Es lo me que ha provocado la lectura, siempre sabrosa y agradable de la novela Anna Karenina de Tolstoi y de nuevo vuelvo a sentir lo mismo que siento cuando me sumerjo en los autores clásicos: el placer de ver que podemos seguir buscando en el pasado algo consistente. Ningún instituto ni universidad me temo que recomendará esta novela. El mercantilismo en la educación impide, desde hace años, que se enseñe algo tradicional y clásico en la escuela, no sea que sepan nuestros cibersocializados alumnos quiénes son y de dónde vienen. Necesitamos buenos trabajadores, y no gente que le guste leer y pensar por sí misma. Cuanto más ignorantes más manipulables, que diría cualquier político de nuestro planeta, y aquí no hago distingos.
Anna Karenina es agradable de leer, y como tantas cosas buenas de la vida, completamente inútil. Hay que decir, que Anna Karenina no le gustó a Tolsoi, y no me extraña. Atufa a culebrón. La novela la siguió escribiendo porque se lo aconsejó su esposa, con bastante más ojo clínico que su esposo, y no se equivocó, porque su éxito fue rotundo. Se publicó por partes en un periódico de la época (algo impensable hoy), y logró que mucha gente estuviera atenta al serial Karenina según iba apareciendo en letra impresa.
Hoy los únicos culebrones que despiertan pasiones son los de la tele, (venezolanos y colombianos se llevan la palma), con series que se prolongan meses y meses. Pero en aquellos tiempos, en los que la lectura era la fuente de ocio más importante de la sociedad, Anna Karenina se convirtió en la comidilla de la sociedad rusa de su tiempo, el «tendintopic» del momento ( o como coños se escriba). A ver que pasa con la Karenina, si le dan el divorcio o no, y que hará Levin, y la Kitty si está resabiada con ella o no. Enfín, espectáculo asegurado, y algo de lo que hablar en las tertulias vespertinas donde los rusos tomaban café y pastas mientras departían de estas insustanciosas cuestiones. Hasta que llegó Lenin, claro, y se acabó la tertulia burguesa insustancial. Aquí solo se habla de cosas serias, coño – dijeron los bolcheviques.
El caso es que Tolstoi, ante la repercusión social, se vio obligado a terminarlo, pero publicó la última parte por separado ante las presiones que recibió el periódico donde recibían los escritos del Maestro Ruso. La conmoción por la muerte de Anna Karenina suicidándose bajo las vías del tren crearon un drama social en una sociedad que vibraba ante las letras. Muy lejos de lo que hoy logran hacer las Ferias del Libro abiertas por la geografía nacional, y supongo que internacional, donde las editoriales vibran cuando se les menciona a la bicha de cuantos ejemplares han vendido. Es la pregunta fantasma que nadie responde abiertamente, supongo que porque venden poco, y eso que editan a los de siempre y a los de fuera, sin arriesgar nada.
Con esta novela se montó un gran escándalo, la licenciosa vida de la Karenina despertó entre los moralistas de entonces un fuerte debate, de los de reloj y argumentos. Todos querían leerla, y nadie quería quedarse fuera del debate. Lo paradójico es que Tolstoi nunca se sintió demasiado satisfecho de esta novela, a la que consideró así, un culebrón menor de poco interés dentro de su obra. Su compatriota Dostoiesvki dijo que era la novela perfecta, y desde entonces, nadie se ha atrevido a decir lo contrario. De hecho se considera que es la mejor novela de Tolsoi, y junto con Guerra y Paz la más representativa de su carrera literaria. Así lo repiten los listillos de estas cosas una y otra vez. Y en cuanto salga en wikipedia, lo pondrán todos los alumnos en sus trabajos de clase de literatura rusa. Tolstoi no estaría tan satisfecho.
El caso es que la novela está bien trabada, y lo mejor es que nos cuenta una historia tan actual como paradójica, como suele suceder con los clásicos. La señora Karenin, casada felizmente con el señor Karenin se enamora de un oficial joven y atraactivo, Vronsky, y decide dejar todo, incluido a su primer hijo, para poder vivir y estar con su nuevo amor. Y esa será su desgracia. Su marido no la perdona y no le concede el divorcio, y la relación con su Vronski se resiente. El amor fresco se vuelve gótico y angustioso, lleno de celos no resueltos, y con un aislamiento social durísimo en una persona acostumbrada a otra cosa. La alta sociedad peterburguesa y moscovita le dan la espalda casi totalmente, y Anna Karenina, que era una mujer que ha elegido su destino, termina suicidándose cuando su nuevo compañero, como dicen hoy los modernos, se distancia de ella intentando buscar espacios propios en una huida de una relación de dependencia agobiante.
Anna Karenina no resiste, y se tira a las ruedas del tren. Ella misma es la responsable de abandonar a su marido, de elegir a Vronski, y de quitarse la vida. En lo demás comparte responsabilidad con el resto de la sociedad. Pasa de ser admirada, a ser detestada y humillada por otras mujeres más rectas y honradas de su tiempo. Hoy desde luego las cosas serían distintas, pero no mejores. Anna es víctima de la moral hipócrita de su tiempo, donde si hay divorcio todo es legal y magnífico, y si no lo hay todo es deshonroso; pero es víctima sobre todo de su propia decisión. Anna Karenina lo quiere todo, y esa es su perdición. Cree en el amor, y cree que puede tener todo lo que desee en la vida. Quiere estar con sus hijos, quiere estar con su amante, quiere estar bien tratada en la sociedad, quiere no ser castigada por la frivolidad de su conducta, quiere seguir siendo el centro de la vida social. Y no puede tenerlo todo. Contrasta su vida con Kitty, la antigua pretendiente de Vronski, que rechazada por el joven y guapo oficial, termina casándose con Levin, un personaje tras el cual se esconde Tolstoi. Nuestro escritor asume que en la vida no podemos quererlo todo, no podemos tenerlo todo. Estos personajes son antítesis, que no contrarios a lo que representa Vronski y Anna.
Por eso la novela es magnífica, porque retrata un drama, el drama cotidiano de la vida de miles de personas, que queriéndolo tener todo, terminan perdiendo lo esencial. Tolstoi no hace moralina aburrida y vacía, como se pretende hoy hacer desde tantas instancias ideológicas llenas de soberbia y claridad de ideas. Simplemente ponen delante de los ojos un drama. La tragedia de una persona corriente, que se ve empujada en su propia vida a la destrucción de sí misma.
La esperanza está presente en la última parte de la obra, donde está la reflexión de Levin sobre la vida y la muerte, sobre Dios y su escepticismo creyente. El, que llegó a no tener nada, termina encontrando la felicidad en su esposa Kitty. Cambiar por capricho es perder, perseverar parece ser la solución que nos ofrece el genial autor ruso.
Leer una obra así es un placer para el entendimiento, a años luz de «50 sombras de Gray», que más que pensar nos hace evacuar fluidos corporales. He dicho.