He tenido la desgracia en los últimos tiempos de verme rodeado en el trabajo de un ambiente de desconfianza disolvente y machacante. Les aseguro, que tras esta experiencia laboral, aquel sugerente dicho que afirmaba que donde hay confianza da asco, me parece ahora una delicia. Porque la desconfianza es lo más pernicioso que hay para el ser humano, y a las pruebas (y a la experiencia incluida en el insti del Bierzo en el que curro) me remito.
La desconfianza ahonda en lo peor del hombre. Rescata y saca a la luz una serie de mecanismos de protección, que se convierten a la larga en una cadena esclavizante para cualquiera que lo viva. La desmotivación está garantizada en un ambiente así, del que el principal responsable es el superior, que no siempre se entera que cuando hay mal ambiente y desconfianza la gente trabaja peor. Dicho sin ambages: si uno trabaja rodeado de gente desconfiada, termina trabajando de otra forma, o sea sin ganas y estresado. No ofrecerá todo lo que puede dar, y en cuanto pueda se largará a otro sitio. La desconfianza es una fuerza centrífuga que arroja fuera de sí cualquier calor humano que pudiera haber, cualquiera creatividad y cualquiera buena idea. Es diabólico en el sentido más etimológico de la palabra, dispersador, engañador y centrifugador de afectos e inteligencia. La desconfianza acaba engendrando mediocridad y tristeza.
Es fácil comprobar como en ambientes donde unos desconfían por sistema de otros se genera una conducta hipócrita edificada en una ética heterónoma infantilizante. En estos lugares muchos acaban hablando bajo para que no nos oigan, se oscurecen las razones de porqué se convoca tal o cual reunión; hay que estar, pero no dicen para qué por si acaso nos vamos de la lengua. En estos ambientes se disimulan los afectos, pocos dicen lo que piensan para evitar ser señalados, e incluso las conductas comprendidas en otros lugares como normales, se hacen sospechosas hasta corromper la conciencia más equilibrada y tranquila del mundo. Aunque la conducta sea adecuada, razonable y buena moralmente, (en una palabra pensada), se duda y se genera una culpabilidad en los más débiles moralmente, fruto de las miradas aviesas, los controles y las conductas manipuladoras de los más desconfiados, que siembran una atmósfera de maldad y sospecha sobre el otro. ¿Lo estaré haciendo mal cuando todo el mundo piensa mal de todo el mundo?
Todo se anota, se supervisa y se firma, nadie puede escapar a un control normativista absurdo, hecho por los más desconfiados para aparentar seriedad, cuando realmente lo que expresa es la más profunda desconfianza respecto a lo que el otro me puede ofrecer. Antes de que el otro falle, le obligo a que acate las normas de la empresa, del instituto, del grupo o de lo que sea. El otro vale poco sin normas que le obliguen, parecen querer decir. Estos ambientes son odiosos y nadie los quiere, pero cuando llegan es difícil evitarlos. Se requiere tiempo para cambiar las cosas, y en estos ambientes hay que desmontar el recelo y el rencor acumulado por años de sospechas.
La desconfianza se percibe en cuanto notas que algunos se esconden para evitar problemas, en cuanto no se dicen con claridad las cosas, cuando no hay ideas y nadie manifiesta la más mínima creatividad. Se aprecia cuando solo hay ideas nuevas para uniformizar, para igualar lo distinto, o para someter al desconocido que trae aires nuevos. Es un grito a la inteligencia ver que el trabajo del otro no se respeta, que se desprecia pública o privadamente, donde se murmura sobre tal o cual conflicto ordinario. Algunos siempre están echando mierda sobre el otro, quizás porque desconocen todo del otro, o porque creen conocerlo demasiado bien. Nunca se ciscan en el que se oculta y disimula, por lo que acaba siendo la conducta más estimada en estos ambientes. Pasar de todo, y esperar el relevo. Como las legiones romanas de Petibonum. El problema es que cuando se disimula y uno se esconde se queda a merced de los peores. Un ambiente de desconfianza se percibe enseguida porque en lugar de trabajar con alegría, la peña fluctúa entre el escaqueo, el miedo, o la mediocridad compartida.
