Este gobierno funciona gracias a que la Soraya tiene en su casa abuelos y suegros que le cuidan al churumbel, sino de qué. Y el pais en su conjunto también. Antes con un sueldo en casa y Seguridad Social para todos, hacías el mes. Ahora no llegamos ni trabajando los dos, y claro, hay que echar mano de los abuelos, la verdadera cobertura social de este país. Por eso, en los tiempos que corren, el que no tiene un par de abuelos en condiciones de resistencia y trabajo no es nadie. Y si tiene hijos está vendido al peor postor, que no es otro que esta sociedad de la prisa. Voy al grano.
Llevan años dando guerra con el asunto diciendo que hay que dedicar unos días para que los niños se adapten al cole. En realidad quienes adaptan su horario durante unos días son los padres, y por supuesto, los abuelos, que como si de un ejército se tratara, forman en comandos unipersonales para socorrer a sus hijos y nietos que no pueden llegar a todo.
Están por todas partes haciendo faenas impropias: supermercados, parques, reuniones de padres, salidas de colegio, entradas al mismo, llevando papeles al hijo, en el banco a no sé qué marrón nuevo, en la cola de la carne y en la del pescado, comprando el pan para toda la familia, que luego distribuyen convenientemente a sus currantes hijos. Son espectaculares y gozan, desde hace décadas de mi más ferviente admiración. Gracias a ellos se llenan: las exposiciones de temas rarísimos de los ayuntamientos, las charlas sobre los más variopintos temas, y las presentaciones de libros, donde a mi nunca me ha faltado unos cuantos abuelos, supuestamente despistados. Encima te dan conversación en cuanto te descuidas, en el autobús o en el metro, da igual. «Es que voy a recoger a mi nieta», te cuentan. «Los pobres trabajan y no pueden». ¡Están explotados y no miran por sí mismos! Chapeau.
También son la cobertura económica de muchas familias que fluctúan entre el paro y las nuevas formas familiares, consistentes en que cada vez somos menos y necesitamos más ayuda de los abuelos. Esta peña te ayuda con la compra del mes si no llegas, o te avalan el piso hipotecado si andas con intenciones expansivas. A estos abuelos deberían darles una medalla, porque algunos, además de dar la cara por sus gilhijos, se han visto con problemas con el banco, pagando la letra que sus hijos no han podido. Lo dicho, la salvación del pais.
Se nota su presencia demoledora en la semana de adaptación de los cabroncetes. Nadie entiende por qué se tienen que adaptar ahora los niños al ir al cole, pero es de esas tontadas que se les ocurre a las autoridades educativas para justificar que hacen algo. Antes era más fácil: primer día unos lloran y otros no; el segundo día todos están tan contentos. Ahora se montan unas trifulcas con los angelitos que te cagas. ¡Qué no se traumaticen! Y nos tienen traumatizados a todos. Yo creo que los niños no necesitan ni miramientos, ni periodos chorras, entre otras cosas porque están acostumbrados a ser un paquete de un lado para otro. «Oye, que se me ha puesto malo, que te lo traigo», «¡mamá, recógeme al nene que me ha vomitado en la guardería!». No. Indudablemente los niños no necesitan adaptaciones, las necesitamos los adultos a una sociedad esquizofrénica que pretende que estemos en cinco sitios a la vez: comprando, con el niño enfermo en casa, en la puerta del cole recogiendo al pequeño, trabajando a cinco kilómetros de todos ellos, y haciendo la comida a la vez.
A mi los que me dan pena son los que no tienen los abuelos, o los que tragaron con aquello de «lo importante que es la flexibilidad geográfica en el trabajo», y los tienen en la otra punta de España, o del mundo. La semana de adaptación tienen que hacer cabriolas, piden ayuda a los amigos, y están realmente chungos y jodidos. En una palabra: desesperados buscando alguien que les eche una mano. Más de uno se coge esa semana las vacaciones para atender al chico, y algún otro pide en la «cosa nostra administrativa» una semana sin empleo ni sueldo, un permiso no remunerado que se llama, para atender a su pobre hijito inadaptado según un gilipollas de la Consejería de Educación.
Yo creo que el gobierno, si tiene alguna sensibilidad por lo social, debería organizar unos abuelos de alquiler, una empresa comanditaria donde el abueleterío te pase a recoger cinco o seis niños por aula. Como ahora las clases están más vacías que las consultas de los pediatras (llega el otoño no lo olvidemos, los piojos y las gripes), con tres abuelos hacemos la clase entera, y con veinte el cole entero.
Otra idea, que estoy inspirado: montar turnos para que los funcionarios más relajados, además de salir al bocata matutino un par de horas, pasen a recoger a los churumbeles de los vecinos del barrio. Esto bien organizado sería espectacular y saldríamos hasta en el NY Times. Así dejaríamos a los abuelos descansar en el supermercado, que los pobres también tienen derecho.