Desde que el mundo del libro es un negocio, o sea desde siempre, hay libros de usar y tirar, y libros para guardar. Precisamente en estos días, que celebraremos el Día del libro y sus acólitas Ferias del Libro, los libros se convierten en protagonistas de las calles, se instalan recintos, se hacen actos, presentaciones, carteles, y se deambula por Ferias, en plan casetas, de ocasión y demás recintos. Todo el mundo parece empeñado en que compremos libros, y está bien, porque siempre se encuentra algo que vale la pena leer.
Yo, este año, que me he estrenado editorialmente con LOS CABALLEROS DE VALEOLIT, no puedo menos que hacer una reflexión sobre el tema del libro, su funcionamiento, resortes y vericuetos de todo un negocio, que hace viejo un libro a los dos años (oficialmente) o a los pocos meses en términos de mercadotecnia.
Vender libros es un negocio complicado, más de lo que parece. El mercado siempre se mueve en términos de oferta y demanda, de ahí que unos trabajen por ofrecer libros (escritores, editores, distribuidores y libreros), y otros los demanden (lectores, amigos de lectores que regalan libros, bibliotecas e instituciones públicas). Actualmente deben salir, o sea editarse, unos 600 libros a la semana en España, doscientos arriba o abajo. Esto hace que haya un exceso de oferta, pues la demanda de libros es más bien escasa. En palabras de un librero: «hay más libros que lectores», y no le falta razón.
Por eso la solución es fácil: o potenciamos la lectura, o sacamos menos libros.
Lo primero es cosa de educación, política cultural y cosas por el estilo, por eso los charcos son abundantes y embarrados a más no poder. Hace años las instituciones sacaban libros que no vendían, y que terminaban regalando entre los funcionarios de tal o cual sección. Libros caros, con fotos e ilustraciones estupendas. Yo en casa tengo varios de esos, regalos de consejerías de aquí, y regalillos de allá, con títulos absurdos que no compraría ni loco, pero ahí están. Regalados por la Junta. Tenerlos los tenemos, pero no leemos más por eso. En los insti y colegios potenciamos que vayan autores, y cosas por el estilo, gracias a lo cual la literatura juvenil e infantil goza de bastante buena salud. Luego desaparece todo el trabajo en el bachillerato y la universidad. Política cultural cero (excepto lo que hacen los profes y maestros, que no es política sino otra cosa), así que vamos con la segunda solución.
Se sacan menos ejemplares que hace unos años. O mejor, se sacan más ejemplares de una publicación de moda que se intenta vender sí o sí, y menos de los demás posibles títulos. Estos ejemplares masivos, que inundan las librerías se editan se trituran y se usan como papel para vender y volver a reciclar. Esto es sorprendente, pero es así, como lo leen. Las grandes editoriales fabrican miles de ejemplares que inundan las librerías durante unos meses conformando torres con su volumen cuando el espacio es amplio (Carrefour, Coste Inglés, Fnac y Casa del Libro), y copan escaparates enteros a golpe de talonario e intereses. De estos libros, se venden muchísimos menos de lo que parece, y que nunca dicen. El resto se envía a América, para hacer allí la segunda parte de la campaña de venta del autor, y luego se recicla el papel.
Actúan así de manera lógica a sus intereses, pues dan a conocer el producto mediante la acumulación de objetos, en este caso ejemplares. Cuantos más ejemplares del mismo libro se vean por la librería mejor, y cuanto menos libros de los competidores (escaparates) haya, mucho mejor para los primeros. Esto explica que las grandes cadenas no tengan en sus escaparates expuestos más que unos pocos libros, con grandes carteles, y amontonados en una decoración estética atractiva. ¿Y el resto de libros? ¡Ah! ¿Pero hay más libros en las librerías? A los dos años todos calvos. Prueben a buscar algo concreto de hace unos años. Ni existe, ni se acuerdan de ello, salvo librerías excepcionales, o escépticas que son la excepción.
Un ejemplo actual: la gente no va a comprar los 500.000 libros del último de María Dueñas, el número hace la publicidad. Realmente van a vender 10.000, se dan con un canto en los dientes, y destruyen el resto de la producción, o la mandamos a américa, donde venderán a lo sumo 150.000 o así. El resto, que es más de la mitad, no va a librerías de ocasión, porque son demasiados volúmenes, por eso se destruyen o reciclan. ¿Te has fijado cuántos libros hay en las casas? Está claro que no cabe un ejemplar más de María Dueñas, ni de Pérez-Reverte, ni del que sea. Se almacenan o se destruyen. Es como los Chinos, o nos los comemos cuando se hacen viejos, o vuelven a su patria. Yo creo que es esto segundo, se usan (las macroediciones no los chinos) para sacar ediciones de bolsillo con papel reciclado, y así nunca se acaba el mundo.
Suena a obsolescencia programada en los materiales residuales, pero es que tratan los libros como material de usar y tirar, ni más ni menos. Por eso hacen libros de usar y tirar, porque como se escriba un libro único, uno de esos que te guste leer una y otra vez, pues la han cagado con ganas. Lo que quieren es que una vez que lo compres y lo leas, lo vuelvas a comprar. Pero eso solo pasa con el Quijote o con la Biblia, que te gusta tener ediciones monas y estupendas para lucir en la estantería.
Ellos querrán que vuelvas a comprar el mismo libro, o sea, comprar otro libro del mismo estilo o autor si te gustó, que se convierte en autor de moda, aunque no sepa escribir, ni tenga estilo literario, ni cuente nada relevante. Si entretiene y te mola antes de dormir por la noche, pues ya está. Libros fáciles, con temáticas que enganchen para no llegar a ningún sitio. Libros que entretienen y que enseñan poco.
Da igual que un libro sea bueno o malo, porque a los seis meses un año está muerto para los circuitos. Así funciona. Por eso los editores aprovechan los grandes momentos del año: navidades para regalar libros, ferias del libro y antes del verano que parece que en verano mola leer. Se acabó. Los demás meses son malos para los libreros, fatales o de hundirse, como es febrero.
Es que unos libros se venden y otros no, te dicen como si fuera el único criterio por el que valorar una obra. Es como la telebasura, si tiene audiencia parece que es estupendo, y ahí andamos destruyendo la cultura y la literatura. Todos sabemos lo que hay que hacer para vender: mete algo de sexo, algo de gentes ricas y glamour, algo de intriga y misterio, y cierto deje trascendente. Eso vende. O gana un premio (los conceden los mismos que quieren vender libros). Eso vende. Sé conocido (que ahorra publicidad en la calle), eso vende.
Otra cosa es que valga la pena leer algo así. Por eso los clásicos suelen siempre funcionar, por eso muchas de las novelas contemporáneas de los últimos quince o veinte años (economía en despegue) no sorprendan ni en calidad ni en temática. Por eso los géneros están funcionando y despertando: policíaco, novela histórica, comic o ciencia ficción…