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Islamofobia, cristofobia y libertad de expresión.

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En días recientes la voz del Papa Francisco recogía el clamor y la agonía de los cristianos perseguidos en Siria, Irak y tantos otros lugares de Oriente Próximo (me atrevo a incluir al Oriente lejano de China), donde bajo la luz de una especie de un juridicismo coránico, y una interpretación del mismo torticera, iluminista, fanática y excluyente, convertían el Corán en un arma arrojadiza, y a los cristianos de aquellas zonas del planeta – que llevan viviendo allí desde antes que hubiera islam – en sus principales víctimas.

Pero hete aquí que esto es insuficiente para esta gente, y desde hace tiempo, pues no es nuevo, se empeñan en atosigar con actos terroristas a los países Occidentales, como si nosotros fuéramos culpables de su desconcierto cultural. En este sentido atentaron contra las Torres Gemelas de NY, Madrid, Londres, y ahora París, donde por cierto, se la tenían jurada a Charlie Hebdo. También llevan atentando y persiguiendo cristianos en Africa, secuestrando a chicas jóvenes (Boko Haram) y muchas otras atrocidades sin apenas despeinarse, y con Occidente mirando a Marte por si acaso hubiera vida por allí.

También hay que decir que a los cristianos no solo los atacan estos zumbados, también encontramos en la fauna nacional y patria, otros grupos y sectores, que con límites más razonables, se toman en serio la tarea de incomodar y molestar a los creyentes de la religión que sea. Y ahí tenemos a las petardas de Femen sacando sus mandolinas en el Vaticano, agrediendo a ancianos en misa (o sea curas y obispos), o, sin ir más lejos, los señores de Charlie Hebdo, que han sufrido en sus carnes el precio de tocar los cojones a una panda de fanáticos radicales nacidos y crecidos en los suburbios musulmanes de París, y me consta que no es el primer atentado que reciben por disfrutar de una libertad de expresión siempre en el límite de la falta de respeto (y de prueba cuelgo algunas de sus portadas, todas tan graciosas como impertinentes para la gente sensible a lo religioso).

¿Tiene límites la libertad de expresión? Evidentemente sí,  debe tenerlos, pues todos los derechos tienen límites. Y de hecho en nuestra sociedad la libertad de expresión está limitada y cada vez más: reírse de una víctima del terrorismo o de una mujer agredida deben ser penados, pues entendemos todos que hay un limite a la libertad de expresión muy claro y es herir la sensibilidad más íntima y radical del otro.

Esto abre la puerta a una serie de problemas sobre el nivel de sensibilidad y paciencia que uno puede soportar. Así por ejemplo, los cristianos estamos «acostumbrados» a que se nos falte al respeto de cuando en cuando. Se alude a la libertad de expresión para montar exposiciones vejatorias e insultantes para la sensibilidad de un creyente, donde se mofan de Cristo, o de la Virgen, y aunque hay una muestra de rechazo importante, las autoridades no suelen prohibir ninguno de estos actos, argumentando la libertad de expresión. Es verdad que con no acudir a tales actos es suficiente; pues no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, pero esto no es tan fácil para una víctima del terrorismo cuando tiene que cruzarse por la calle con un grupo de idiotas que le insulta. Las televisiones, por ejemplo, u otros medios públicos, no suelen insultar de manera flagrante a sus espectadores creyentes, pues entienden que el respeto es el límite de la libertad de expresión, un límite al que hay que adherirse hoy más que nunca, pero no por miedo a la reacción del otro, sino por miedo a perder la esencia humanista de los derechos humanos.

Está claro que el nivel de tolerancia de un señor para matar a otro, no tiene nada que ver con el nivel de tolerancia de alguien que se siente molesto porque cuelgan un crucifijo en el cole de su hijo, o tocan las campanas de la iglesia del pueblo el domingo, o soporta la burla en un chiste gráfico  mofándose de sus convicciones religiosas. Podemos convivir sin molestarnos demasiado, y sin matarnos, creo yo. Lo contrario vulneraría una de las conquistas más importantes de Occidente, como son sus derechos, entre los cuales figura el derecho a la libertad de expresión, limitado, pero necesario para nuestra cultura cristiana y occidental, hija de Roma y del debate filosófico, tanto como lo es de la bondad y el reconocimiento del otro como persona.

