
Llevo dando clase de secundaria desde hace 25 años. Por eso creo que entiendo del tema. Supongo que tengo que añadir, que además de dar clase desde hace 25 años, pienso mucho sobre el problema de la escuela y su objetivo. Y ahí sí. Doy clase y pienso en lo que funciona o no funciona, y creo que puedo intuir por qué vamos de fracaso en fracaso y de debate estéril en reformas inoperantes y métodos inanes. Hoy nos ponemos serios.
¿Fallan los sistemas educativos? Primero tendríamos que analizar qué es un sistema. Un sistema es un conjunto ordenado cuyas partes tienen relación entre sí. Es decir, un sistema funciona como un todo, donde si falla un sector, se resiente todo el engranaje. Hablamos de sistema endocrino, sistema digestivo, sistema cartesiano… y sistema educativo. Si falla primaria, falla secundaria; y si hay problemas en casa, escasea el rendimiento en el cole. La cadena se puede extender bastante más: si fallan los planes de estudio, fallan los conocimientos de los alumnos; y si fallan los métodos, los alumnos no aprenden adecuadamente.
Dicho esto, entiendo que el sistema educativo actual no yerra en su totalidad, pues está ordenado, y sus partes están relacionadas entre sí. Podrían fallar los padres, pero es verdad que no todos lo hacen mal. Fallan algunos. Podrían fallar los profesores, pero no todos los profesores son deficientes, también los hay excelentes. Tampoco salen igual de preparados todos los alumnos, ni saben lo mismo. El engranaje permite que un alumno que vaya mal, aterrice en otras propuestas internas del mismo sistema educativo. Si no aprueba nada, puede hacer una Formación Profesional Básica, y luego seguir formándose como profesional. Eso es un sistema. Si uno lo hace bien, puede continuar formándose hasta terminar una carrera universitaria, o concluir un módulo profesional superior. El sistema funciona en su conjunto, y está construido para reenganchar a los rezagados y para dar cabida a los brillantes. ¿Qué falla entonces? ¿Falla que no están preparados para una sociedad con un porcentaje de paro juvenil desorbitado? ¿Falla que no están preparados para ser buenos ciudadanos?
Nos adentramos en el asunto educativo, viendo que el problema no está en el sistema, sino en algunas de sus partes, tenemos que pensar que algunos sectores y aspectos educativos son más frágiles que otros. Vamos por partes: profesores, familias, pedagogías…
¿Funcionan mal los profesores? Supongo que hay de todo, como en botica, pero la mayoría hacen bien su trabajo. Logran mantener a un grupo de adolescentes y niños atendiendo y trabajando; y creo que la mayoría trata de enseñar lo que sabe. No creo que los profesores sean peores que los de hace cincuenta o cien años. Tienen menos autoridad, pero no es culpa de ellos; de hecho, en general, también los médicos, los policías y otros muchos profesionales han perdido autoridad. Es verdad, y hay que reconocerlo, que la administración no potencia que los profesores tengan doctorados, por ejemplo, y eso puede mermar su autoridad. Más bien prefieren que sepan idiomas y hagan cursillos de 30 horas. No potencian que se estudien otras carreras, ni que se investigue o se profundice en las materias que ya imparten. Potencian que hagan cursos que la misma administración imparte. Cursos de nuevas tecnologías, cursos para meter comic en las clases, o cursos tipo atender a los alumnos disruptivos. Los cursos son para mejorar la actividad docente, no para profundizar en la temática que se imparte. Cuento un ejemplo, en las últimas oposiciones para cátedra (año 2021), se competía en cuestiones pedagógicas, no científicas; por eso, los catedráticos recién estrenados no saben mucho de su materia con respecto a sus compañeros, pero eso sí, conocen el encaje pedagógico. Con hacer un proyecto pedagógico era suficiente. Lo que me pregunto es si les servirá de algo ante un “cabroncete” dispuesto a joderte la clase, o ante un chico que te exige resultados para la selectividad en una materia compleja que no siempre dominan y conocen los docentes.
