Una prueba de la descomposición de España es que se marcha el jubilado rey Juan Carlos I en un exilio aparentemente voluntario, pero que es a todas luces forzoso. Es otra víctima más de la incorrección ética que impone el puritanismo oficial, donde sin juicio y con la fuerza mediática, se humillan a los «ricos» y se ensalza a los «pobres». Se persigue, en este caso, a una persona que ha hecho mucho, muchísimo por España; y aunque todos lo sabemos, nadie se levantará para impedir su marcha. No habrá escraches impidiendo su marcha, ni exaltados en la calle solicitando que se quede. Yo lo hago desde esta cátedra de las letras de mi bitácora porque me parece una injusticia, una más de las muchas injusticias que se hace con los grandes hombres de nuestro país.
¿Qué Juan Carlos es un corrupto? Me da igual, sinceramente. Más corrupto me parece el que ocupa una vivienda que no es suya a sabiendas, o el que alienta a unos asesinos a matar para lograr la independencia, o el que miente en las cifras de muertos de esta pandemia que sufrimos. Si todos ellos pueden vivir en España, ¿por qué un Borbón no? A Juan Carlos le perdono cualquier pecado de juventud y más de senectud, pues el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y aquí ya, bendito sea Dios, miramos todos para otro lado.
Además, la marcha de Juan Carlos I debilita profundamente a la Corona española y a Felipe VI, pues da la razón a aquellos que desean instaurar una república corrupta y bananera, neodictadura, al estilo de la que padecimos en tiempos pasados, y eso es otra injusticia. Los que le han aconsejado (y ordenado) que se marche al exilio, se equivocan. Piensan que si no está aquí, la influencia mediática será menor, lo cual es un craso error, pues va a ser mayor el bombardeo, y no se podrá defender.
La prueba de que se equivoca al irse, es que los que lo han echado (izquierda republicana multicolor) se han cabreado diciendo que se va para no rendir cuentas. De esta manera tan sibilina, las hordas vandálicas podrán seguir machacándolo sin que se pueda defender hasta desgastar a Felipe y a España. Ni que decir tiene que las bofetadas irán a parar a su hijo Felipe VI y a la heredera Leonor, que la odian por ser rubia, mona, y educada. Nosotros no hemos sido, dicen ya en la Casa Real, y esa será la equivocación de la Corona, porque Juan Carlos es el mejor patrimonio de Felipe VI, y el mejor patrimonio de nuestra historia, pues nos ha otorgado credibilidad dentro y fuera de nuestras fronteras. De la misma que Puigdemont, Zapatero y ahora Sánchez horadan esa credibilidad abrazando al que mandó callar Juan Carlos I.
Los medios de comunicación, especialmente los de izquierdas, están deseosos de machacar a Juan Carlos I y a la Corona, pues lo odian por ser mejor que ellos; y el rey Juan Carlos lo tiene crudo, pues salvo que se vaya a Zimbawe con una ONG, nos contarán que se pega la vida padre después de habernos robado. Se harán eco de medias verdades, y nos dirán que fue un gran Rey cuando muera. Yo ya digo que ha sido un gran rey, y que es una pena y una injusticia que se vaya de su casa.
Juan Carlos I representa lo mejor de nuestra historia reciente. Su vida ha sido un sacrificio constante y un servicio a nuestro país. Vino siendo un niño para escoltar una dictadura, y abdicó dejando una nación democrática y próspera en manos de otro magnífico Rey, como es Felipe.
Su labor como Jefe de Estado ha sido fecunda e intensa. Es el principal artífice del buen nombre de España por el mundo tras una dictadura que quebró los lazos con muchas naciones modernas. Juan Carlos representa para la historia de España la modernidad, la democracia, la concordia y la convivencia. Ni más, ni menos. No lo hizo sólo, pero no se pudo hacer sin él.
Desde los Juegos Olímpicos del 92 hasta la entrada en el Euro, el periodo de su reinado será estudiado en los libros de historia (si no los tergiversa el malvado Echenique y sus secuaces) como uno de los mejores de nuestra historia contemporánea, demasiado marcada por golpes de Estado de los iluminados de turno, primo hermanos de los que hoy nos gobiernan. Sólo por esa razón, debería quedarse a vivir en la España que tanto ama y ha servido durante toda su vida.
En mi opinión, debería el Estado darle un sueldo vitalicio, diferente del que ya no-recibe de la Casa Real, por haber contribuido con su trabajo, presencia y esfuerzo a mejorar nuestra patria. Sus negocios privados deberían ser escondidos y olvidados del primero al último, pues no son relevantes para la historia de nuestro país.
En resumen, a los reyes se les perdona todo, y sólo los debería juzgar Dios y la historia, y no la chusma hedionda que presume de ser buenísima y perfecta porque recicla la bolsa de pipas. Lo contrario es hacer verdadero el dicho de que «un país que no reconoce a los suyos es una mierda de país». Pues bien, España está siempre con las heces hasta la rodilla por culpa de su incapacidad para mirarse al espejo. ¿Son mejores las demás monarquías europeas? ¿Son más puros y perfectos, incorruptibles y pacatos, los presidentes de las repúblicas que nos circundan? No y no. Son iguales o peores.
¡Quédese, por favor!
Pues me da pena que no pueda vivir entre nosotros alguien que tanto hizo por nosotros y por nuestro país.
Se lo ruego, Majestad. ¡Quédese!