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Celebrar el Misterio Pascual de la Navidad.

Navidad significa «natividad», nacimiento, y es que los cristianos remarcamos en el tiempo litúrgico de la Navidad – tiempo que abarca desde la Víspera de Navidad, Nochebuena, hasta el domingo después de la fiesta de la Epifanía, de los Reyes – el nacimiento del Mesías, de Cristo el Señor, de Jesús de Nazaret. Pero, ¿qué significa que Cristo, el Mesías, haya venido?

Para los cristianos Jesús es el Mesías, y en la tradición bíblica más elemental el Mesías tenía la misma condición que Yahvé. Es decir, para el judaísmo de los siglos proféticos y posteriores, el Mesías era el Hijo de Dios, era el enviado de Dios, y al tener la misma autoridad que Dios, era Dios mismo. Estos rasgos teológicos primeros son elementales, porque la posterior traducción que hicieron los cristianos de los primeros siglos al lenguaje y cultura helénica y romana tendieron a cosificar el lenguaje de la fe, volviéndolo más conceptual, en el fondo más frágil y ambiguo.

No hubo traición del cristianismo a sus dogmas primigéneos, como algunos contemporáneos nos quieren hacer creer. El misterio de la Trinidad no es una elaboración esotérica ni gnóstica, no tiene que ver con los egipcios ni con los mitos griegos que por entonces pululaban por Oriente. La Trinidad Santa está presente en los evangelios desde el siglo I, y forma parte de la experiencia de fe que compartieron con el Señor Jesús los primeros discípulos. Que Dios sea Padre, Hijo y Espíritu Santo es una fórmula repetida en muchos relatos evangélicos: Pentecostés, Bautismo de Jesús, Transfiguración, etc. El mismo San Pablo habla de ello usando algunas fórmulas de salutación muy antiguas donde se menciona la Trinidad: «La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos vosotros«, dice el final de la II Corintios, por ejemplo.

No es un invento de los cristianos, es una experiencia dada y revelada por Jesús a sus primeros seguidores. No hay que olvidar, que los primeros discípulos eran judíos que habían visto a Jesús y que su gran problema no fue aceptar que Jesús era el Mesías, sino comprender el tipo de mesianismo de Jesús. No era un Mesías político ni militar, sino un Mesías que perdonaba, que amaba y que se dejó matar para que fuéramos conscientes de su AMOR.

En Navidad, los cristianos celebramos un Misterio fundamental de nuestra fe: la Encarnación del Hijo en la persona de Jesús, que es tanto como decir el abajamiento de Dios, que se hace hombre. Lo traducimos popularmente como el nacimiento de Jesús, precisamente porque es la evidencia más visible que tenemos de la Navidad. Dios se hace hombre y nace de una joven Virgen. Dios, que es Trinidad, se encarna en la persona del Hijo, toma, no solo aspecto humano, sino humanidad plena. Desde ese momento, Dios será Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero el Hijo es, además de Dios, hombre. Ahora, en este momento, Dios es hombre, desde la eterna resurrección. Y eso es lo que celebramos en Navidad, que Jesús es Dios, que se ha encarnado, y que nació de María Virgen.

Los relatos de San Lucas sobre la infancia de Jesús han tenido más influencia cultural en nosotros que los de San Mateo. Lucas tiene como gran protagonista a una mujer llamada María que dijo «sí» a Dios. Desde ahí la historia de la salvación inicia una nueva etapa. Por eso María no es una santa como los demás santos de la Iglesia. La participación de María en la economía de salvación prevista por Dios es fundamental. Pero el relato de revelación de San José en sueños del misterio de María y de la encarnación es la primera señal, el primer indicio de la confianza en la nueva fe. Creer contra nuestras costumbres y leyes ordinarias es la primera gran prueba de fe de San José.

Luego vino lo demás. La fecha de la Navidad en las antiguas fiestas saturnales, que Cristo naciera cuatro años antes de lo que la historia dice, o la construcción del relato de los Magos y la persecución de los inocentes. Forman parte de aderezos cuya intención principal son engrandecer y hacer más contradictoria y soberbia la nueva fe. Hay una épica detrás de todo esto, Jesús es un David que está huyendo para evitar el daño de los que se han alejado de Dios. Ya hay una lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las sombras.

San Pablo dibujó muy bien la reacción y lo que significaba que Jesús fuera el Mesías para la cultura de su tiempo. Para los judíos era un escándalo. ¿Cómo iba el pueblo elegido a matar a su Mesías? Y encima de una manera tan humillante, como si fuera un ladrón. Es como si Moisés hubiera sido matado en el Sinaí por los blasfemos, y Dios no le hubiera protegido. ¿Qué Dios era ese? Un escándalo.

Y para los gentiles, los griegos y helenistas, el nacimiento y muerte de Jesús una necedad, una estupidez y una tontería. ¿Cómo va un Dios que es trascendencia a hacerse inmanencia? ¿Para qué hacerse hombre si es algo inferior? ¿Cómo va un Dios inmortal a morir en una cruz, como si fuera alguien mortal? Ridiculo.

Las afrentas que provoca la fe cristiana siguen siendo las mismas hoy. Jesús es un escándalo y sigue siendo una necedad. Excepto para los que lo hemos visto y oído, para los cristianos Jesús es simplemente el Mesías, el Hijo de Dios. Dios mismo.

Por eso la Navidad nos recuerda a una humanidad hambrienta, necesitada, enferma y doliente. Precisamente porque la redención no se ha plenificado hasta el fin de los tiempos, y ver al hombre pisoteado nos invita a descubrir con más fuerza que a esa humanidad solo le puede salvar un pequeño niño que nació en Belén hace más de 2000 años. ¿Una utopía? Y mucho más, es una nueva esperanza.

Feliz Navidad.