Por suerte, o por desgracia, digo, que no se me ve mucho. Pero soy el tipo ese que está en primera fila sentado al lado de un buen amigo, Sandoval, hablando y con la cara vuelta. Llevo una asquerosa camiseta grisácea blanca y alumbro el suelo con zapatilla deportiva a juego con el libro que llevo en la mano. Les aseguro que no me di cuenta de la foto y me cazaron. ¿O cacé yo a Juan Manuel de Prada? Juzguen ustedes por sí mismos, porque allí estuve, y se lo voy a contar.
La historia es simple y el escenario imponente. Ese lugar insípido y sin personalidad, es el salón de actos, o algo parecido, que tienen en el Museo de Arte Contemporáneo, en el hermoso Patio Herreriano de Valladolid, donde hace no muchos años vi tocar a buenos grupos de música local en fiestas. Desde luego eran otros tiempos, cuando los monumentos no estaban tan separados de la gente, ni por una cuota entrada, ni por una verja, ni por un vigilante uniformado, de esos que transitan por cientos de lugares de valor incalculable con cara de no saber lo que custodian. Les hablo de hace veinte años en adelante, y creo recordar que en el claustro el escenario alojaba a los Nadie, aunque creo que también ví flamenco. La verdad es que no lo recuerdo. En mi mente se han alojado las sombras de las luces del escenario, coloreadas tras las columnas neoclásicas de un lugar emblemático, llenos de gentes que se divertían bebiendo cachis, besando a una mujer, o disfrutando de las fiestas, que incluso han cambiado, porque eran las de San Mateo. El caso es que nos metieron en la sala contigua, todo nuevo y con olor a limpio que daba gusto. En la entrada había una señorita, junto a una mesa vendiendo los libros de Don Juan Manuel de Prada, un tipo alto y grandón, no obstante era la presentación de su última novela, cuyo título no recuerdo ahora.
La chica me contó que el precio del libro era el que había fijado la editorial, y yo sonreí. Veintitrés con noventa, dijo, y yo lo pagué religiosamente, claro. Le comenté a la muchacha que los precios eran ahora los mismos en todos los sitios, y que apenas variaba el precio del libro por culpa de la Ley del Libro del año 2007, algo que hizo Zapatero en sus años de buenaventura y baraka. La chica siguió sonriendo, y es que aunque en Valladolid la gente es como borde, dicen; las azafatas de venta de libros en presentaciones suelen ser gente maja y simpática. Infundios lo de Pucela borde, ya les digo.
El caso es que el acto lo convocaba el periódico local El Norte de Castilla, uno de los de más solera de nuestro país y prestigio, dentro del desprestigio general de la prensa local. El Norte era, y sigue siendo, un periódico formal y serio, muy alejado de la hoja parroquial que aparentan otros periódicos locales de nuestra provinciana España, que se notan hechos a fuerza de amiguetes y caciques. El Norte está hecho desde la aristocracia vallisoletana, que aún queda, y aunque el tiempo todo lo muda, y Delibes dejó de escribir allí hace mil años, es un periódico con nombre, y por ahí nos entendemos.
El acto empezó tras disparar la consabida foto, y el autor se sentó rodeado de dos amigos que lo presentaban, uno era el director del Norte, y otro un amigo periodista, algo pelota para mi gusto. Reconozco que esa gente que te alaba en público te obliga a poner una cara entre azorado y bobolicón. Tengo que decir que Juan Manuel de Prada me cae bien. Me gusta como escribe, y me gusta como piensa y habla. A la gente le parece engolado y fatuo, pagado de sí mismo y en plan autoescuchante, entretenido en su mismidad. Un pedante, vaya, me dijo una compañera del insti.
Pero como en mi naturaleza, y salvo excepciones, la gente me suele caer entre bien y muy bien, pues acepto que D. Juan Manuel no fue una excepción. ¡Qué majo, oyes!, dijo una abuelita que por allí andaba.
Decía que el hombre empezó a recibir alabanzas de su periodista presentador, y el puso la típica cara de no saber donde meterse. Y reaccionó de manera elegante, sin rechazar ninguna, incluso justificándose para no parecer lo que le parecía a su colega de mesa.
El amiguete hablaba de que no corregía el texto cuando lo escribía, y que era un genio de la pluma. Y Juan Manuel decía que sí que corregía, que había hecho una buena poda, más de lo que parecía, afirmó. Luego se justificó afirmando que escribía a mano, y que luego se lo pasaban a ordenador, donde él mismo corregía los errores. El hombre dijo que cada uno tenía su forma, su ritual de escritura, y es verdad. No todo el mundo escribe igual, ni se sienta igual ante el folio en blanco, o el word inmaculado. De Prada defendía que para él era un oficio, un trabajo, un quehacer, y yo entendí que un empleo con el que ganarse uno la vida.
Por suerte, este pequeño coloquio fue precedido de una exposición, más breve que larga, sobre la novela que había escrito, la que acaba de sacar, vaya, que iba sobre la guerra y los últimos de Filipinas. Todo muy interesante, pues el autor criticó varias cosas de la sociedad española de entonces, de la Restauración y de hoy: la incapacidad e incompetencia de la clase politica, la desidia de las autoridades, la benevolencia del poder con las clases adineradas, y el abuso hacia las desfavorecidas que acudieron a Filipinas a defender lo imposible. Censuró la política de los Yanquis americanos, de los Europeos de entonces y de hoy, preocupados en su poltrona y en sus intereses, y de los españoles con complejo de inferioridad tejido a base de una leyenda negra hecha por nuestros enemigos. Recordó aquello de que Rusia y España eran la Europa expulsada de la cultura europea, donde unos querían marcharse, y otros entrar en ella, pero que siempre eran vilipendiados por sus capullos amigos franceses, ingleses y demás calaña del mismo gusto y talante. Si en Alemania hubo filósofos, en España hubo pintores, contestó. Y yo pienso que aquellos dieron el nazismo al mundo, y nosotros falangistas, que es como unos tíos vestidos de raza española y romántica, y no unos carniceros del judaísmo. Ahí ganamos también. Los franceses dieron la barrila a toda Europa, pero también presumen de la revolución francesa, que además de aguillotinar a mucha gente, también destruyó cientos de miles de obras de arte por donde pisaron, y si no que se lo pregunten a los monumentos saqueados por los franceses en España. Se pueden contar por cientos de ellos. De los británicos mejor no hablar, son los padres espirituales del apartheid sudafricano, del esclavismo moderno que intentó abolir la iglesia en el medievo, y del saqueo de medio mundo.
