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CUANDO TERMINO DE ESCRIBIR UN LIBRO.

Cuanto termino de escribir un libro —y estoy a punto de hacerlo tras dos años—, me suelo dedicar a los cientos de asuntos colaterales que pululan por las inmediaciones de mi existencia. ¿Que qué asuntos son esos? Os lo cuento, venga, y le damos un poco al chafardeo amigo.

El primer asunto colateral es comprensible. Me gusta examinar todo lo que he publicado desde que inicié mi carrera como escritor. Ver cómo van las ventas y esas cosillas. Es igual que pasar revista al regimiento de hijos. Os lo cuento: ya tengo 5 de narrativa y 3 más de ensayo; y no pienso retirarme.

Veo que se siguen vendiendo en un goteo constante, y me entretengo pensando en si tengo que reimprimir “Los caballeros de Valeolit” en su parte primera con más y nuevos ejemplares, o hacer una nueva edición. El caso es que fue mi primera novela, hace ya siete años. Así, uno por uno fueron naciendo: primero los trillizos, y luego los demás. Mirar como crecen los hijos es algo a lo que se dedica todo el mundo, ¿no?

Pienso en buscar de nuevo una distribuidora que pueda facilitarme el trabajo de editor, como ya hice hace unos años. También me seduce la idea de comprar publicidad, mejorar las ventas, e invertir más pasta en todo esto. Editar más y mejor. Pero también me reconozco perezoso para las ventas. A mi me gusta escribir, no vender libros. Por eso, es probable que para este último libro busque una editorial ajena a mi. Dar vueltas y tomar decisiones es lo que me toca en las próximas semanas, y esa actividad la realizo mientras voy a la compra, guiso, cocino y me dedico a mi familia y a mi trabajo. Como siempre, vaya. Hay tiempo para todo, si te apañas bien.

En esa contemplación de los libricos, me veo obligado a acudir al médico y sanar las deficiencias que tienen algunos de las ediciones anteriores; y eso absorbe una parte del tiempo que es importante. Sin prisa, pero sin pausa. Volver a releer, a revisar ediciones, corregir errores almacenados. Siempre se escapa algo, y es un trabajo que no termina nunca.

De hecho, tenía pendiente, desde el otoño que los publiqué en Amazon, mejorar el par de ensayos de la colección: “el placer de pensar”. También publiqué precipitadamente unos apuntes de filosofía que voy a mejorar en una segunda edición y que de momento he retirado. Es lo que estoy haciendo estos días, y espero concluir este asunto pronto. De hecho, en estos días, ya he mejorado “Diálogo de cuatro amigos”, y seguimos con la fiesta. Hay que dejarlo todo pulidito y hermoso para que los lectores disfruten más de la lectura y del placer de acariciar un libro bien hecho.

Aunque me da cierta vergüenza, el viernes pasado di una charla sobre “cómo escribir una novela”, o mejor, dicho, “cómo escribo yo una novela”. Lo impartí en el Instituto donde trabajo este año, en concreto el IES Zorrilla de Valladolid. Acudieron los alumnos de 1ª de Bachillerato de Lengua y Filosofía, aunque no todos pudieron asistir por cuestiones de aforo.

El caso es que bien. Aplausos, parabienes, saludos. Tiene algo de catártico, volver a los inicios y purgarse de soledades. Te preguntan y les llama la atención. Es verdad que no me emociona, pero sé que es algo que todo escritor tiene que hacer de vez en cuando, y como jugaba en casa, pues mejor que mejor. Ya vendrán días de firmas, supongo; y más días de soledades ante la tecla.

El segundo asunto en el que me he entretenido es el siguiente, y seguro que os sorprende. Cada cierto tiempo busco mi nombre en las redes y en internet. Me gusta saber la imagen que estoy dando, dónde están los libros en la red, en qué librerías se exponen, dónde los ofrecen y en qué artículos salgo y desde qué perspectiva. En ese viaje me he paseado por la “wikipedia”, y me he encontrado a mi mismo, y no sólo en sentido metafórico. Como diría el emérito: “Me llena de orgullo y satisfacción”. Os pongo en enlace para que me contéis si salgo guapo o no…

https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Jos%C3%A9_L%C3%B3pez_Serrano

Otra actividad, a la que suelo dedicar un tiempo, es pensar en la futura edición de libro. El diseño de la portada, la editorial elegida. En medio de ese trabajo, aprovecho para disfrutar con la música. Tocar el piano —estoy aprendiendo, como buen autodidacta, con los viejos manuales de piano del Conservatorio del siglo pasado—. Intentaré mejorar algunas viejas canciones que escribí cuando era un jovencito para subirlas a la red, y ejercer un poco como cantautor, que siempre me mola más que a un niño un rotulador gigante. Cualquier día me asomo por spotify con mi monseguilla.

En fin, los tonteos propios del que está esperando un tiempo para releer la última novela, hacer la última corrección ortosintáctica, y mandarlo a una editorial solvente.

Por supuesto, eso durará hasta que cuaje la próxima idea para un libro, que como ya se pueden imaginar mis queridos y entusiastas lectores, me lleva rondando desde hace tiempo.