentos (aquí entran desde hinchas del atlético de Madrid, hasta el violador de la diagonal, pasando por los jihadistas).

Lo de los violentos es espectacular, porque cualquiera que se cabree por algo puede acabar siendo un violento, según esta peña. Hay que hablar asertivo (palabra nueva), dicen, o sea sin cabrearte, como si tuvieras sangre de horchata. Atropella a tu niño un adolescente borracho con su moto, pues no puedes hacer nada más que ser asertivo. ¡Oiga, acaba usted de matar a mi hijo! Haga el favor de no tener conductas disruptivas. Oh lo siento, sea usted asertivo y no me meta dos yoyas.

Volvemos a la realidad. ¿Tolerancia cero con el hijoputa ese? Primero le crujes a patadas, y luego que te manden un psicólogo de esos que tiene el ministerio para los shock traumáticos. Se me ha ido la mano, le dices al psicólogo, pides perdón a la familia, y quedas como un señor. Asertivo que lo sea el cabronazo de la moto, coño.

Hay cantidad de palabras inventadas, que de cuando en cuando se cambian para que parezca que se dice lo mismo pero como de otra forma. En la escuela hay cientos de miles de ellas, a cual más idiota, pero funcionan. «Vamos a poner la reválida en varios cursos para mejorar la calidad de la enseñanza» dice el político de turno hinchado como un pollo de soberbia y caldo en grasa. O sea, vamos a hacer evaluaciones externas. O sea, que los profesores de unos centros vayan a corregir a los de otros. Esto en 2º bachillerato se llamaba selectividad y ya estaba inventado sin que nadie pueda decir que sirviera para algo. Más bien era un escollo para el profesor que le toca además de dar 2º bachillerato, recetar valiums a los alumnos. Por cierto Segundo de Bachillerato se llamaba antes Curso de Orientación Universitaria, o sea COU. Cambiamos los nombres para que no cambie nada ¿Sigo? que nadie se engañe, porque la calidad no va a mejorar, simplemente nos van a marear con estadísticas y cosas así. Mejoramos la calidad cambiando el lenguaje, diría yo. Rellenan informes los profes que suspenden, (no vale poner porque no estudian), y en pocos años diez matriculados diez aprobados, aunque no sepan nada. Calidad, calidad, calidad… bendita palabra.

Otra palabra que mola es la de «democratizar». Es un término muy de la izquierda, acogido por la insípida derecha española sin criterio alguno. Democratizar es convertir algo malo en bueno, pero sin que cambie nada. Quieres tener un restaurante chachi, democratiza tu menú. Es decir ofrece platos distintos para que la peña pueda elegir. ¡Ah! ¿Qué esto ya estaba? Entonces hay que inventar una palabra para decir que tu restaurante era antes fascista. Menús inmovilistas, frente a menús democratizados. Ya está. Medallas a mi que cambio el mundo. De esta forma podemos democratizar los parques públicos, las aceras, las familias, las escuelas, la sanidad, los aeropuertos, los supermercados, la ortografía, la historia, la literatura, los bancos y todo lo que nos dé la gana.

Ahora se lleva decir que hay que montar una escuela inclusiva; o sea, lo que había antes pero en plan matices. La mala es la escuela de antes, aunque tuviera fantásticos resultados era poco fetén, o sea muy mala, injusta y fascista. Ale. La misma mierda con distintos nombres (ñordos, zurullos, cagurrias, cagada, mierda, heces…). Segmentos de ocio son los recreos. Eso, que lo dice un humorista y te partes la caja, lo dice el Secretario de Estado de Educación, y todo el mundo abre la boca para soltar un ñordo asertivo; y luego la peña a repetir lo que dijo como que dijo algo importante.

Esto afecta también al mundo del deporte casero. Antes uno bajaba a correr un rato, pero tras unos años donde la gente hacía footing, ahora se impone el nuevo deporte llamado running. O sea correr por el campo, por la ciudad, o por el pasillo de tu casa. Pero seguro que hay variables que se nos escapan. El que baja a correr sin más, lo hace con calcetín blanco, rayas azules y rojas, pantalón muy corto con rajilla abierta por el muslo exterior, y si es hombre con pelos salvajes por piernas y pecho. Las mujeres no bajaban a correr, faltaría más que fueran así de despendoladas, salvo que dieran en marimacho. Por eso las mujeres siempre prefirieron hacer footing, lo haces con mallas (tías), calcetín media, pantalón cortilargo por debajo de la rodilla (tío), camiseta muy sudada y holgada, con auriculares y walkman para escuchar la música sin la cual te aburres. Por supuesto calzado playeras (esto es de Valladolid) o zapatilla deportiva de colores tipo reebock, que debe ser una marca.

Es running es algo totalmente distinto. Porque no solo corres, sino que lo haces con el móvil, auricular monoorejil, en conexión de datos abierta y superdepilado y superdelgada tía. Con ropa de marca de tienda de deportes de clase media, calcetines que no abriguen el tobillo, como pinkis desaparecidos en zapato de tacón. Las chicas con el pelo recogido, claro; y si se enseña el tatuaje última low cost mejor que mejor. El running es para metrosexuales,  para mujeres, y para peña moderna. Dentro de unos años se llamará de otra forma, pero de momento parece que vale a la peña.

Decía Nietzsche, con bastante acierto y ejecución, que el lenguaje en nuestra cultura occidental es una fuerza nihilizadora, que ese lenguaje impone una fetichización de la metafísica, y que tales maniobras manipuladoras de los débiles (igualitaristas, demócratas, feministas, socialistas y cristianos…) impiden una experiencia estético-dionisíaca de afirmación del devenir.

Explicación: El lenguaje en occidente es una fuerza que nos conduce a la nada. Con esta afirmación Nietzsche ya derrumbó el edificio de la filosofía, levantado con la fuerza de la palabra, de los conceptos y de las ideas. Luego sigue afirmando, que ese lenguaje impone una fetichización de la metafísica, que es tanto como afirmar que convierte los conceptos en solemnidades para darles un regusto a trascendencia («solemniza lo obvio» decía F. González cuando hablaba de J. M. Aznar). Esa trascendencia pretendida es empleada por los manipuladores culturales para decirles al resto lo que tienen que pensar, creer, y decir; y ahí entra el lenguaje políticamente correcto.

La poesía, podía haber redimido al lenguaje común, dice Nietzsche, pero no lo logró, porque Sócrates y Platón apostaron por los conceptos (igual que la ciencia, el cristianismo y la democracia, cosas que pasan), y no por la poesía. Por eso occidente mata la poesía, la considera residual, y pretende dominar el mundo dominando el lenguaje. La liberación del hombre pasa por la música y el lenguaje musical. Desembarazarnos del lenguaje es lo primero que debe hacer el superhombre. Así de claro. Más música y menos paroli.

¿Comprenden ahora por qué el lenguaje impide la experiencia estético-dionisíaca de afirmación del devenir? Mientras nadie baje a correr sin más, yo creo que está clarísimo.

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