Tolerancia significa que vemos la persona, y que la tratamos respetando aquello que no nos gusta de su ideología, creencia, etc. Supongo que un agnóstico o un ateo podrá sobrevivir sin agredirnos ni insultarnos cuando se cruza una procesión de Semana Santa por donde él paseaba, o se canta una saeta delante de la fachada de su casa, o se cruza con una monja de hábito y rosario en la mano.

En el malvado atentado terrorista contra Charlie Hebdo yo creo que se han saltado varios límites importantes:

Por supuesto el primer límite de todo este asunto es el derecho a la vida del nacido (del no nacido también aunque ahí se mire para otro lado), es decir, que aunque un señor se burle de mi creencia religiosa, no estoy legitimado, ni por Dios ni por el derecho ni por nada ni nadie, para matar al bufón. Esta gentuza tergiversadora del Corán cree que les legitima la sharia, y ahí demuestran que tienen bien poca formación religiosa. La misma formación religiosa que no existe en Francia desde hace 100 años por ser un Estado laico, con un sistema político bastante intolerante con la religión cuando se manifiesta en público, todo hay que decirlo. Pues no olvidemos que en Francia la iglesia fue despojada de sus templos, y actualmente no se permite una procesión con el Santísimo por las calles salvo que lo apruebe un funcionario en su despacho. O sea, intolerancia en el corazón de la grandeur, que quizás conviene repensar.

Segundo límite, la libertad religiosa. Las religiones deberían poderse manifestar públicamente sin más cortapisa que la alteración del orden público, o la generación de graves problemas sociales. Esto no se respeta en Francia, que recluye la religión a la esfera de lo privado, negando a la religión una de sus características más esenciales, como es la de ser un hecho social, cultural, y por tanto público. Esto ha convertido a la religión en un problema para todo occidente, en especial para Francia, pero no la religión islámica, sino cualquier religión incluida la cristiana. El laicismo francés desconoce que es en esencia lo religioso, pero tampoco entiende el cristianismo que explica la cultura francesa, lo que equivale a decir que no se entienden a sí mismos. Este mal por desgracia tiene a aquejar a todo Occidente que se va desraízando de su propia cultura, hasta no reconocerse fácilmente en el espejo. ¿Cuál es la esencia de occidente?

En mi opinión la religión forma parte intrínseca de una cultura, es uno de sostenes de la identidad de un pueblo y de una nación, y sus manifestaciones, cuando no son imposiciones intolerables y contrarias a las convicciones más íntimas, no deberían molestar. Es una superestructura, como les gusta decir a los marxistas. En mi opinión, la religión es capaz de moldear el resto de elementos culturales propios y ajenos: familia, jurídico, social, ideológico, e incluso económico y productivo. Esto no es ni bueno ni malo, es simplemente una realidad antropológica.

La sharia no es por eso algo malo en sí mismo, sino algo lógico en todas las culturas, incluida la nuestra, que también de alguna forma tiene su normativa jurídica más o menos reconocida en la ley cristiana. El cristianismo modificó singularmente el imperio Romano, y la cultura romana formó en gran parte el cristianismo (latín, liturgias, etc).

