Llevo bastante tiempo dando vueltas al tema, y lo hago sin acritud. ¿Por qué la gente se define de izquierdas o de derechas? ¿Qué ideas conciben distintas que lo afectan en su identidad? Lo analizo y se lo cuento.
La primera razón que encuentro es la tradición familiar. «Aquí siempre hemos sido de izquierdas», «aquí siempre hemos votado tal cosa». Es una afirmación que se oye a menudo. Somos una identidad heredada, y eso significa que las ideas no son lo importante, sino que lo importante es la identidad de grupo y de tribu. En esta perspectiva, el sujeto no puede cambiar de voto fácilmente, está atrapado y cautivo por la identidad que cree tener. Aunque los «suyos» lo hagan fatal, incluso aunque asesinen y roben, serán queridos y deseados por sus votantes. Es verdad que siempre hay una posibilidad entre elegir, o preferir, a un político o a otro de los «suyos», pero esto siempre se dará dentro de la identidad y de su «bando». Al enemigo, ni agua. Esa es la consigna política de nuestro guerracivilismo y del de fuera.
En la cuestión identitaria, no pocas veces las personas descubren que también hay buenas personas en el otro «bando». Pero suelen justificar tal extremo ideológico en la excepcionalidad. «Es buena gente a pesar de ser de derechas o de izquierdas». Es una frase también habitual. No se puede concebir que otra opción política lo haga mejor que la propia. Es el forofismo llevado al extremo, y un sectarismo impropio de la razón.
La identidad en lo político, ser de derechas o de izquierdas, puede convertirse con el tiempo en una subcultura y adquirir elementos centrípetos de la identidad propia política. Esto es muy frecuente en la izquierda, pero tamibén en la derecha. Ser de derechas implica vestir de determinada manera, tener equis gustos musicales, etc. Ser de izquierdas conlleva otra vestimenta, otros gustos, y otras fobias y filias existenciales. Se identifica a las personas por el grado de subculturización que aparentan llevar. Ejemplo: te presentan a alguien vegano, e inmediatamente se le identifica de izquierdas. Te enteras que tal señor va a Misa, entonces tiene que ser de derechas. Es el estereotipo elevado al cuadrado que funciona. Pañuelo palestino, rastas, veganismo, feminismo, pijería, peinado, corte de pelo… son indicativos de identidad, y la política se convierte en una cuestión también identitaria. Unos se definen abiertos, frente a los otros que son cerrados. Unos hablan de clásico, frente a los otros que son perroflautas.
La segunda razón que encuentro para que la gente sea de derecha o de izquierdas tiene que ver con la proyección que se desea hacer de la sociedad. Las personas que piensan que hay que cambiar las cosas para mejorarlas, suelen identificarse con la izquierda. Las personas que opinan que es tan fácil cambiar a peor como a mejor, y que es preferible «no meneallo», son de derechas. Es una simplificación, lo sé, pero funciona y nos permite explicar bastantes preferencias políticas e identidades emocionales.
Cuando uno es joven suele identificarse con la izquierda, y suele pensar que hay que cambiar este mundo lleno de injusticias. El idealismo es el horizonte de preferencia del sujeto. Sin embargo, es fácil que con los años, esta persona prefiera valores conservadores, lo que hay no es tan malo, y podemos vivir a lo que nos hemos acostumbrado. Es entonces cuando entra en juego la identidad, «¿cómo voy a votar a la derecha si siempre he sido de izquierdas?». Las personas se abstienen, votan con la pinza en la nariz, etc.
