Arderéis como en el 36. Pues vale, y os fusilaremos como en el 39. Esa es la provocación del odio, y esa es la respuesta, la que está a la altura de los descerebrados que se mueven a gusto odiando a troche y moche. El odio es algo visceral, y por tanto apunta a lo emocional, sentimental y acrítico del hombre. El odio convierte al buen salvaje de Rouseau en el lobo que era con Hobbes; y es que contra el odio solo es posible reconducir la sociedad a las leyes (y el absolutismo).
El odio no puede formar parte de la acción política, ni de sus declaraciones verbales, ni de su manera de hacer política en la calle. Llevamos años (desde que Zapatero hundió la nación) escuchando como el odio se ha despertado en la sociedad española. Unos odian a la derecha, a lo español, a la religión, a los banqueros, a los funcionarios, o a los ricos. Y otros odian a los que los odian.
Por suerte no todos pensamos igual, incluso algunos pensamos sin odiar, gracias a Dios.
Estos odiadores profesionales necesitan un enemigo al que odiar. Se han despertado desde la indignación y el cabreo de una sociedad innane y en crisis. Pero el odio ha sido trabajado gracias a un sistema educativo basado en la división social de buenos y malos. El que odia siempre piensa que él está del lado de los buenos, y que por eso tiene derecho a odiar y a machacar al enemigo, que es malo. El odio es hijo de la soberbia, y ese es exactamente el contenido de la lucha de clases del marxismo, obtener una licencia para matar gratis al que consideramos que nos está oprimiendo. El odio ha sido potenciado durante años en nuestra sociedad, y la clase política ha dado malos ejemplos aparentando odiarse entre sí. La gente escuchaba sus proclamas llenas de odio en los mítines, y por desgracia, algunos se han creído lo que decían, y que odiar era bueno, cuando se odiaba a los malos. Craso error.
Cuando salió lo de Gescartera, aparecieron varios zumbados por el arzobispado gritando como locos. ¡Cabrones, cabrones! Odiaban a la iglesia porque habían visto la tele y habían reinterpretado lo que les apetecía. Los curas vestidos de curas, tienen que escuchar de cuando en cuando insultos de gente que por la calle no tiene mejor provecho en sus vidas que odiar. Las redes sociales están rezumando odio por todos los poros. Y la bilis llama a la bilis y a la descomposición. Y muchos periodistas se suman con antorchas, desde el Informal y la Sexta, hasta Jiménez Losantos, que rezuma odio contra Rajoy por su pasividad.
Los indignados contemporáneos, en lugar de reconducir su cabreo para sacarnos adelante, o para labrarse un futuro, o para organizarse racionalmente y ofrecer a la sociedad algo bueno o mejor, simplemente apelan al odio y «acabar con» como la única medicina posible, o sea matar al enfermo dándole una paliza. Por eso los indignados del famoso 15 mayo han acabado odiando todo, y el caldo de cultivo que han regado con sus gritos se ha extendido a una sociedad que está empezando a odiar sin criterio.
Se oyen voces que odian cumplir las leyes (estado de derecho), odian el parlamento, odian el sistema, odian el bipartidismo, odian las capillas en la complutense, odian a los obispos, odian al capitalismo, odian las obras en Gamonal, odian a la infanta Cristina, odian al rey, y odian a Esperanza Aguirre que les hace frente, porque ya no tienen a Aznar, al que también lo odian con toda su rabia. Viven odiando, y son felices así, supongo.
Yo creo que forma parte de nuestra forma de ser, pues la historia más reciente de la humanidad occidental está llena de odios que han movido la historia hasta el paroxismo contemporáneo. El renacimiento se hizo odiando al medievo, la ilustración odiando al cuarto voto de los jesuitas (la obediencia al Papa, que no al Rey), la revolución francesa lo bordó odiando al rey, a los aristócratas y luego a todos los que no eran jacobinos con la guillotina, nuestra guerra de la independencia española lo clavó odiando a los franceses y al memo de Pepe Botella, y todo así. Los absolutistas odiaron luego a los liberales, y los carlistas a los isabelinos. Y pasó un siglo. Los anarquistas odiaban a los conservadores y liberales, los comunistas a los socialdemócratas, los republicanos a los monárquicos, y los franquistas a los republicanos. Pasó medio siglo. Los nazis odiaban a los judíos, los judíos a los palestinos, y los musulmanes odian a occidente, aunque no quieren ser nazis. Aquí todo el mundo está odiando, y seguimos de odio en odio, alimentando rencores y escuchándonos a nosotros mismos expulsando baba verde por la boca. El motor de la historia parece ser el odio de unos a otros, y no el materialismo. Por eso hay que reformular a Marx y hablar del idealismo histórico que odia, como el motor, la síntesis que decía Hegel.
Luego vienen los cincuenta millones de muertos de la guerra, los desaparecidos, los desterrados, los muertos de hambre, los asesinados por Pol Pot, por los nazis, por Stalin, por Guantánamo, los devorados por Bin Laden, y los devorados por la guerra en Irak. Hutus contra Tutsies. ¿Se acuerdan? Y nos tiramos de los pelos diciendo que no vuelva a pasar. Y hacemos una reflexión, escribimos libros nihilistas y terribles sobre lo que ha sucedido y hacemos congresos para que no se vuelva a repetir. Pero a los diez años ya nos hemos olvidado, y volvemos a la carga con más y nuevos odiois.
El odio despertó como acción política con la Revolución Francesa y se reafirmó (aunque no sea nuevo en nuestra vieja humanidad) con el marxismo y la «lucha de clases». Dividir la humanidad en opresores y oprimidos es una salvajada, porque además de ser irreal, empuja a la humanidad a una permanente pelea, y obliga a la izquierda (la más afectada por el odio) a una lucha a muerte para conseguir sus objetivos, contra el que sea. Ellos lo llaman luchar, pero en realidad quieren decir «odiar». Nietzsche habla de lucha como otra cosa, no como un odio de débiles, sino como una voluntad de poder donde los más fuertes destacan por su vitalidad. Simplemente.
Combatir el odio es realmente muy complicado, porque desarmar lo emocional es casi imposible. Para Gandi el odio engendra más odio, y tenía razón. Pero la contestación pacífica del odio también puede ser un error, y la historia nos ha enseñado que cuando no se hace nada contra los que te odian te acaban gaseando en Auschwit, como les pasó a los judíos, o montando una guerra brutal como sufrió Europa con estos alemanes que odiaban el comunismo tanto como la democracia. Una lección semejante extraigo de la II República Española, donde la gente fue enseñada a odiar a la iglesia, los patronos, los empresarios y los banqueros (hay carteles para demostrarlo de antes de la guerra); y cuando se pasó a las manos ya era demasiado tarde para que no hubiera alguien enfrente dispuesto a defender sus convicciones, creencias y personas. Los fachas, vaya, que encima ganaron la guerra porque se odiaron menos entre ellos que los del bando republicano. Una pena y una oportunidad perdida para España.
Quizás igual que hoy.
Con todo el cariño y sin acritud: Arderemos como en el 36, pero alguien os fusilará como en el 39. Ojo por ojo se llama, y está inventado hace mucho. Yo prefiero lo del amor al prójimo, me parece más moderno.