¿Realmente protegemos a la infancia?

La respuesta es no, y es lo que tienen los interrogantes retóricos, que la respuesta está casi incluida en la pregunta, y sin necesidad de darla. En este caso, el asunto viene como anillo al dedo, porque mientras por un lado el mundo de lo políticamente correcto se desarma con pejigueras buscando que los machotes  seamos la quintaesencia de la bondad y el pitiminí, por otro lado dejan a la gente (niños, adolescentes, jóvenes y menores todos) a merced de cualquier negociante desaforado.

Es llamativo. Por ejemplo, la Junta de Castilla y León nos informa que tenemos, todos los funcionarios que trabajamos con menores, que autorizar a la Junta para que nos pidan antecedentes penales por el tema de la pederastia. Los casos, cuando fluyen a la superficie, son terribles, y crean tanta alarma social, que ahora están las autoridades acojonadas pensando que les podemos meter en un lío haciendo fotos a los chiquitines, y no tan chiquitines que dejan a nuestro cargo. Está bien prevenir, pero hasta que no se cometan los delitos las personas son inocentes. Realmente, la Junta, la administración y los padres, nunca se han fiado de nosotros los profes, pero ahora que tenemos menos autoridad que Ángel Cristo en su circo, todavía menos. Aulas de cristal, y muchos padres se llevarían las manos a la cabeza viendo lo complicada que es la docencia, y lo que tienen en casa. Otros disfrutarían recordando sus buenos tiempos, ¿por qué no?

Lo curioso es que mientras firmamos con una mano la autorización bajo la sospecha de que tales prácticas y medidas van en contra de la presunción de inocencia – esa que tanto retrocedió con la ley contra la violencia de género – con la otra se tapan los ojos para no ver la intemperie social en la que viven los menores de nuestro tiempo. Si realmente se les protegiera, pero es que no. Están sueltos en medio de un campo de serpientes, que es lo que es la red.

Me refiero a la protección de la infancia y la juventud en los medios de comunicación (internet), y en general en la sociedad en la que estamos. Así, y nos sirve perfectamente de ejemplo, podemos encontrar que un chico de catorce años tiene vetado escuchar tacos en televisión por la tarde, pero tiene acceso a cualquier tipo de pornografía, y a cualquier hora, a través de su móvil. El fin de semana se puede emborrachar perfectamente en las discotecas que hacen la vista gorda a sus clientes más adolescentes,  (el negocio es el negocio), para luego, convenientemente a tono, pueda proponer cualquier cosita a su novia de 12 años y medio, de esas prácticas tan naturales que ha visto en su megamóvil, y además puede hacer lo que quiera y como lo quiera, porque como es menor, goza de impunidad. No se alarmen, porque para desprotegerles más, les regalamos condones en los centros educativos, no sea que nos den un disgustillo a destiempo. en resumen: les hemos quitado las herramientas para protegerse del lobo, porque no tienen miedo a nada, y menos a los lobos del alcohol, del sexo y del consumismo; y sufrimos las consecuencias de una sociedad pensada para el mal. Sí, eso he dicho, pensada para el mal. No hay más que lobos a su alrededor, a veces incluso los tienen en casa con discursos permisivos y la tele puesta.

Las asociaciones de Padres (esas subvencionadas y mantenidas por las ideologías que las mantienen) hacen miles de aspavientos sobre la educación de sus hijos, que si los libros son caros, que si se la escuela debe ser laica y pública, que si el lenguaje es sexista y que si el profesor no aprueba a mi hijo. Pero el problema es otro, y es que tenemos realmente a los niños y adolescentes abandonados y a merced de cualquier postor. Y eso, para los padres con cierto criterio educativo y moral, nos resulta cuanto menos, inquietante.

¿Qué puedo yo hacer para que mis hijas no zorreen con diez años? ¿Y para evitar que caigan bajo la influencia de una página internáutica de las que promueve la anorexia? El otro día la hija de una compañera del cole llegó a su casa lloriqueando porque se veía gorda (está en los huesos). Sí. Estamos gordos, de insensatez. Los padres sufriendo, y la sociedad sin proteger a nuestros hijos de todo lo que absorben sin criterio. Los padres parecemos censores intentando que nuestros hijos reciban algo bueno de la sociedad, pero no es nada fácil.

Me cuentan algunos padres, como yo y con hijos más mayores, que les cuesta horrores no regalarles un móvil al chico, que desde los 9 años desean tener lo que todos a su alrededor tienen. Les estamos robando la infancia, y no les estamos protegiendo, al contrario. Tenemos a los adolescentes con verdaderas adicciones al móvil, tanto a sus juegos como a sus redes sociales. ¿Les estamos empujando a nuevas esclavitudes? Yo creo que sí.

Este drama, el de las nuevas adicciones, afecta también a los adultos, que se supone que gozan de más herramientas para hacer frente a sus instintos primaros. Pero un niño o un adolescente está desprotegido. Si no autocontrola sus enfados, ¿cómo pedirle que controle su libido recién emergida?. Gracias a los avances tecnológicos hay nuevas drogas: pornografía, juegos de móvil, redes sociales. Hay muchas personas que son incapaces de vivir sin su aparatito. ¿Realmente creen que alguien protege a nuestros jóvenes? No hay más que verlos. Basta con quitarles el móvil para tenerlos comiendo a nuestros pies. ¿Es eso ser libre?

Lo único que nos queda a los padres es la prohibición, la censura, y buscarnos relaciones (padres de amiguitos y amiguitos) que piensen como nosotros. Y no es tan fácil. En una palabra estamos vendidos mientras firmamos no sé qué compromiso por reciclar. Pues eso. Vendidos y enganchados.

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