Estoy que trino en arameo. Los curritos de marras me están rondando. Al parecer andan buscando el atranque de una tubería de un inmueble cercano, y como sospechan de la esquina de la calle donde guardo el garaje del coche, pues se han llegado con todo su equipo de inteligencias, grúas y curritos incluidos. No sufran: siguiendo sus formas tradicionales de trabajar, han cortado la calle entera, nos han dejado sin acceso a toda la calle, y por supuesto, hoy no han venido a currar porque estaba lloviendo.
El agujerete abierto está a un lado, o sea, que podían haber intentado salvar el vado, los contenedores de basura… pero «pa qué». Somos curritos y eso imprime carácter. Menos mal que han dejado la avenida de enfrente libre, y es que un currito se define como un señor que tira un tabique para pasar mejor con su carretilla. Por supuesto, luego te levanta otro tabique y tan contentos todos. Y es que son así, entrañables.
Se lo dije al jefecillo de turno, lo de hacer las cosas mejor para que pudiéramos pasar los vehículos al vado, pero nada. Me balbuceó algo así como «yo, trabajo; yo, trabajo». le conté que yo también, pero que además se podía trabajar pensando en los demás, y me miró como la vaca viendo pasar el tren. Por eso hay que montar un nuevo reality en la tele con curritos. Es una idea cojonuda que ofrezco a la humanidad. Seleccionamos peña con vocación de obrero de la construcción y ale. Lanzamos al mundo curritos diplomados en la nueva escuela, Academia de curritos de España. Me pido jurado, que de profe estoy cansado.
Lo cierto es que se aprendería mogollón y no faltaría trabajo cuando se acabara el reality. Los alicatados guapos, las hogueras invernales perfectas, conversaciones de calidad y ese saber hacer tan de currito. Bocatas estupendos y levantamos paredes, damos llana, enladrillamos el cielo y lo desenladrillamos a un tiempo. Hacemos piscinas con música y reparamos el césped previamente machacado por esa indolencia impostada del que no mira por donde pisa.
El currito fetén que gane deberá tener una cualidad importante y a destacar: Insensibilidad absoluta hacia la humanidad en 100 metros a la redonda. La creatividad del currito se define porque todo lo de alrededor se queda como si hubiera habido un terremoto, mientras la pared alicatada resplandece dos meses tras intentar limpiarla con los productos más abrasivos. ¿Qué hay que meter cartón en un ascensor para llevar y traer? Pues se hace. ¿Qué hay que picar el piso entero de 300 metros cuadrados a las ocho de la mañana. Pues se tira y en paz. Coño, estamos trabajando. ¿No? Total, a nadie le molesta un ruidito. ¿Acaso no sabe todo el mundo que la humanidad tiene el mismo horario de trabajo que ellos? Si trabajas de noche, de vigilante, por ejemplo, es como que no trabajas. No como ellos, claro, que son los que levantan este país de verdad.
Hacer obras requiere de una preparación previa ineludible, y no me refiero a la licencia de obras, que es lo de menos. Primero hay que aparcar el coche en cualquier sitio para descargar y cargar. Se coloca un contenedor de escombros lo primero. Ese trabajo lo suele hacer otra cuadrilla, y no siempre (vaya por Dios), lo colocan bien. Luego hay que buscar una temprana para hacer mucho ruido de 8h a 10h. Y luego irte a comer el bocadillo. Por supuesto los ruidos hay que recuperarlos a las 3 de la tarde, hasta las 6h, que es cuando la gente deja de dormir la siesta. Los que no curran, claro. Porque ellos sí curran. Los que más.
Habría una prueba definitiva: señalizar unas obras en una autovía. Debe estar en algún manual de libro. Primero señalizamos cincuenta kilómetros de autovía y anulamos uno de los dos carriles. Luego se trabaja en ese carril en torno a un kilómetro o dos. Uno de los nuestros se coloca con una banderilla a un extremo y la agita cuando vea llegar un coche. No sea que nos atropelle. Eso mientras trabajamos. Ni qué decir tiene que el fin de semana, aunque no se trabaje no se recoge, y por supuesto, si la obra tarda cinco meses y se generan atascos no pasa nada. Inmutabilidad de currito. No hay que olvidar luego dejar los trastos varios meses, incluso años de terminada la obra. De hecho, las carreteras españolas están llenas de carteles de obras sin obras, de gente que las abandonó y no volvió a por la señal. No antes de que pasen dos o tres meses mínimo.
Yo sería un jurado estupendo, pues sé de qué va el tema. Hace años, se me vino arriba un currito en la escalera de mi piso. Estaba cambiando los interruptores de la luz de los pasillos del inmueble, y picando picando, agujereó el tabique de mi casa. Podía meter y sacar el brazo entero al pasillo de los vecinos desde mi habitación del fondo. Por supuesto, no duden de mi bondad, si tengo una escopeta le dejo tieso en lugar de taladrarle la cabeza con mi berbiquí manual. El caso es que el currito, recién llegado de algún lugar de Marruecos me dijo algo así como «saroto, saroto». No valía la pena decirle nada, y me fui a por su jefe, español y currito avezado en las artes mañas de los curritos del mundo. El chico es que está trabajando y se le ha ido la mano, me dijo mientras me aseguraba que lo iban a arreglar echando hostias. El caso es que me taparon el agujero en media hora que se fueron a buscar cemento a no sé donde.
El atranque que tienen en medio de la calle todavía no lo han localizado, y seguro que dejarán la calle como un queso de gruyere. Yo, por supuesto, me encomiendo a los cielos para que acabe pronto. Menos mal que no hay Metro en Valladolid, poque me imagino la sima de Atapuerca en medio de la avenida, y los curritos intentando arreglar el destrozo hecho dos minutos antes.
Fotografía: Diario La Razón.