A lo largo de estos dos años he comprobado como uno de los primeros males que genera la desconfianza humana es el resurgir incontrolado de normas y reglamentos internos. Como no se confía en la naturaleza humana, ni en el otro, se prefiere confiar en las normas. Se crean normas de obligado cumplimiento para evitar que las personas sean personas, y se construye un edificio laboral alienante y ridículo. En estos lugares todos tienen que trabajar exactamente lo mismo, de manera idéntica y uniforme, y el que no haga lo que decimos nosotros los desconfiados rompe las reglas del juego. En un ambiente de desconfianza es fácil que los peores impongan a los mejores sus igualitarismos uniformizantes con su mediocridad. Nadie puede ser especialmente creativo, ni generoso, ni bondadoso, ni humano, ni blando con el alumno, ni duro con ellos. Todos tenemos que suspender lo mismo como profes, se dice. Es lo que destacó Nietzsche en su genealogía de la moral, la desconfianza de los que se consideran buenos acaba aplastando a los que son mejores a ellos. En un ambiente de desconfianza los peores compañeros se quejan de que son los malos de la película, sin reparar en que efectivamente son los peores y los malos, y que actúan manipulando a los demás para que sean como ellos. Darth Vader era un malo que no se quejaba de ser malo, pero estos desconfiados se quejan de que no son malos los demás, se convierten en malos sin escrúpulos, en malos mediocres y cutres. Malos insatisfechos, y sin conciencia de su maldad, que es lo peor.
Decía un amigo mío hace unos años, que hay que evitar acabar como ellos, como esta gente que desconfía de los demás, entre otras cosas porque nunca respetan a los compañeros. No respetan (ni confían) en que el otro es tan buen profesional como ellos, y no respetan que tengas ideas buenas distintas y originales, cuando ellos no las tienen. No respetan ni aceptan que te lleves bien con el alumnado, que escribas tu material, que seas bueno dando clase, que apruebes a más alumnos que ellos, y crearán por todos los medios mecanismos para generar desconfianza entre tú y tus alumnos. Son maledicentes por naturaleza, y generan atmósferas opresivas en los centros de trabajo donde están.
Desconfían porque piensan que los demás les roban cosas, que los otros hacen las cosas con maldad y a sabiendas, que el otro les miente porque no se atreve a contar la verdad. Y aunque les cuentes la verdad una y otra vez ellos siempre tendrán su fantasiosa versión llena de cotilleo y resentimiento. El que desconfía del otro lo somete a control, y en ese control se crean normas y normas para que el otro, (un geta según nuestro gran desconfiador), no se escape haciendo lo que quiere, que es lo que harían ellos si pudieran. En realidad no es que haga lo que quiera, es simplemente que no hace lo que el desconfiado quiere. Es una forma sutil y dramática de manipular al otro, forzándole a ser como ellos.
La desconfianza genera antipatía y odio por el otro. Se le deja de querer para convertirlo en un objeto del que uno puede deshacerse, relegarlo, jubilarlo, o incluso promocionarlo para quitárnoslo de encima. Cuantos ambientes enrarecidos han dado lugar a un odio disimulado, a una animadversión permanente, donde cuando pueda me la pagará. Es la desconfianza la responsable, y sus desconfiados vientos.
Esto que se genera y he conocido en un ambiente de trabajo cotidiano, ¿qué no será en una sociedad donde la desconfianza se instala en la mentalidad y la atmósfera de toda la sociedad o la política? Imagino los países y lugares en la historia donde la desconfianza generó en guerra civil, como aquí en España. Nadie confiaba en que los demás cumplieran las normas, nadie confiaba en que el otro tenía ideas propias que podían ser buenas o al menos discutibles. Nadie confiaba en el que no era de su bando, y el odio se fue instalando en las mentalidades más rencorosas y primarias.
Por desgracia en nuestra sociedad parece que la desconfianza, que es un mal moral y ético, distribuye sus tentáculos de hidra venenosa sin control. Muchos medios de comunicación siembran la desconfianza en el adversario político, tertulianos de oficio con la desconfianza por regla han generado no pocas veces sociedades donde el común deja de pensar para empezar a desconfiar. Hoy muchos desconfían de los políticos, de la democracia, de la izquierda, de la derecha, del que no es como yo.
Y solo hay un remedio y una solución bastante simple y que consiste en volver al simbolein (contrario al diabolein). Que donde haya odio ponga yo confianza, amor, entendimiento, paz, diálogo y verdad. Eso dijo San Francisco de Asis en una hermosísima oración que nos ha quedado. El hombre bueno no rehuye el conflicto, como parecen susurrar los desconfiados y los escondidos, al contrario, se enfrenta directamente a él, dice la verdad aunque le cueste, y se empeña en cambiar todo lo que puede la realidad para que las cosas sean distintas. Lo primero, desmontando el mal generado.
¿Qué más decir?
La desconfianza no es propia de Dios, que al fin y al cabo, sigue confiando en el hombre, y con la que está cayendo no es poco.
Antonio, uno de tus mejores artículos. Suscribo todo. ¿Qué voy a decir yo, si he sido víctima y en cierto sentido lo sigo siendo de todo lo que dices? Lo peor de todo es que precisamente soy testigo de primera mano de todos y cada uno de las cosas que denuncias. Es horrible. Es un ambiente enrarecido, irrespirable, donde no hay amigos, donde a la mínima puedes ser señalado. En fin, te quitan hasta las ganas de trabajar y la ilusión por la profesión, que por vocación uno ha elegido.