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La Ley de desmemoria histórica y su soberana aplicación.

Desde que Fukuyama dijo en los años 90 que estábamos ante el fin de la historia, los españoles no hemos levantado cabeza pensando que teníamos que olvidar nuestro pasado y reconciliarnos entre nosotros. Y eso duele, porque si algo nos gusta a los españoles es meter el dedo en el ojo al vecino, y luego gritar que se lo merecía por facha, por rojo, por maricón o por cura. Nos encanta cocernos en nuestra salsa, y la historia siempre nos ha proporcionado grandes justificaciones para lloriquear que es injusto que el vecino no nos bese los pies por la calle, se humille y se arrodille a nuestro paso. Por malo, claro. Porque los buenos siempre son los míos.

Por eso se inventó lo de la memoria histórica, para que no nos olvidemos que hay una revancha esperándonos a la vuelta de la esquina. Esto no es nuevo, la historia siempre ha sido la gran asignatura pendiente de la gran masa hispánica, que desde el nacionalismo utiliza el pasado como arma arrojadiza contra el enemigo que él mismo se inventa. Nunca ha sido nuestro fuerte refutarla ni aprenderla, y aquí acabamos convencidos incluso de la leyenda negra que ingeniaron los de la pérfida albión contra nosotros. Aquí todo vale con tal de que se pueda usar contra el prójimo, aunque sea mentira. Somos un país de mentirosos, donde mentir contra alguien es casi deporte nacional, y que me perdonen los que dicen la verdad, que seguro que también son muchos.

Lo malo ahora es que como la ignorancia se ha instalado en amplias capas de la sociedad, y se desconoce la propia historia a fuerza de interpretarla torticeramente desde ámbitos sectarios y endogámicos. El subrealismo de Dalí y Buñuel casi nos parece un juego de bobos comparado con la que nos espera y con lo que hay que escuchar.

Para los ignorantes, todo les recuerda al franquismo, desde la bandera hasta los pastelitos de poskitos de los años 60, y es lógico, porque no existió una España desde el año 39 al 75 que no fuera franquista. Los exiliados fueron adocenados en el extranjero, dirigentes en su mayoría de la II República, que además se odiaban entre sí con sus gobiernos en el exilio y provisionales, pero no montaron una España alternativa. Estos pobres,  fueron castigados por ser españoles en la URSS, y en Mejico sobrevivieron como pudieron, con más dificultad que otra cosa. Fueron la España exiliada, que no volvió hasta que no murió el dictador (algunos decidieron no volver), pero aquí todo pasó por la dictadura y el franquismo, desde los 600 hasta la Seguridad Social y la paga extra de Navidad. A Franco se le debe todo y se le achaca todo lo de esos años, para bien o para mal, y eso vuelve locos a algunos que quieren enjuiciar al Dictador olvidando la verdad; y eso lo hacen con una ley de memoria histórica, lo cual es paradójico. Recordar para autoengañarse.

Por eso se puede denunciar todo por franquista, desde el trazado de las calles hasta las estatuas de Quijote y Sancho de la plaza España de Madrid. La memoria histórica se supone que era para desenterrar a los muertos de las cunetas, y resarcir moralmente a su familiares. Pero claro, ¿a qué familiar le importa lo que hizo un bisabuelo al que no conoció? Sobre todo si asesinó al bisabuelo del bisabuelo del vecino. A nadie. Pero a los políticos más sectarios este tema como que les pone mucho, y se recrean llorando la muerte de su bisabuelo, al que nunca conocieron, como si lo acabaran de ahorcar el jueves pasado. Contra las emociones, sobre todo si son impostadas, no se puede luchar, más que con otras emociones, digo yo. Lo malo de este tema es que para algunos necios solo son víctimas los de su pueblo y de su bando, y eso es dar palos de ciego, y que me perdonen los ciegos.

Yo de esto sé un rato, porque mi familia perdió la guerra. Soy de Valencia, y la tierra obliga. Mi abuelo estuvo en el frente republicano partiéndose el pecho contra los del otro bando. Cuando acabó la guerra volvió a España, y tras un año de cárcel causado por una denuncia de un vecino (otro rojo que pensaba que así se salvaría) llegó el día del juicio. El jefe de policía, de falange y amigo de la infancia en el pueblo, se alarmó al verle en el juzgado, y ante el juez dijo que este hombre era buena persona. Y mi abuelo se fue a su casa. Ya está. ¿Qué les parece? ¿Mandamos a tomar por culo al tío que salvó la vida a mi abuelo por ser falangista? Seguro que hay imbéciles que ahora pedirían a mi abuelo que se dejara matar como un mártir de la República, más que nada para que ellos puedan seguir escupiendo veneno y disfrutando del victimismo asociado a sus miserias del presente. El que necesita el pasado es porque no tiene nada interesante que ofrecer en el presente, y por supuesto no tiene futuro alguno.

Les cuento otra anécdota que refleja bien donde estamos. En un viaje con algunos compañeros de instituto de Salamanca, muy sensibles a las pérdidas del bando Republicano, visitamos un monolito que están perdido por algún lugar del Teruel que no recuerdo porque nos llevaron. Allí fueron asesinados un grupo de anarquistas, y han colocado, imagino que peña de la CNT, una bandera anarquista, unas flores cuidadas, y una especie de pozo que recuerda que allí están los cadáveres. En el monolito, por la parte de atrás, venía explicado el incidente, en una letra un poco pequeña y como se produjo la matanza. Mis compañeros iban para conmemorar a aquellos mártires de la izquierda – así lo dijeron -y por supuesto, todas aquellas muertes habían sido casi causadas por los fascistas y casi por el mismísimo Aznar, que entonces gobernaba nuestro país.

Se me ocurrió leer la letra pequeña del monolito. Aquellos cenetistas habían sido asesinados en un paredón por los comunistas del PCE, enviados por Largo Caballero o Negrín, no recuerdo bien. Habían muerto asesinados por los de su mismo bando, la izquierda, en una de sus múltiples facciones. Cuando les comenté que allí ponía algo que debía cambiarles la perspectiva de lo que la guerra civil, se negaron a atenderme, y yo reconozco que tampoco insistí. Estaban demasiado absortos maldiciendo a los cabrones de curas y de los fachas, como para enterarse de que las víctimas y los verdugos son la misma cosa en una guerra. Pues eso. La misma cosa. En una guerra civil los únicos inocentes son los niños. Los de un bando y los de otro, aunque no lo quieran reconocer en su ceguera.