Cuando Pit descubrió que podía envasar sus heces para venderlas en una performance, su ama de llaves levantó una ceja, arrugó su papada y se ofendió 2,5 en escala Richter. Estaba claro que era una señora como las de antes, y que no deseaba molestar al dueño de Napoleón, que era el nombre que convinieron para llamar al caniche de oro fino que deambulaba por su palacio.
Con la ocurrencia llegaron los insomnios, que pueden resumirse en tres. ¿Qué si no? El primero lo provocó la Hacienda Pública, el segundo el Ministerio de Sanidad francés y el tercero la Subsecretaría de Cultura del Departamento de Artes Plásticas para la Igualdad y el Reciclaje de la Materia Prima y Hermana del Planeta Tierra de Bélgica.
Hacienda le envió una carta, pues tanto defecar como vender mierda debían pagar el correspondiente Impuesto de Valor Añadido.
Pit contestó que ya había pagado IVA al comer, y que era la misma materia subatómica que ahora defecaba y vendía, y que no se podía pagar dos veces por lo mismo.
Hacienda respondió que si esa mierda ahora valía oro, debía ser repercutida en los porcentajes que marcaba la Ley, es decir, el 21%. Y que debía pagar por cada ñordo valioso que arrojara y fuera vendido, donado o almacenado a partir de la correspondiente notificación y sin efectos retroactivos.
Respondió Pit que la mierda la había cagado en el Louvre en Francia, que él era un artista y que no debía quedar sujeta a impuestos españoles sino franceses. Y que era una obra de arte. Y por supuesto, aseguró en carta jurada que no pensaba cagar más, no se lo fuera a gravar la Hacienda de los cojones.
La Agencia Tributaria se sonrió, y tras aceptar la declaración jurada de no volver a hacer arte con sus heces, informó a escondidas a a Francia para que investigara sobre el asunto.
Sin embargo, antes de que enviaran la mierda al depósito de los Juzgados de la plaza Castilla de Madrid, para que se tramitara su venta en subasta pública, llegó una llamada de la Ministra de Sanidad francesa a su homólogo español con una importante reclamación. Aquellas heces, que habían sido producidas en el Louvre pertenecían al Louvre, pues era arte robado y debían, según la normativa vigente de la Unión Europea para la protección del arte y contra el brexit, quedarse en suelo francés.
Aceptó al petición el ministro español, que era de natural conciliador, y tras enviar el único resto de heces del tío Pit, abrió un proceso penal contra el artista, por robar arte francés a sabiendas.
El tío Pit fue detenido el jueves por la tarde cuando estaba intentando negociar una exposición de arte con la Subsecretaría de Cultura del Departamento de Artes Plásticas para la Igualdad y el Reciclaje de la Materia Prima y Hermana del Planeta Tierra con sede en Bélgica, y sucursal en Tierra de Campos. A la vez se abrió un debate importante sobre el Guernica que no llevó a nada.
Sin embargo, aquella detención alertó a la prensa, que tras movilizar a la demogresca en un par de programas, logró que la exposición de las primeras heces del tío Pit, defecadas en 1969, culminaran con una marcha nupcial de varios colectivos liberales. Se multiplicaron las visitas, las bodas, los banquetes y las heces por los medios. Hubo incluso varios miles de chalecos amarillos que se manifestaron frente a la sede de la Embajada China sin motivo suficiente.
El caso es que, por desgracia, el pobre tío Pit tuvo que huir del continente, pues estaba decidido a no pagar más impuestos por la venta de sus cagurrios. Y además estaba harto de no poder usar las toilettes de la Europa civilizada.
Cuando falleció, veintiocho años después en Pernambuco, hablaron de la falta de incentivos que había en España para proteger la cultura y a los grandes artistas. Por supuesto, junto al cuadro de «la Libertad guiando al pueblo» en el Louvre hay una inscripción que indica que en ese lugar, el tío Pit tuvo su primer retortijón en tierra francesa. Un lugar que ha despertado una variada literatura sobre qué quiso decir el tío Pit, y si tiene relación con que todo comenzara delante de un cuadro tan emblemático.
Y Fin.