Lecturas de verano: los clásicos nunca fallan.

Reconozco que cuando llega el buen tiempo, con las vacaciones y las ganas de campear, playear y arrumbarse al ocio, surge el fervor desmedido por entregarse a la ejemplar lectura de verano. Las experiencias en este campo, como suele pasar con todo, son de lo más variopintas; y así, uno se enfrenta de cuando en cuando al deporte de buscar algún libro que valga la pena, y bucea entre la innumerable pléyade de publicaciones que se dispersan por la estanterías de las librerías más guapas de la ciudad, y de la propia casa.

También están las librerías de los grandes almacenes, donde ofrecen los libros igual que fueran quesos de producción regional, en grandes anuncios, y amontonados de cincuenta en cincuenta. Me dice un amigo editor (local, claro) que la mayoría se reciclan y destruyen luego, pero que una montonera llama a otra montonera y que es la forma de vender contemporánea: torres de libros, montones en cajones como sandías. O sea, si quieres vender libros acumula tres mil libros en un pasillo de un supermercado y venderás doscientos. Porque si acumulas doscientos, solo venderás treinta, y así sucesivamente. La peña funciona así, no rebusca un buen libro, sino que prefiere que le digan lo que tiene que leer. Que me aconsejen, que me recomienden hasta que tenga más criterio, o porque me fío del buen gusto de mi gente, o porque no quiero perder el tiempo pensando. Y eso está bien a medias. Yo soy de los que rebuscan y encuentran más por casa propia, o de mis padres que por grandes almacenes. Sí que sigo los consejos de mi hermano o de mi madre en lecturas, porque no suelen fallar. Y luego el instinto de uno, no siempre certero, pues reconozco que alguna vez uno ha picado de más, y cuando vas a comprar una silla de playa, terminas llevándote el libro que dignifique el asiento, pero suelo leer lo que veo perdido por algún rincón y me llena de curiosidad. ¿Y este libro?

Dicen los libreros que en estos días la gente prefiere el libro de bolsillo, cómodo de llevar y casi también hecho para las vacaciones. Y mucha gente me ha comentado que en verano aprovechan para leer lo que durante los meses de trabajo, con niños y bullicio es imposible. La piscina siempre se presta a que, mientras los niños abruman al personal soltero con sus gritos, la mamá (o papá) profesional del berrido cotidiano se entregue a la lectura entre sol y sombra, cañita y heladito. Eso son las vacaciones, y que se quiten bobadas de parques temáticos, donde nos los excitan por veinte euros tu entrada de adulto.

También los pueblos se iluminan de urbanitas que durante las horas de siesta, donde hay más silencio que por las noches, se empanan con alguna lectura. Desde luego más ameno que los bodrios que echan por la tele, series b, o corazón con tomate, donde te cuentan lo delgados y guapos que está la gente delgada y guapa de la tele, sí que es. Este año, Marujita Diaz no nos pondrá ojitos (D.E.P.), y seguro que con suerte nos perdemos a la Obregón enseñando el jamón (mira, rima), gracias a Dios, por supuesto. Así que no tenemos excusa para echar un vistazo al Delibes que espera en la estantería  polvorienta y fresca de la casa del pueblo.

Yo la pregunta que me hago siempre que acabo un libro es cuál será el título de lo siguiente que lea. Reconozco que no soy de comprar más que cuando me interesa mucho, o me llama mucho la atención una obra o un autor, porque yo soy de autores y de obras completas. Soy más de rebuscar entre los buenos clásicos que andan por casa, y nunca me han defraudado, que de salir a la biblioteca a por algo, que también. Y siempre escucho y digo lo mismo: donde esté un autor clásico que se quite lo demás.

Supongo que uno está acostumbrado a que la lectura sea magistral, única y benévola. Que le saque de la rutina, que le impulse a los más altos grados del delirio placentero que se puede alcanzar con un libro. O si un año leímos algo que nos encantó, exigimos a la vida que nos deleite con lecturas magníficas y maravillosas, y claro, eso no suele ocurrir con frecuencia. Por que hay libros que nos decepcionan después de haberle entregado nuestra alma y tiempo. Por eso reconozco que prefiero los clásicos, los que nunca fallan.

Los autores clásicos son como una novia estrecha y recatada, exigen cierto esfuerzo que no piden las novelicas montoneras, casquivanas todas ellas. Aquí se conquista la lectura, y alcanzan los deleites más elevados. La literatura que ofrece un clásico no es la estándar, aquí se nota una buena de una mala traducción, un buen vocabulario y una expresión personal del autor, a diferencia de esa forma de escribir «finlandesa» que ahora parece imperar en todo el mundo. Ningún clásico se parece a otro libro, entre otras cosas porque un clásico no es un libro de usar y tirar. Perduran en el tiempo, y siempre ofrecen algo especial que no ofrece nadie. Son la novia para toda la vida. la que entregas alma y cuerpo y no te decepciona ni aunque te vayas con otras mil. Siempre retornas para admirarla sobre todas las demás. Por eso el Quijote es único y lo releo de cuando en cuando, o a Proust, o a Galdós, o a Dickens, Wilde, etc. Únicos e irrepetibles.

Hay gente que necesita que una novela le enganche, pero eso para mi es un defecto. La intriga del final puede ahogar las palabras empleadas por el autor. Se acaba convirtiendo la novela en una anécdota que va seduciendo de tramo en tramo, sin que termine importando la profundidad del personaje, ni la descripción del autor, ni los mundos que recrea, y me atrevo a decir ni la misma trama. ¿Leería usted dos veces un libro que le enganchó? Si la respuesta es negativa, es que el libro es malo, seguro.

Yo creo que los buenos amores no tienen por qué partir de una seducción incontrolable, sino de una belleza irrepetible. Y la lectura es igual, ni no es bella por algo que tenga, no es buena. Siempre digo lo mismo: la poesía, por ejemplo, no engancha, entre otras cosas porque no tiene trama, ni falta que le hace. Pero su belleza la convierte en sublime, en la literatura con mayúsculas, no es un género menor, como creen algunos. Las buenas novelas no necesariamente tiene que enganchar. Es un amor duro de conquistar, pero un amor para toda la vida.

Un clásico puede llegar a cambiar la vida de un lector, y eso no se puede decir de cualquier otra lectura.

¿Qué qué voy a leer? La verdad es que no lo sé, pero no faltará algún clásico que ilumine un poco más mi vida.

¿Y qué me gustaría escribir durante el verano? Por supuesto una novela que sea un clásico, un buen clásico. El mejor del mundo. Sé que seguramente no lo conseguiré, pero no dejaré de intentarlo.

Ahora ando todavía corrigiendo un par de novelas que me parecen muy interesantes. Con el tiempo terminará el parto, e iniciaré la siguiente. Espero que sea la mejor que pueda escribir.

Feliz lectura, feliz verano.

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