Tenía yo 10 años cuando se aprobó la Constitución Española en un referéndum que recuerdo perfectamente. Manteníamos frescas las letras de Jarcha con la canción «libertad sin ira», y los eslóganes de las campañas políticas y electorales ya nos hablaban de una sociedad distinta. Era una explosión de libertad y de júbilo para la sociedad española.
Yo por entonces vivía en Tarragona, pero la memoria no me falla, y los estudios me han ido ratificando que la Constitución Española del año 78 fue y sigue siendo, porque está en vigor gracias a Dios, el mejor documento constitucional que ha parido nuestro país. La mejor obra política y jurídica española de los últimos trescientos años. ¿El mérito? Cada uno tiene su parte. El Rey Juan Carlos I la encabezó como Jefe de Estado, Adolfo Suárez la dirigió como Presidente del Gobierno, la derecha franquista aceptó su llegada sin nostalgias ni rencores y la izquierda comunista renunció al revanchismo apostando por la reconciliación. La gente tenía miedo a otra guerra civil, y se prefirieron calmar los ánimos y buscar el «consenso», que era la nueva palabra de moda por entonces.
Se parió la Constitución desde un consenso, que fue construido por una nueva generación que no había vivido la guerra civil. Había más afán por construir que por destruir, y la prueba de tal cosa fue la manera en la que se realizó la llamada transición española, el paso de la dictadura a la democracia. De la ley a la ley. Derogamos leyes hasta disponer de las democráticas que nos gustan.
Los primeros años constitucionales (1978-1982) fueron balbuceantes pero firmes. Gobernaba la Unión de Centro Democrático, el partido de Adolfo Suárez de centro derecha. Se consolidó la democracia con las elecciones municipales y autonómicas. La descentralización y el nuevo modelo de Estado, llamado autonómico, daba sus primeros pasos en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía. El marco que reunía a todos era la Constitución y la democracia, y los únicos enemigos que tenía para intentar aguarle la fiesta fueron el terrorismo del GRAPO y de ETA, ambos de ultraizquierda; y el constante ruido de sables de una parte del ejército español, que todavía mantenía la esperanza de un franquismo sin Franco.
Desde el punto de vista gubernamental, España empezó a dar sus primeros pasos para consolidar su posición internacional, OTAN y Comunidad Económica Europea. La democracia quería sentarse en la mesa de los países democráticos de nuestro entorno. Adolfo Suárez tuvo en el marco político dos grandes enemigos democráticos que le llevaron a la dimisión: su propio partido, la UCD, sin unidad ni consolidación; y la oposición del PSOE que los tachaba permanentemente de franquistas y de reaccionarios.
El golpe de Tejero el 23 de febrero de 81 puso de relieve la fragilidad de la democracia y la insistencia de que había una nueva democracia, una nueva forma de gobernar que quería abrirse paso. Libertad sin ira para una democracia que no era flor de un día. Las instituciones democráticas recibieron el espaldarazo de la sociedad española en su conjunto. Probablemente, gracias al fracaso del 23 de febrero, muchos militares asumieron que había que pasar página en al historia. Por supuesto el Rey Juan Carlos estuvo magnífico, igual que los diputados y el gobierno de Suárez.
El siguiente periodo histórico (1982-1993) corresponde a los gobiernos de mayoría absoluta de Felipe González. El PSOE llegaba al gobierno gracias a una mayoría absoluta que mantuvo hasta las elecciones del año 93. Durante este periodo los partidos de derechas desaparecieron o se refundieron en diferentes proyectos hasta conformar un nuevo partido de derechas bajo el nombre de Partido Popular y con una nueva generación de políticos distintos a los de la transición. Algo parecido sucedió en el PCE, Partido Comunista de España, hizo su transición desde la vieja guardia de Carrillo, hasta las nuevas propuestas de Izquierda Unida, etc. Dominaba el panorama político el PSOE que pudo gobernar sin oposición política real durante once años.
En octubre del año 82 llegó a Presidente del Gobierno Felipe González del Partido Socialista Obrero Español. Por primera vez gobernaba en España una izquierda no golpista, con vocación democrática y con la sensación de que había llegado su hora, la de demostrar que podían hacerlo mejor que la derecha. Todo eran ilusiones, y muchas de ellas fueron desapareciendo según pasaba el tiempo. «Por el cambio» fue el eslogan del 82, un mensaje que en el año 93 se traducía como el cambio del recambio. El fin del felipismo en el gobierno llegó en el año 96, fecha en la que perdieron por primera vez las elecciones generales.
