Defender esta opinión hace años era una cuestión baladí, nadie lo hacía, porque se suponía que los hombres y los animales ya éramos lo suficientemente diferentes como para que no nos volviéramos locos con el tema, pero es que últimamente sí nos estamos volviendo locos, y se escuchan diatribas defendiendo la humanidad de los animales, o criticando la animalidad de la gente, y por eso conviene aclarar algunas cosas. Sin acritud, ¿de acuerdo?
Para empezar diré que me gustan los animales, me caen bien y me hacen gracia. Bastante más que las plantas o los champiñones. Me gustan más los mamíferos que los pájaros, y más las abejas que las moscas. Todo normal. También diré que me agrada algo menos la humanidad, me cae gorda en su conjunto, aunque me gusta relacionarme con mis amigos, mi entorno… como todo el mundo supongo. Así que creo que no me pierden los colores, menos que la gente que tiene un perrito y defiende a los animales porque le mira y se ablanda, y menos que aquel que odia a los chuchos porque de pequeño le mordió un pulgoso y los trata a patadas. Por eso defiendo que un hombre no es un animal, y que no tenemos que tratar a los animales como si fueran personas, porque no lo son.
El evolucionismo sintético darwinista trajo la noción científica de que el hombre es un animal, en concreto un tipo de primate que ha evolucionado desarrollando la inteligencia. El hombre, para sus defensores, forma una parte indivisible con la naturaleza misma, por lo que solo debe esperarse de él un comportamiento teóricamente «natural». Desarrollan de esta manera la convicción filosófica, que no científica, de que los hombres son meros animales, y que la naturaleza y lo natural debe regir nuestras vidas, contraponiendo naturaleza a cultura (portadora de viejas costumbres morales). Lo natural es además un concepto contrario a cultura, que ellos identifican simplemente con el comportamiento etiológico.
El problema es que si todo lo explica la naturaleza, entonces cualquier referencia cultural se antoja una molestia impostada y ridícula. En realidad estas corrientes filosóficas tratan de sustituir la cultura contemporánea heredada de las tradiciones cristiano greco-romanas por las nuevas costumbres proclamadas a golpe de ingenio y ocurrencia, en este caso animalista. De hecho son más moralistas que los antiguos moralistas, y pretenden imponernos sus consignas morales. Naturaleza buena, cultura mala. animales buenos, toreros y toros malos.
El hombre, (que en el siglo XIX tiene mucho del buen salvaje de Rousseau), es concebido de esta manera como un animal más, pero terminan justificando cualquier comportamiento humano, incluidos los de tipo sexual, como pautas de la diosa naturaleza. Basta indicar, por ejemplo que hay animales hermafroditas, para que el hermafroditismo humano quede justificado, o la homosexualidad en algunas especies para que todo comportamiento humano errático parezca lógico y natural, tachándose lo ortodoxo y cultural como algo anticuado o ridículo. La justificación del comportamiento humano no puede estar en la naturaleza. Si la ameba es incestuosa porque se multiplica por partenogénesis nosotros también. Luego se empeñan en contarnos que no hay dos sexos, sino cinco géneros y que también nos deberíamos reproducir de la misma manera. Da igual el perro que el collar del perro; y da igual un perro que un medusa. Entre otras cosas porque no saben donde corta la naturaleza entre uno y otro. ¿Por qué conceder derechos a los mamíferos y no a las medusas? Pues eso, que están perdidos porque el límite de la animalidad no está entre unos animales y otros, sino entre el hombre y los animales. Porque somos radicalmente distintos, aunque se empeñen en igualarnos.
El problema es que el tiempo pasa, y las viejas construcciones ideológicas, edificadas a golpe de gilipollez, se terminan volviendo contra nosotros. Donde alguien dijo una tontería, al cabo de cincuenta años la encuentra uno mencionada como una gran cita de un pensador contemporáneo. Es el absurdo de nuestro tiempo, que todo el mundo anda perdido, como pollos sin cabeza; por eso, cualquiera de los que corretea por el corral parece un líder importante. Es en este circo argumental donde encontramos, por ejemplo, personas que quieren ser hervíboros. Sorpresa. Se consideran primos hermanos, o hermanos al resto de los animales, (mamíferos casi siempre), y se hacen veganos, que es una forma como otra cualquiera de ser un rumiante de libro. Con el tiempo habrá gente que pida ser ovíparo por horas, y vivíparo por meses, como que será mejor y más natural. y a todo el mundo le parecerá lo normal y lo natural. Todo menos ser «homo sapiens sapiens» a la vieja usanza. A mi me da igual lo que coman, lo malo es que quieren imponernos su ideología con argumentos insostenibles.