¿Qué funciona mal? ¿Los padres y las familias? Es verdad que el fracaso se concentra en las familias desestructuradas y en las más humildes, que no valoran el trabajo y el esfuerzo del estudio. En Castilla y León, con abundancia de funcionarios, esto sucede en menor medida. En otras comunidades autónomas, donde hay más trabajo para los jóvenes, abandonar los estudios es una tentación más fuerte. Eso puede explicar que un mismo sistema en toda España, proporcione resultados dispares. Las expectativas de los alumnos y sus familias parecen influir más que la calidad de los profesores. Pero tampoco podríamos decir que están fracasando las familias cuando a muchas les va bien.
¿Funcionan mal las pedagogías? ¿Funcionan mal los planes de estudios? Aquí sí que sufrimos una tensión real con debate de fondo incluido. La administración educativa, formada por gente que no ha dado clase en determinados niveles, se empeña en que utilicemos un tipo de pedagogía cuyos resultados son más que discutibles. Son las nueva pedagogías.
Para los profesores, son imposibles de aplicar durante todo el curso, salvo que uno quiera que aprendan poco sus alumnos. Las nuevas pedagogías hablan de hacer clases divertidas, transformar las aulas en espacios chachis y diversos, y que el profesor sea un colega entusiasta que potencie el trabajo por proyectos. Los que tienen hijos lo ven de cerca: hacen proyectos de asuntos particulares, pero desconocen el todo. No es infrecuente esto: mi hija sabe mucho de Nueva Zelanda, pero no tiene ni pajolera idea de que el continente-isla que hay al lado se llama Australia. El nene controla mucho (más bien tiene un barniz) sobre la situación de la mujer en la Edad Media, pero no sabe situar la Edad Media en orden cronológico. No hay una jerarquía de conocimientos. Por eso, los profesores solemos huir de las nuevas pedagogías y de los proyectos; o como mucho, las aplicamos muy de cuando en cuando, so pena de tener alumnos analfabetos y no alcanzar el nivel mínimo que por otra parte nos exigen los mismos planes de estudio, demasiado extensos y farragosos.
Las nuevas pedagogías afirman que los alumnos tienen que saber mucho (ser críticos, magníficos, solidarios, razonables, tolerantes y asertivos), pero sin estudiar nada. Tienen que descubrir muchas cosas, pero en un tiempo limitado. Si esperamos que las pedagogías del descubrimiento iluminen a nuestros alumnos, nos podemos morir sentados. El Mediterráneo ya está descubierto. Es más útil enseñarles en un mapa dónde está, que no esperar media hora a que lo descubran ellos buscando en un mapa. ¿El resultado es el mismo? Depende de cuántos mares quiero que aprenda al año. Si me conformo con que sepa buscar mares en los mapas, con enseñarle uno, ya tiene la competencia adquirida. Eso sí, que luego no vaya a “saber y ganar” porque pasará por un analfabeto absoluto.
Si trabajáramos por proyectos, sus hijos —nuestros alumnos— no se asomarían al temario más que en un 15 o 20%. La valoración y la nota sería muchísimo más arbitraria, y los padres más sensatos se quejarían de que el chico no sabe casi nada. Especialmente cuando, presumiendo de controlar mucho Nueva Zelanda, descubrieran que de Australia, Japón y el Mediterráneo no saben un colín. Sus notas serían buenísimas, pues localizar un mar en un mapa está chupado. Pero no son notas reales, pues el muchacho no sabe casi nada, o nada, de geografía.
Los profesores somos sensatos, en general, y preferimos el aprendizaje tradicional: explicación, memoria, ejercicios, retención de ideas, y un volcado final para evaluar. Si uno pregunta qué es más eficaz, no tenemos ninguna duda. Se aprende con esfuerzo, no entreteniendo ni jugando; por eso, los métodos nuevos no funcionan, porque se aprende muy poco, casi nada, y de manera desordenada y dispersa, lo que es contraproducente para la madurez de las personas. Se aprende estudiando; y se enseña mostrando y exigiendo estudio y atención. Para lo cual hace falta disciplina en las clases. Se puede enseñar a trabajar en grupo, pero si sólo trabajamos en grupos, no aprenderán demasiado, y los alumnos gorrones se aprovecharán del curro de otros. ¿Cuánto tiempo dedico a trabajar en grupos? ¿Un 10% de la materia? ¿Un 30%?