Pero durante esos años, la ilusión y el miedo al retroceso alimentaron las campañas electorales. Es verdad que el ejercicio de la política democrática permite que gobiernen los que elige el pueblo, pero éstos no siempre son los mejores, los más capacitados, los más honestos, o los más humildes. Era el primer choque de realidad tras varias décadas ilusionados con el cambio y con el socialismo. La democracia no es la panacea que muchos creían, y es que iban a gobernar y a desilusionar a muchos de los que esperaban un cambio de verdad.
Como todos los gobiernos de la historia, tenemos luces y sombras.
De las luces destaco el carisma de González. Encantador de serpientes. Su verbo y su capacidad fueron capaces de cambiar y de tranquilizar a una izquierda que quería más Unión Soviética y menos Occidente Capitalista. González impuso su visión a una izquierda que no ha vuelto a levantar la cabeza desde su marcha.
También en las luces continuó el trabajo iniciado por la UCD de introducir a España en el órbita y relación de los países democráticos. En este sentido consolidó la socialdemocracia española (con el modelo Sueco de Palme de trasfondo). La entrada en la Comunidad Económica Europea en el año 86 fue el hito que marca la inflexión de sus gobiernos. Esta etapa tuvo su culminación con los eventos del año 1992. Olimpiadas en Barcelona, Quinto Centenario del descubrimiento de América.
Entre las sombras más oscuras se encuentra el de la creación de los GAL, un grupo terrorista creado por el Estado, bajo su gobierno, para combatir al terrorismo de ETA. Es cierto que en aquellos años ETA mataba sin piedad a civiles, militares, niños, políticos, periodistas o empresarios. Habían perdido la batalla de la historia desde hacía tiempo, pero en su ceguera ética, ideológica y política arrastraron a una parte de la sociedad vasca, que sigue intoxicada por sus consignas de extrema izquierda. González aguantó con firmeza, y en un momento concreto optaron por saltarse las reglas del juego para hacer la guerra sucia, también a ETA.
La segunda sombra no era menos alarmante. La corrupción socialista se configuró como el modelo de la corrupción en política: palmadita en el hombro y financiaciones irregulares. Negamos todo y decimos que nos están persiguiendo. La corrupción llegó a extremos sonrojantes con el asunto Luis Roldán, Juan Guerra, etc. Corrupción que fue negada permanentemente por Felipe González. Los socialistas, bajo el amparo de las mayorías absolutas, degradaron la actividad política hasta extremos decepcionantes. Manipularon y anularon la pluralidad informativa en las televisiones, radios y gran parte de los medios. El clientelismo y los amiguetes del partido (PSOE) con carnet llenaron la vida política, y entristecieron a gran parte de la izquierda que los había aupado. ¿Para eso habían luchado contra Franco tantos años? La pérdida de votos, y la apelación al miedo a la derecha fueron el discurso político de un PSOE que no reaccionaba.
La tercera de las sombras, supongo que más discutible, fue el mal gobierno y la mala gestión. El PSOE hacía leyes peores que las que habían regido la vida social y política hasta ese momento. Esta carencia era lógica, pues las instituciones se llenaron de individuos con poca capacidad para tomar decisiones, que además se vieron sin una oposición sólida que les hiciera la vida imposible a sus desmanes. Esto no solo afectó a municipios, sino que tuvo también su reflejo en leyes del Estado que a la larga se han consolidado como un sonoro fracaso: leyes educativas penosas (LODE, LOGSE…), leyes del Poder Judicial hechas para controlar a los jueces LOPJ del 85, leyes administrativas más ambiguas, leyes para armonizar las autonomías que fracasaron (LOAPA…), etc. Había que desarrollar la Constitución, y la palabra de moda fue «democratizar», o sea, enredar en todos los sitios. Lo que funcionaba bien, dejó de funcionar por culpa de un gobierno, y de una ideología, que se empeñada en tocar todos los hilos de la sociedad. Anularon el mérito y la capacidad para muchas oposiciones que las convirtieron en un reparto de butacas con los sindicatos. UGT, CCOO y el PSOE eran oficinas de colocación en no pocos municipios.
El Felipismo de González alcanzó su clímax con los fastos del año 1992. Juegos Olímpicos en Barcelona, Expo de Sevilla, el AVE que unía Madrid con Andalucía y una incapacidad manifiesta para crear puestos de trabajo y disminuir el desempleo. Su política económica se agotaba dejando el país con más desempleo que el que encontró y más corrupción que cuando llegó. A cambio nos dejaba en la Unión Europea consolidados como una democracia con futuro, y un Estado descentralizado en 17 autonomías entregadas a la noble tarea de pedir más poder y dinero para sus gobiernos particulares.
(continuará)