La última de las verdades absolutas viene a propósito de los toros. Hay una corriente de imposición cultural que pretende destruir la tauromaquia, entre otras cosas porque (dicen) los animales son hermanos y por tanto portadores de derechos. Primero nos han igualado a los animales, y luego les han extendido los derechos humanos, montando espectáculos macabros, como la suelta de armiños en el monte, o la liberación de los jilgueros por el parque. Evidentemente los pobres animales se mueren en nombre de la libertad y sus supuestos derechos. Hay que explicarles urgentemente que la hermandad se tiene con los iguales, y que somos radicalmente distintos de los animales. Por el bien de los propios animales y de los hombres. Al proteger a los animales suele suceder como a aquella niña que apretó tanto al pollito del corral que terminó por ahogarlo. A los animales hay que dejarles que sean animales, que es lo que son.
Querer a los animales es algo bueno y agradable para sus dueños, pero pretender defenderlos frente al hombre es una estupidez. No son de los nuestros ni tenemos por qué protegerlos. ¿Acaso no saben protegerse solos? Si el toro de lidia sobrevive como especie es gracias a la tauromaquia. Lo mismo que muchas otras especies hoy amenazadas de extinción en este parque zoológico llamado Tierra. Los animalistas van camino de extinguir las especies deseando liberarlas, y la hacen pensando que salvan a los animales cuando los conducen a su condena. Evitar la extinción de las especies es un valor de supervivencia de nuestra especie, una obligación moral para no perjudicarnos. Por eso hay que rechazar a los animalistas como perjudiciales para las especies. Entre otras cosas porque no las entienden.
Para mí los hombres somos profundamente distintos a los animales, nuestra razón, nuestra libertad, y nuestra capacidad para amar y relacionarnos nos hace muy diferentes a los primeros. Y no proviene solo de la evolución. El hombre goza de una emergencia significativa en la naturaleza que le obliga a la pauta cultural heredada y que le hace ser Cultura desde sus orígenes. Las culturas son dominadoras de las naturalezas, y eso es bueno para nuestra supervivencia. Nuestra obligación es conservar y mejorar esa naturaleza, intentando comprenderla sin esquilmarla. Pero estamos por encima de ella. También es una cuestión de Dios (ecoteologías) que ahora no deseo profundizar, pero que está ahí. Si el hombre es un Dios para sí mismo, entonces cualquier cosa de la naturaleza se termina convirtiendo en humana y divina. Como la ameba o el toro en la plaza. Esto por supuesto no lo aceptan los biólogos. Ni los veganos, claro.
Estoy de acuerdo con que hay un significado superior antes de, y durante, la evolución. En este sentido, me parece interesante remontarse a la etimología de «evolución». Que tendría que ver, creo, más con «desenvolvimiento» que con un cambio azaroso tal y como se entiende en el darwinismo. Y aquello que se desenvuelve, o desenrolla, como el árbol presente en una semilla, estaba ahí desde el principio. Si no hay azar en el germinar de la semilla por qué iba a haberlo en el «crecimiento» del universo.
Igualmente, en la sabiduría tradicional presente en todas las culturas, hay una jerarquía en el ser desde los minerales a los seres vivos. Y en estos últimos, desde los microbios hasta nosotros. Por encima estarían los ángeles, como afirmaban los teólogos medievales hasta que Ockham se los sacudió de un plumazo. Y en lo alto de la escala, Dios.
En fin, soy muy antiguo y muy medieval pero esto es lo que me convence. Un abrazo, Antonio.
Interesante reflexión, y gracias una vez más por participar. Un saludo
Reconozco que a mi también me convencen más lo que dijeron los clásico a que las estupideces de nuestros contemporáneos. De todo hay… Un abrazo