El tren que nunca llega a Extremadura.

La foto corresponde al grupo de Los Santos Inocentes que el pasado mes de septiembre de 2018 hicieron su performance intentando viajar en tren por Extremadura. Era su manera de reivindicar un tren más digno para Extremadura, y tenían razón. La siguen teniendo. El caso es que me apetecía una entrada que contara maravillas de esta tierra, y pusiera de manifiesto los olvidos inexcusables del resto de los españoles con Extremadura.

Como ya se pueden imaginar, el tren que nunca llega a Extremadura es el que necesita la gente. Merecen progresar como el resto, y están olvidados en el furgón de cola. ¿Por qué? Ahora que son elecciones igual hasta nos lo explican. El caso es que no es un olvido nuevo, tiene algo de secular que se remonta a la industrialización. La historia del país la convirtió en tierra de paso, lugar de nadie, de emigrantes y olvidados. Entre Madrid y Lisboa; entre Valladolid y Sevilla. Pero Extremadura no debe ser eso, no se merece el olvido. Nuestro país debe gran parte de su grandeza a Extremadura.

La tierra extremeña es un gigante olvidado en la historia contemporánea; y me atrevo a decir que lo fue también durante la Edad Moderna. Para desgracia de todos, se ha terminado convirtiendo en sinónimo de pobreza, y el epíteto es injustificado y excesivo.

Recuerdo hace unos años, paseando por Valencia, que nos dimos de bruces con un mendigo con su flamante rótulo de cartón: soy un pobre de Extremadura. Por supuesto nos indignamos, pero entendimos que para los que viven al otro lado del país, Extremadura es sinónimo de pobreza. Estoy esperando que aparezca un mendigo por Badajoz con su cartel «soy un pobre de Barcelona». O de Madrid, o de Cuenca, o de Valladolid o de San Sebastián. Seguro que entonces pensaríamos que es un charnego que después de eslomarse sacando adelante otras tierras de España, regresa a su terruño. «soy un pobre de Nueva York y de Londres». Hace bien regresando a casa, porque aquí se vive como en ningún otro lugar del mundo.

Extremadura no son ya las Hurdes que explicó Buñuel, y es que toda Extremadura es magnífica. No hay dehesas, ni encinares, ni animales sueltos y vivos como en esta tierra. No hay paisaje comparable al extremeño, singular en belleza y templado bajo el sol de invierno, capaz de borrar los colores en verano. Pero Extremadura es mucho más que su paisaje y su ganado.

A muchos españoles se les olvida que Extremadura estuvo en la primera página de nuestra historia durante varios siglos. No es mentira que fue la tierra de los conquistadores de América. De los intrépidos y los aventureros que abandonaron su casa para descubrir nuevos mundos, nunca antes pisados por los europeos. Los que regresaron lo hicieron con dinero, ganancias, y reconocimiento de su país. Ellos fueron los que hicieron de España un Imperio donde no se ponía el sol, un nombre cuya mención produce respeto y admiración en el resto del planeta. Solo los españoles dicen pestes de su país, por eso Extremadura es la gran atacada, pues a ella se le debe lo que nos quieren hacer olvidar.

No hace falta que lo diga. La ciudad de Cáceres atestigua en su casco histórico el pasado de riqueza y honor. Uno de los lugares más extraordinarios de España. Ahí están Trujillo y tantos otros lugares de la región. Su santuario mariano es universal. La Virgen de Guadalupe sigue siendo la Virgen de Extremadura, pero es también la Madre de América. La puerta de entrada y de salida de América no fue solo Andalucía o Canarias. También lo fue Extremadura, que llevó entre otras cosas, la riqueza de la lengua castellana en el habla de los extremeños. La dulzura de su fe, y la fortaleza del español recio que no se doblega en las adversidades. Siempre ha habido extremeños en la vanguardia de la lucha. Siempre.

Es así. Cuando escucho el deje y el habla de Extremadura estoy escuchando la musicalidad de Méjico, y la sintonía de los caribeños. Hablan un castellano que quedó depositado y escoltado durante siglos. Hay palabras y términos extremeños, de su anciano castúo, que solo encuentro en la franja que recorre las tierras de Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz. Casualmente la zona del ibérico pata negra. Gabriel y Galán me comprendería. Muchas de esas palabras están en América, en sus gentes y en sus rincones.

Extremadura sufrió, al igual que muchas otras regiones españolas del interior, la inoperancia de los políticos de los siglos de la industrialización. Nunca les importó demasiado. Es verdad que está mal situada en la estrategia del comercio. Lejos de Europa, en el interior de España, rodeada de regiones también alejadas de Europa y del comercio internacional… es verdad que podría haberse aprovechado por su ubicación entre Lisboa y Madrid, pero no fue así. Madrid ha mirado a París con embeleso, y Lisboa ha tenido delante el mar que lo ha conectado con Londres. De tal enemistad no ha podido fraguarse sino olvido, un olvido que sufrió Extremadura en su historia.

Sus hijos emigraron al País Vasco, a Madrid o a Cataluña. Tampoco fueron siempre bien acogidos allí. Los que vuelven… se creen más que los que se quedaron. Pero vuelven. Igual que los romanos.

La ciudad de Mérida, Emérita Augusta para los romanos, fue lugar de retiro para los soldados romanos cuando entraban en años. Era el regalo de Roma. Extremadura para los veteranos, los que habían luchado en una y mil batallas, y se habían curtido en el fuego del infierno que diera gloria a los demás. Así sigue siendo Extremadura, sigue dando gloria y riqueza a muchos otros lugares, con sus gentes y con sus productos agrícolas, que luego son comercializados bajo otras marcas. ¿Les suena?

Muchos no saben por qué los romanos escogieron Extremadura para la jubilación. Y tampoco se imaginan las razones por las que el Emperador Carlos V se retiró a Yuste para envejecer y morir. Casi mejor que no lo sepan. No sea que se llene esto de trenes.

 

1 comentario en “El tren que nunca llega a Extremadura.

  1. José Cervera

    Es una tierra que tengo muchas ganas de visitar y tu magnífico artículo estimula esa intención. Hace muchos años estuve en Mérida, en un viaje del colegio, disfrutando de su legado romano, viendo el museo, el teatro… Buenos recuerdos. Saludos, Antonio.

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