La pedagogía moderna aspira también a que trabajemos por competencias, estándares de aprendizaje, perfiles de salida y demás. Es decir, la metodología educativa que nos llega de Europa, promueve un tipo de aprendizaje no basado en contenidos, sino en habilidades. El modelo lo tomaron de la Formación Profesional. ¿Qué debe saber hacer un técnico de electricidad? Poner un enchufe, calcular la tensión eléctrica, la resistencia, etc. Ahora se traslada al resto del saber escolar: ¿qué debe saber un chico de secundaria? Debe saber escribir y leer bien, razonar correctamente, y manejar el ordenador. Y así tenemos competentes o incompetentes en lectura, razonamiento, digitalización, sociabilidad… Ahora la pregunta es, ¿qué ha leído en su vida? ¿Qué razonamientos ha hecho en matemáticas? ¿Que manejos tiene del hardware y del software? Y nos volvemos a quedar cojos.
Este modelo de las competencias se basa en la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner, una teoría psicológica indemostrable, y por supuesto, discutible. Pues bien, las competencias son una extensión modificada de estas inteligencias. Nuestro trabajo consistiría en potenciar inteligencias, y desarrollar competencias. Pero no en trasmitir contenidos. Y ese es otro de los problemas.
Con la nueva pedagogía, es más importante saber que existe el Quijote, que leerlo. Leen lecturas insustanciales, y eso les parece a todos que es suficiente para que tengan competencia lectora. Con que les suene algún párrafo adaptado del Quijote, es suficiente. Eso es un deterioro cultural. Los chicos, y eso potencian los planes de estudio, deben saber muchos idiomas, pero no tienen nada inteligente que decir. Es verdad que los planes de estudio preveen que los alumnos tienen que ser críticos y pensar por sí mismos. Pero, ¿qué critica van a hacer si desconocen casi todo? ¿Cómo van a criticar la política racista australiana del siglo XX, si desconocen dónde está Australia, su historia, etc? Un ejemplo que vivo en mis propias carnes todos los años: tengo que explicar a Nietzsche en su crítica al cristianismo, y resulta que no saben qué es el cristianismo porque muchos no son de religión y jamás lo han estudiado. ¿Qué hago? El estudio por competencias choca abiertamente con la adquisición de conocimientos previos, imprescindibles en los cursos más elevados. ¿Hacemos un proyecto sobre el cristianismo y Nietzsche en Segundo de Bachillerato con la Selectividad a las puertas?
¿Qué debería hacer la educación en cualquier cultura y sociedad? Desde la antropología cultural, educar consiste en trasmitir conocimientos, valores éticos y morales, construcciones jurídicas, y una cosmovisión religiosa y existencial de una generación a otra. Educar es transmitir, es la “traditio” entendida como entrega cultural de una generación a otra. De nuestros mayores aprendemos la lengua, las costumbres, los comportamientos, las instituciones, etc. Y si eso no se hace correctamente, es que hay un problema cultural y educativo serio en la sociedad.
Tenemos que transmitir el acervo cultural que hemos heredado, incorporando las modificaciones más relevantes. El problema educativo es un problema cultural que afecta a toda la sociedad. A los profesores nos piden que los entretengamos y que los preparemos para la Universidad. Quieren que transmitamos valores como la solidaridad y el esfuerzo, pero nos piden que los aprobemos y que los pasemos de curso fácilmente. Los profesores no podemos hacer imposibles; por eso, casi siempre, estamos educando contracorriente de muchas familias y contra una gran parte de la sociedad (incluidas las autoridades educativas), que piensa que la historia, el latín, la filosofía, la plástica, la música o la geometría no sirven para nada, o para casi nada.
Hace pocos años, una alumna me dijo que ella soñaba con ser como los Gipsy Kings. Ahí lo comprendí todo. Los albañiles de antaño apreciaban el saber, y obligaban a estudiar a sus hijos; los de ahora, por el contrario, lo desprecian. Una cultura en cambio, como la nuestra, desprecia su acervo cultural y está permanentemente reinventando sus instituciones y saberes. Ahí está el problema.
En mi opinión, como filósofo, estamos viviendo en directo el paso del logos al pathos, que es el momento contemporáneo. De la razón a la emoción y el sentimiento. A nuestra sociedad le importa mucho las emociones y las identidades; pero desprecia las razones, el saber tradicional y los conceptos. No hay más que ver el nivel de nuestros políticos, o asomarse a las redes sociales, para darse cuenta del tema.