La Barcelona de Ignacio Agustí y la de Eduardo Mendoza.

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Barcelona es bona si la bolsa sona, dicen los clásicos de la ciudad, pero Barcelona es más que eso. Es un magnífico escenario donde recrear y contar historias de misterio, y sobre todo del pasado. Me vienen a la mente varias de ellas recientes, de variado estilo y calidad; desde la genialidad de Ruiz Zafón, con su “La sombra del viento” y sus repetitivas comparsas (así me lo parecen), “El juego del ángel”, y “El prisionero del cielo”, hasta la novela histórica de “La catedral del Mar”, de Ildefonso Falcones, que por cierto, me recuerda mucho a Ken Follet y sus “pilares de la tierra”.

En cambio estas dos, la de Ignacio Agustí y la de Eduardo Mendoza, que presento hoy, dos autores distintos y con contenidos diferentes, me resultan más interesantes y curiosas, sobre todo porque recrean una época semejante, desde temáticas y perspectivas distintas. Son los años del modernismo, de la Semana Trágica de Barcelona, de las Exposiciones Universales, y de los inicios del siglo XX, donde la industrial Barcelona se debatía entre la justicia social, la modernidad y el modernismo, y el progreso.

Mariona Rebull, la primera de la saga de los Rius, es una obra sencilla y tierna, con el recuerdo de Anna Karenina en la presentación de la mujer fresca y joven, alegre y abierta a la vida, y decepcionada de la realidad. Anna Karenina encontró otro amor, prohibido para el entorno en el que vivió; en cambio Mariona Rebull es devorada por la muerte de unos terroristas que exigen justicia social sembrando el caos en la ciudad. Es una novela rápida y bien traída, afable y sencilla, que refleja bien una sociedad, y unos deseos en el señor Rius de triunfar y construir dinero y riqueza con la que comprar una dignidad no heredada. El trasfondo es el ruido de los obreros, de las bombas, de los sinsabores de una vida dura y con conciencia de clase, y que está dispuesta a reivindicar mejoras, incluso a cualquier precio.

La segunda novela de la saga, “El viudo Rius”, muestra también desde esos años la Barcelona escondida de la miseria y la burguesía a partes iguales. La conflictividad social crece, junto al miedo y los problemas; y la ciudad se va transformando, igual que la sociedad española, hasta alcanzar el enfrentamiento de las dos españas, irreconciliables y sádicas con el enemigo, siempre ajeno y siempre odioso. Aquí el protagonista de la historia es la ciudad, que se come a los personajes con su devenir, su oscuridades y su talento. El viudo se mira a si mismo, igual que la ciudad, que no tiene ojos para nadie más. La vida continúa, y las ciudades no parecen darse cuenta más que a través de sus habitantes y sus personajes.

La perspectiva de Eduardo Mendoza, en su novela “La ciudad de los prodigios” es distinta, aunque no la época que retrata, y que se extiende con un personaje desde la primera Exposición Universal que vivió la ciudad de Barcelona, allá por el siglo XIX, hasta la segunda, ya en la segunda década del siglo XX. Entre una y otra el personaje central, Onofre Bouvila, una anarquista de vida cambiante y entretenido nos va recreando una y otra vez con su ingenio para la supervivencia. Me recuerda, y es para bien, con Gabriel García Márquez, sin pretender escribir algo grandioso, logra Mendoza, lo que sería para mi gusto una muy buena novela, original y única, quizás algo larga en algunos tramos, pero bien compensada por la hilaridad y la sonrisa que siempre ubica en los lectores. El protagonista es de nuevo la ciudad que cambia, que está tan viva como sus personajes, incluso más que ellos, y va empujando la vida de estos.

Es extraño pero si comparo las dos visiones de la Barcelona que recrean observo dos muchos distintos, complementarios, antagónicos a veces, y cercanos otras. Agustí nos ofrece la Barcelona de la burguesía, desde un círculo cerrado, en cambio Mendoza nos enseña una Barcelona hecha desde la calle, el suelo denso y arrugado de la popularidad, incluso marginal.

Si me paro a pensar, afirmaría que todas las ciudades tienen mucho que contar, historias e intrahistorias escondidas que aguardan en sus plazas y calles, y que dormitan esperando que alguien venga a despertarlas. Por eso la labor de los escritores tiene mucho que ver con el príncipe que besa a la mujer dormida, el hada madrina que acompañada la dureza de la vida de los lugares, que logra con su varita mágica que lo que era sórdido cobre una luminosidad nueva. Es el flautista de Hamelin que con su música logra que dancen los niños a su son. Así la ciudad de despereza y acoge agradecida a los nuevos personajes creado de la pluma del escritor, que se ubican con naturalidad en la ciudad, la de todos y la de siempre. O del pasado.

De esta manera la tristeza de una ciudad desaparece cuando llega un escritor y la ilumina por dentro, recuperando rincones y personajes. Pienso en Soria y en Antonio Machado, que hizo del verso un espacio distinto al simplemente visible. El itinerario entre San Polo y San Saturio es ya distinto para todos, hoy quizás sea el más recorrido por los visitantes que turistean intentado no salirse de la urbe; ayer era el lugar donde el poeta descubrió las siglas que eran nombres, y los números que eran fechas de un pasado ya eterno. Reconozco una luz nueva en mi paisano Blasco Ibáñez que recrea la Valencia de la plaza Redonda, en “Arroz y Tartana”. Allí se vendían telas y telares, hoy varios bares esperan a que la clientela busque un lugar distinto donde perderse en la ciudad.

Reconozco que es lo que he intentado con Los caballeros de Valeolit, aunque creo que lo consiguió magníficamente Cervantes por toda España. No hay rincón de nuestro país mencionado por el escritor, que no muestre hoy con orgullo las letras que puso en su día Cervantes en alguna de sus novelas ejemplares. Menciono también el Valladolid de Delibes, donde la ruta del hereje forma parte indisoluble de la novela “El hereje”, o en Avila, donde “La sombra del ciprés es alargado” llena de recuerdos una infancia truncada por la realidad de la vida y de la muerte.

Veo que los escritores son recuperadores de las ciudades, son sus ciudadanos más ilustres aquellos que son creados e inventados, son buscados por los rincones, y en poco tiempo surgen establecimientos que llaman a su historia, en una especie de agradecimiento solemne y recíproco. Tanto me das escritor, tanto te devuelvo, parecen decir. Por eso no es extraño que alguien vaya hoy por Barcelona buscando la Biblioteca de los Libros Perdidos, por si acaso hubiera una buena novela que leer.

3 comentarios en “La Barcelona de Ignacio Agustí y la de Eduardo Mendoza.

  1. José Cervera

    Gran manera de evocar Barcelona, la cual no he visitado aún a pesar mío. A Mendoza lo he leído, con la Verdad sobre el caso Savolta y luego varias aventuras de su detective hampón y majareta (El misterio de la Cripta Embrujada…). A Ignacio Agustí no lo conocía y me parece que sus novelas y La ciudad de los prodigios de Mendoza son estupendas invitaciones para acercarse a esas peculiares miradas de la ciudad de las que hablas.

    Y bueno, qué puedo decir de El hereje de Miguel Delibes, que también mencionas. Leerla fue para mí como un rito de paso. Si algún poso me dejó creo que fue el de anteponer la compasión y el respeto a cualquier otro tipo de razones a la hora de valorar las creencias ajenas. Ojalá siempre estuviera aunque fuera un poquito a la altura de ese ideal. Gracias por las interesantes recomendaciones que nos brindas en tu artículo. Un saludo.

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