Tercer límite. La libertad de expresión. Las religiones no compiten de la misma manera con las ideologías cuando se trata de zaherir al otro desde la libertad de expresión. Es decir, se pueden ridiculizar las ideas cuando son abiertamente irracionales, irreflexivas, o absurdas, y el debate se enriquece, pero no se puede ridiculizar las creencias del otro sin insultarlo profundamente. Esto no suele ser comprendido demasiado por el ateísmo, que tiene las creencias de los demás como algo absurdo y ridículo, como mera ideología irracional. De hecho, hace unos años, cuando participaba en debates ateos-cristianos, era bastante complicado dialogar con los representantes del ateísmo, porque fácilmente terminaba tachando a los creyentes de idiotas, ignorantes y cosas por el estilo. Es verdad que luego no sabían que era el argumento ontológico de San Anselmo, ni habían leído un libro en su vida, pero les daba igual, porque bastaba con manejar varios clichés insultantes sobre la inquisición, para autoconvencerse de que eran unos sabios comecuras. Por supuesto abandoné tales foros porque la libertad de expresión se había tergiversado y convertido en insultar al otro, lo que convertía esa libertad de expresión en la esclavitud de no poder entendernos.

Por eso, es muy importante limitar la libertad de expresión que promueve el odio, porque en la construcción del diálogo en la democracia, el respeto y al escucha al otro es una premisa ética sin la cual no existe democracia alguna.

¿Por qué entonces no entendemos el islam de igual forma que ellos nos entienden a nosotros?

Desde el punto de vista racional no podemos comprender culturalmente a un pueblo si no entendemos y atendemos a su religión, además de, por supuesto, a su economía, su estructura familiar, patrimonial, jurídica, ideológica, o productiva-reproductiva. Pero no son compartimentos estancos, sino que se vinculan y conviven influyéndose unos y otros hasta armonizarse con el tiempo. Una cultura no puede ser incoherente por mucho tiempo, salvo que esté sometida a una permanente crisis identitaria, que es lo que le sucede a Occidente. Por eso la disarmonía de las estructuras culturales tiene que ver con los periodos de crisis de las sociedad y las culturas, crisis causada por el encuentro con otra cultura poderosa, que es lo que le sucede al cristianismo occidental y al islam. O crisis causada por la pérdida del sentido religioso, como le sucede a Occidente.

Ellos (los descerebrados estos que se auto-inmolan haciendo el bestia) se sienten atacados por la cultura occidental que es más poderosa económicamente, y su reacción ante tal invasión cultural es la resistencia ante Occidente, su estilo y su modo de vida. Por eso atentan contra sus vecinos inmediatos sean parisinos o sean de Alepo en Siria. Para esta gente todo lo que pertenece a Occidente es el demonio, y ante una cultura que pretende globalizar los derechos humanos, incluida la libertad de expresión, no les queda más respuesta que justificar su atentado bajo la falacia de una interpretación religiosa sesgada por ellos mismos para obligar a Alá a decir lo que dicen ellos mismos blasfemando contra el hombre y en el nombre de Alá.

De hecho, estos señores que han atentado en París se han educado en Occidente. Son franceses que han ido de pequeños a la escuela laica y pública francesa, la gran escuela francesa, muy eficaz en muchas cosas, pero claramente incapaz de orientar a las nuevas generaciones de emigrantes hacia un arraigo en la tradición cultural francesa. Son por desgracia la punta de un iceberg formado por desarraigados que no desean convivir con la cultura francesa que les vio nacer.

Es evidente que el problema no está en las religiones mismas, pues encontramos que desde hace 1400 años convivían los cristianos Caldeos de Siria con los musulmanes que llegaron a allí tras la Hégira. El problema está en la falta de arraigo y sentido de la vida religiosa de estos franceses, hijos de emigrantes la mayoría, que han encontrado en el islam una justificación y una legitimación para matar a otros, igual que los de miembros de cualquier otra secta fanática e intolerante.

Por eso la libertad religiosa, tiene que encontrar como límite el respeto y la convivencia con otras confesiones o religiones. Y esto es complicado desde el punto de vista antropológico, porque una cultura siempre tiende a uniformizarse desde la mayoría cultural que va imponiendo a la minoría cultural sus pautas culturales. De ahí que sea lógico y entendible, que estos franceses sientan animadversión hacia la cultura que se les quiere imponer, en este caso la Occidental, aunque sea la cultura que les ha dado todo, y sea a la que pertenecen. ¿Me siguen? Están desarraigados en su propia cultura francesa, y hay que combatir el yihadismo combatiendo tal desarraigo cultural mostrando que es posible ser un buen musulmán en Occidente aceptando y asimilando los derechos humanos como algo querido por Alá.

