De cuando en cuando nos gusta, a mi familia y a mi, salir al campo a comer. Lo más agradable del mundo, faltaría más. Hoy han tocado viñedos y uvas, y es que estamos en plena vendimia, y nos hemos paseado por los campos hermosos de la Ribera del Duero.
El ritual es casi una liturgia de ritmos perennes: pan mañanero reciente, fiambreras, llamadas por desgracia «taper», tortilla, filetes, fruta y ropa cómoda para moverse. Un balón, algunos juguetes y el periódico de ayer. ¿Para qué más? Luego carretera y manta. La manta vive en el maletero del coche emparejada con una mesa plegable del milenio pasado y unas sillas de playa altas, que suelen ofrecernos lo que muchos lugares no disponen. Un lugar cómodo donde sentarse.
No vamos muy lejos, pues sabemos que cerca de la Valladolid siempre hay algún rincón maravilloso donde disfrutar del aire en la cara y la mascarilla del antebrazo. Hoy hemos visto una ardilla solitaria en un árbol, que ni siquiera se ha asustado al vernos. Nos hemos mirado, y los forasteros éramos nosotros. El sitio da un poco igual, aunque solemos cambiar. Casi siempre buscamos un merendero donde haya más soledad que bullicio; y por lo general descubrimos en las cercanías un sendero que recorrer, lleno de paz y de soledad. Comemos entre juegos y algazara, y al iniciar la tarde paseamos sin prisa. Con la noche regresamos, que mañana es día de escuela.
Los colores son prodigiosos, los más bellos del año para mi gusto. Nos abruman las hojas rojizas y anaranjadas, y nos encanta el sol traicionero de las cuatro de la tarde. Sé que esto es disfrutar del otoño, y que en breve la luz de la tarde no nos respetará. Sin embargo, a mediados de octubre, todavía nos queda una oportunidad para este familiar placer de respirar aire puro y contemplar que la vida de otros seres sigue a nuestro alrededor.
Hoy, nos hemos topado de lleno con viñedos de la Ribera del Duero, muchos rguidos en espaldera. Ahí estaban, levantados y acogedores, a pesar del color tierra que ya portaban de rojo y miel. Y eso me da pie para hablar del lenguaje de la vendimia, de las palabras del campo que se mueren y que hoy quiero recordar con ayuda de los castellanos antiguos que hablaban con vino en los labios.
Decían que la uva que no madura es el agraz, y sus racimillos los agrazones. Pero las variedades que maduran son muchas y con múltiples nombres. Son miles. Se llama agualupe una variedad del Bierzo, y hablamos de albilla a la variedad que más comemos por ser fina y de mesa. Albiña y bodocal, que es la de granos gordos y negros, con racimos alargados y ralos. Mencía, cagalona, cañarollo y malvasía, que es la que nos da el clarete en Valladolid. Hay más que olvido que lo que pongo. Tempranillo y muchas más. Aunque me temo que los nombres que dan los vendimiadores no suelen coincidir con los que acomodan los peritos y agrónomos.
Los cuidados de las vides tienen palabras propias y apropiadas. Se zapodan las ramas delgadas. Se ponen tutores, trancas, tijeriñas a los zarcillos. Y vienen sanjuaneras que retoñan con más rampojos que carnes. Brillan las pruinas de las uvas de tono céreo. Toda una semántica preciosa que es gustada de diversas maneras según el pueblo y la región.
La elaboración del vino también guarda sus encantos lingüísticos. Acazumbado de cazumbrar. Binadera y barbidera. Canilla y canaleja. Chichombra y crianza. Decantado y entoldado. Espetera y garulla. Mejedor y madrear. Orujo y pellejo. Pretina y purrela. Sacacarrales y solera Trasijar y zamarrazo. Son muchas las que se siguen utilizando, algunas desconocidas por la RAE, y otras estudiadas in situ por los filólogos. Para mí son agradables escucharlas, e imagino al sencillo que las pronunció mientras cotejaba el vino recién fermentado en su acogedora y bien provista bodega, cuya lastra es la antesala de misma. Lagar, noque y tinillo son términos que han quedado para la historia, y que casi cuelgan de las paredes. Aunque doy fe de que tampoco son malos sitios para tomarse un trago de vino con un pincho de tortilla y panceta recién asada con las brasas que acarician una ristra de buenos chorizos. Eso sí, el aire de la tarde se ha trasformado en humo de bodega y alegría de barrica. El mundo sigue y el vino nos acompaña alegre y nuestro.
Feliz otoño, feliz semana y feliz lectura.
Muy bien Antonio, por un momento me ha dado la impresión de estar en ese campo de Castilla disfrutando de una tarde otoñal tan llena de colorido y de naturaleza.
Gracias