La izquierda desea y aspira a alcanzar un mundo ideal, normalmente idealizado. Y se enfrenta y lucha (o eso dice para justificarse) para que la realidad en la que vivimos se ajuste a ella lo más posible. ¿Cuál es el modelo de sociedad ideal que tenemos? Casi todos, derechas e izquierdas, coincidimos en en unos valores y unos criterios de convivencia: sociedad en paz, donde haya justicia, solidaridad, libertad, pluralismo, respeto, piedad, sonrisas y felicidad. Eso lo desea todo el mundo, por eso no hay políticos que prometan cerrar colegios y suprimir parques infantiles. Es lógico. La izquierda considera que estos valores se pueden alcanzar y hay que «luchar» por ellos; incluso enfrentándose a los que no quieren esos valores o no quieren cambiar. Identifican y demonizan al rival político, como el reaccionario, el que no quiere cambiar, el que desea el mal a los pobres. Así construyen su pensamiento. En cambio, las derechas asumen que esos valores no pueden imponerse a los que no lo desean y que es mejor no perder la paz, la justicia, la solidaridad o la libertad ya alcanzadas por culpa de experimentos alocados. El enemigo político es un cabeza hueca, un cabeza loca que va a estropear lo poco que funciona.
La historia da la razón a los dos bandos. Todas las culturas cambian para adaptarse mejor a su entorno, pero también es cierto que los cambios, no son siempre a mejor. Y aquí entra también la idealización exagerada de una parte de la izquierda y de la derecha. La izquierda idealiza, y termina negando, los males que ella misma ha generado. Para muchas personas de izquierda no existieron los gulags, ni la Cuba que encarcela disidentes, ni es malo el aborto o la eutanasia. La corrupción siempre es un problema de la derecha. ¿Les suena? Un asesino puede convertirse en un héroe si es una revolucionario, justificando de tal manera el crimen, y afirmando, por ejemplo, que los del «otro bando», o simplemente el capitalismo mata a más gente. El idealismo se convierte en totalitarismo cuando niega la realidad, acepta sin discusión el mal ético y convierte en un enemigo al disidente y rival político. Las discusiones están aseguradas, pero ninguna profundiza en hacer autocrítica. Nadie quiere perder su identidad. Para el totalitarismo político, el idealismo extremo, el rival político es un enemigo que hay que liquidar por las buenas; y si se es más radical, también por las malas. Que viva el Ché. La identidad ayuda a reafirmarse cultural y grupalmente en este sectarismo.
Lógicamente, esta visión es aterradora para la derecha, que no comprende de ninguna manera como se puede estar tan ciego ante el mal. De ahí que sea habitual que muchas personas de izquierdas terminen dando la razón a muchos postulados de derechas, dejando siempre aparte, la cuestión de la identidad. La izquierda se disfraza de matices rosados, incluso centristas. Por eso, todos los partidos políticos tienen un buen problema para definir si son de derechas o de izquierdas, porque en esa identidad son votados o rechazados. Si no eres suficientemente de izquierdas, no recibirás votos de un sector del electorado. Por eso los políticos venden que son radicales y moderados a un tiempo. Y eso lo hacen casi todos menos los más extremistas.
La idealización de los elementos conservadores, de cualquier pasado como tiempo mejor, también alumbran y consolidan posiciones peligrosas y totalitarias en la política. La idealización de la raza o de la nación, como elementos positivos, identitarios y constructivos es lo que alimenta el nacionalismo, que es paralelo al nazismo y a los fascismos. La ultraderecha y la ultraizquierda coinciden en idealizar los valores que les son propios e identitarios de cada uno. En el caso de la ultraderecha y el nacionalismo los valores elegidos buscan una unidad de sentido, una simplificación de la cultura a fin de quedarse con las señas de identidad heredadas en la historia del grupo que se trate. Patria, valentía, juventud, optimismo, esfuerzo, unidad o familia… son los valores identitarios de la derecha, pero también del nacionalismo; universalidad, lucha, pesimismo, muerte al poderoso, ayudar al débil, pluralismo, apertura de miras, no juzgues, es la identidad de la izquierda.
¿Alguna conclusión? Saco al menos una. Las diferencias políticas, ideológicas e identitarias, no pueden estar por encima de los derechos y del respeto a las personas. Primero son las personas, segundo las personas, y en un últimísimo lugar, podemos intercambiar ideas, pero no identidades. Sólo se puede dialogar, cuando alguien está dispuesto a hacer autocrítica de su identidad política.