Cuando las chicas musulmanas acaban yendo con estos grupos a salvar al mundo occidental del demonio, y se encuentran con que son las putas de los soldados varones del Estado Islámico yihadista desean volver, y es que no han sido educadas para ser putas de nadie. De hecho, en ninguna cultura (y mucho menos en el islam) se educa a las mujeres para ser putas de los varones.

El desarraigo cultural de occidente, donde se seculariza cualquier trascendencia acaba formando una sociedad deconstruida, fragmentada y rizomática (en terminología de Deleuze). Se fragmenta el individuo, que lo arroja y convierte en un superviviente de la sociedad de consumo, y se termina sustituyendo la trascendencia por lo tangible de la patria, la grandeur del pasado y la historia, o el frenesí de sus lemas omnímodos: libertad, fraternidad e igualdad. Napoleón acaba siendo el Dios que Francia mató en la Revolución, por decirlo en un lenguaje metafórico y poético, y ellos mismos terminan adorándose como el becerro de oro se adoraba a sí mismo, pues era de oro. Este es un caldo de cultivo para que surjan los fanatismos religiosos, las interpretaciones excluyentes y violentas de los textos sagrados, sean los que sean, y suenen como suenen. Y es que no se puede sustituir a Dios por la Nación, por la Patria, o por la Raza francesa, como pretenden hacer los extremistas del otro lado.

Por eso es deber de todos combatir este yihadismo desde los distintos frentes que no podemos dar, y que voy a proponer en varios puntos sencillos.

1. El islam que vive en occidente debe vincularse a esta lucha contra el yihadismo. Si forman parte de nuestra sociedad francesa, española, o alemana, deben implicarse en su construcción social y cultural, donde los derechos humanos sean respetados por ser principios insertos en la vida de la sharia. En este sentido no puede aceptarse una interpretación de la ley islámica que incluya la lapidación, y otras muchas reglas del mismo cariz. La interpretación personal del Corán que afirme que el respeto a los derechos humanos es querido por Alá, y es tan bueno y santo como la Sharia, debe ser la interpretación dominante entre los imanes y los líderes religiosos del islam.

2. Occidente (pero también los países islámicos) deben asumir la práctica de lo religioso, incluidas sus manifestaciones como algo público. No se puede exigir libertad religiosa en París o Madrid, y no pedirla en igualdad de condiciones para los cristianos que viven en El Cairo, en Alepo, o en Teherán. La confesionalidad de un estado no puede ser un obstáculo que restrinja la libertad religiosa, donde se incluya el respeto a las minorías.

3. Limitar la libertad de expresión censurando aquellas manifestaciones que sean insultantes o vejatorias para la sensibilidad religiosa, o para las personas. No se deben aceptar manifestaciones que potencien la violencia o el odio contra nadie, ni contra sus ideas o creencias.

4. Potenciar una auténtica y adecuada formación religiosa en las nuevas generaciones. La religión no puede estar en manos de cualquier iluminado. La formación religiosa es un asunto de Estado, como lo es la trasmisión de una cultura. Esto no implica obligatoriedad en la creencia, sino en su conocimiento. Necesitamos buenos profesores de islam, como ya hay gente en el cristianismo con una magnífica formación. ¿No sería deseable un islam con dirigentes sensatos, con buenos intelectuales, y gente de bien como tiene el cristianismo en sus obispos o en el Papa? Esto ya sucede en muchos estratos de la sociedad islámica, pero la cuestión es si esas personas están asumiendo posiciones de liderazgo, capaz de construir una sociedad más justa y tolerante. Esto beneficiaría al islam a encontrar su acomodo en este mundo globalizado, a la vez que le permitiría la convivencia, dejando al descubierto el absurdo del terrorismo yihadista.

Menos islamofobia, menos cristofobia, y más una libertad basada en el respeto al otro. ¿Podría ser?