No quiero tocar demasiado las narices, pero es verdad esto de que ni no estás cabreado e indignado contra algo o alguien no eres nadie. De hecho es como una fachada, una actuación memorable, un personaje que se superpone a la persona, y que no pocas veces termina devorándolo.
Camilo José Cela se montó un personaje entre cabreado e irónico, Pérez-Reverte tiene un tono chulesco que vende mucho (acaba de llamar payaso a Pio Moa sin despeinarse), Cristiano Ronaldo faltó al respeto a un compañero de trabajo retirado llamado Xavi Hernández y en la tele hay programas que consisten básicamente en estar cabreado y reconciliado por días, incluso por horas. Si te mosqueas mucho sales mucho en la tele, pero si eres un tipo normal, no sales ni aunque te peguen dos tiros en la nuca seguidos. Ya puedes escribir novelas, hacer cine, recitar poesía o ser medalla de oro en badminton. Sales a lo sumo un día, treinta segundos, y se acabó.
Si Carolina Marín hubiera dicho que estaba hasta los cojones de Montoro y que se iba a Andorra con sus minúsculos ahorros, y luego hubiera enseñado el culo a la prensa brasileña en protesta por el hambre de las favelas, y luego hubiera afirmado con vehemencia que habían sido los peores Juegos Olímpicos de la historia saliendo del armario y cabreándose contra los gilipollas que ven fútbol y contra los negros que se ahogan porque les da la gana en sus putas pateras, sería mucho más famosa y ganaría más dinero. No jugaría mejor a badminton pero la tendríamos de tertuliana con Lucía Etxebarría en un programa dirigido por las Campos y con Pedro Sánchez de invitado especial. Todos cabreados hablando de Rajoy, que es un tipo cabreante hasta para los del PP.
Los cabreados venden su cabreo y su indignación como si fuera real. Hay gente enfadada porque mataron a su abuelo hace ochenta de años en una guerra, se lo han contado y están mosqueados desde entonces, sobre todo cuando van a la tele a contártelo. Las feminazis están cabreadas y la emprenden a tetazos contra el que les cae mal. Incluso gente que va por la calle con cara normal, en cuanto les plantas la alcachofa como que se despiporran a calentarse. Y es que la tele es un modelo de referencia imprescindible para el vulgo, y como en la tele todo el mundo está como cabreado, pues eso.
A mi me molan los de gordishore, que es un programa (para mi que es un documental de antropología encubierta de la UNED) donde unos tiparracos tatuados se entregan a la promiscuidad sin arrobo, pero también están cabreados. Lo que iba a ser el paraiso del sexo libre se convierte en un infierno de dudosa estética. los escogen así, a los angelitos me refiero, porque si no están cabreados no lo ve ni rita. El gran éxito de Gran Hermano es que todos parecen mosqueados y reconciliados cada poco, y eso debe poner mucho. Que uno odie a otro, pero luego le sonría como un tontorrón debe ser super interesante. Record de audiencias. Eso por no hablar de «hermano mayor», donde montan un chou a costa de un ficus malcriado que afostia a sus padres de cuando en cuando. Seguro que veía mucho la tele de pequeño, y no precisamente la dos.
Lo enfadado vende, y a la gente le gusta ver a otra gente enfadada, esa es mi conclusión. Aunque imagino que habrá excepciones, los periodistas, que siempre andan detrás de la noticia, saben que un cabreo es noticia, en cambio un tipo tranquilo, es aburrido. Les encanta ver si Casillas se cabrea o no por no llamarle Lopetegui o del Bosque, por ejemplo. También se plantan delante de la casa de la Pantoja a ver si pierde los nervios, porque si se cabrea ya tienen programa. Por eso hay gente, que para hacerse famosa, vende que está supercabreado, y esta enfermedad afecta incluso a los escritores, que son gente como que va de otro rollo más tranquilo e intimista.
Por ejemplo, a Pérez-Reverte le va de cuando en cuando el tono chulesco y prepotente. Recuerdo que en una ocasión el señor Arturo se quejó de que la gente por la calle le alentaba a dar caña, porque creía que era un broncas. Él se defendía diciendo que era una pose, o eso entendí. Pero el otro día llamó payaso a Pío Moa en su página del XL, y es que su personaje lo está devorando. No es que dice que en España no cabe ni un tonto más, es que se lo termina creyendo sin matices. Cualquier día absorbe agua por el culo, como confesó Camilo José Cela, nuestro cabreado premio el Nobel. ¿Más gachas don Camilo? Toma, claro. A Miguel Delibes nunca le llamaron para hacer anuncios, y es que don Miguel no estaba cabreado de oficio de buena gente que era. Por supuesto, de Vicente Aleixandre, otro premio nobel español, prefiero no preguntar.
Yo, humildemente, y para vender los Caballeros de Valeolit en su tercera parte, había pensado quemar el último libro de Harry Potter en público, escupir y limpiarme el culo con una bandera, digamos la catalana o la andaluza (que son más peña), lógicamente tras defecar en público guardando mis heces en un frasco para enviárselo a la Princesa Letizia por operarse la napia. Luego llegarán los medios, y hablaré abiertamente de que la tele está llena de gilipollas de género confuso, y que si me daban el Premio Planeta iba a cagarme en su puta madre y en toda la industria cultura, eso sí, aceptaría porque me mola el dinero más que a un tonto un lápiz. Seguro que me lo daban por contestatario y rebelde, porque eso vende. No como escribir con gusto, claro, que es de idiotas creidillos y aburridos.
Lo malo es que tendría que renunciar a pasear por el Campo Grande con mi mujer y mis hijas, y estaría obligado a soltar exabruptos a los del Norte de Castilla que quisieran entrevistarme, porque claro, conseguir una entrevista conmigo sería un premio para un periodista, pues todo el mundo sabe que siendo un capullo valgo más. Mis pobres caballeros de Valeolit se harían famosos, pero a costa no de su lectura, sino por culpa del mundo en el que vivimos. Ya lo siento, porque yo es que me cabreo poco, me va más el estilo de don Miguel, por eso estoy jodido.
Voy a acabar esta entrada a lo grande, a ver si tengo más audiencia esta semana: Ale, a la mierda. Con perdón, claro.