Los españoles no tenemos nada que envidiar a estas alimañas, y de Prada, que había ido a hablar de su libro tampoco arremetió demasiado contra sus felonías, y apenas las rozó. Terminado el acto vino la segunda parte. La firma de libros.
Reconozco mi curiosidad por tal evento, porque soy novato en estas lides que formalizan los escritores con sus lectores y admiradores. Reconozco un nosequé ante el autor, porque el endiosamiento siempre me ha resultado banal por vanidoso. Qué alguien te firme un libro está bien, es un recuerdo, pero que no te lo regale antes es un acto extraño. A mi siempre me han firmado los libros mis amigos cuando me han regalado un libro. Para un tipo estupendo, y cosas así. En cambio este acto es algo ridículo y sorprendente: yo te compro algo y a cambio tu me regalas tu impronta, que es valiosísima y se puede presumir que yo estuve allí.
Me preguntó que para quién era, y le dije el nombre de mi mujer y el mío. Y firmó poniendo algo como atemperado y profundo: esta novela de buenos vasallos en busca de un buen señor, con todo mi afecto y cariño. Lo que había dicho en la charla vaya. Minutos antes, habían estado buscando un buen bolígrafo para escribir, porque nadie tenía más que un resto de boli de aquellos cutres de agenda de teléfonos. No me fijé si puso a todos lo mismo, y mira que me he quedado intrigado, porque yo no sabría que poner. Ya lo pensaré, que creo que tengo tiempo.
Luego le conté que yo también escribía, y me puso la cara que yo habría puesto en su lugar. Otro friqui dándome la brasa. Claro, escritores somos todos los que escribimos, pensé, así que aunque tú seas un genio para tus amigos, yo lo soy en mi casa y para mí. Mis lectores son pocos, pero ya aumentarán, porque algo bueno de un libro es que no caduca cuando está bien escrito. Como los suyos, y como los míos, supongo.
Le conté que estaba a punto de sacar en papel la primera parte de LOS CABALLEROS DE VALEOLIT, y le conté que los colgaba en la red gratuitamente. El hombre no gesticuló ni pronunció una mala palabra, simplemente escribía elegantemente la frase que antes puse. Si no me gusta, te regalo uno de los míos, le dije amenazándole con esa frase antológica, propia de un cansino de tres al cuarto. Supongo que un tipo como yo, regalando sus obras on line, es lo más ofensivo para un escritor divino, como lo describieron sus amigos del Norte.
– Me gustaría leerlo. Mándamelo cuando esté en papel- me dijo.
– Vale -pensé yo sabiendo que no llegaría jamás a sus manos, y que acabaría en una papelera por ahí.
– Al ABC, por favor – me volvió a rogar.
Y me dí cuenta de que lo quería de veras. Para ver lo que hace el rival pensarán algunos. No hombre, no. Porque Juan Manuel es un tipo muy leído, y veo yo que incluso es capaz de leer algo de un desconocido.
Y yo me fui para casa más contento que unas pascuas. Me ha firmado un libro, y le he colado mis caballeros de Valeolit a un escritor afamado. Lo que todavía no tengo claro es si regalárselo o mandarlo contrarrembolso, pues el hombre no tuvo el gesto de regalarme su libro. Me hubiera sorprendido si así hubiera sido, la verdad. Por eso tengo la duda de si fui a la caza del escritor, y salí cazado; o si le endiñé mis Caballeros y a la vez me cocí de autocomplacencia.
El caso es que aquí tengo su libro encima de mi mesa. Vale, lo digo. Se titula Morir bajo tu cielo, y será lo próximo que lea. Le enviaré el mío con GPS para saber si le llega, y con un dispositivo interno que me diga si el libro ha sido abierto. Si no sucede eso, me va a oír la próxima vez que le vea.
Otras cosa.
Con motivo de los Caballeros de Valeolit, me han invitado a dar una conferencia en la Biblioteca Municipal de la calle López Gómez de Valladolid, sobre el Valladolid del Conde Ansúrez. Me han colocado en la página del Ayuntamiento de Valladolid, en concreto en Valladolid en su tinta, así que doy las gracias a la gente que está ahí detrás ayudando a los libros y a la ciudad que le gusta leer.
El acto será a las 20 horas, y el día el próximo miércoles 29 de octubre. Estáis todos invitados, por supuesto. Teníamos prevista una firma de libros, pero como no lo tengo físicamente lo dejo para más adelante. Salvo que alguno quiera que le firme en la tablet, claro. Os prometo que iré con camisa y sin los playeros.
Me alegro mucho de que el Ayuntamiento de Valladolid te dé cuartelillo. Mucho éxito con la conferencia, ojalá que vaya mucha gente y todo marche fenomenal. Un saludo.
Allí estaré, si es como los blogs, promete… 😉
Si el libro es como los blogs, promete… 🙂