Buscando la cruz desnuda.

La Semana Santa de Valladolid es una de las más importantes y vistosas del mundo, desde el punto de vista artístico y cultural. Pero también la ciudad está llena de lugares escondidos y solitarios donde recrearse en el Misterio de la Pasión de Cristo. Uno de esos lugares entrañables es el que se encuentra junto al puente de Arturo Eyries, lugar que recuerda la primera fundación de las Carmelitas Descalzas en la ciudad, y que fue abandonado por la insalubridad y humedad del terreno ya en tiempos de la Santa andariega, Santa Teresa de Jesús. En recuerdo que se tiene de aquellos días, se levantó esta cruz desnuda, y se allanó el camino que lo conduce, paralelo al río. Un lugar que evoca los más profundos sentimientos de camino y de sentido.

En estos días de la Semana Santa se hará penitencia, se desfilará en procesión y se caminará. En la simbología más clásica cristiana, «caminar» es uno de los gestos más significativos de la fe. El pueblo judío caminaba errante y sin rumbo, y Abraham fue invitado a hacer camino, a ponerse en camino. Si algo muestran los evangelios es que Cristo, Jesús de Nazaret, anduvo los caminos predicando la Buena Nueva. Caminar recuerda la vida, que se hace camino e itinerario. La vida es una senda, y los caminos son anchos o estrechos según las apetencias de los andantes. Ancho el de la perdición, y estrecho el de la salvación. Seguir a Cristo no es sencillo, y el camino se hace con un grupo, con una comunidad que es la Iglesia. Se camina en procesión, siguiendo el paso que marcamos entre todos. Unos se quedan rezagados, y otros marcan el paso con buen ritmo.

La Semana Santa en su aspecto procesional, pero también desde el punto de vista espiritual y teológico, recorre las calles, hace caminos y traza senderos por donde nunca se ha caminado antes. Procesionar es avanzar por la senda que nunca se ha recorrido, sabiendo que conduce a un lugar distinto, a una tierra que mana leche y miel. Una tierra de Resurrección y Paz.

Pero caminar merece un esfuerzo que no tendría sentido si no hubiera un horizonte o una meta hacia la que caminar. La vida sucede y pasa tanto al que sabe y tiene un lugar al que ir, como al que vive dejando que pasen los años. La noción del poeta Machado de «se hace camino al andar» es certera, porque el poeta está pensando en los pasos recorridos cuando vuelve la vista atrás. Pero no nos da una orientación, no dice hacia donde caminar, ni con quién, ni cómo. Vivir es caminar, de acuerdo, y «vivir la fe» es caminar hacia la casa del Padre. Para el cristiano la vida tiene un sentido, caminamos hacia un sitio que conocemos de oídas, y que hemos experimentado espiritualmente en momentos puntuales: una Eucaristía, una confesión, una oración hecha ante un paisaje hermoso, ante el Sagrario, ante la enfermedad de un ser querido, etc.

La Pascua nos recuerda que el camino pasa por la cruz. Y eso supone que no todas las fases del camino son iguales, ni son iguales los senderos cuando somos jóvenes, niños o ancianos. El caminante experimentará un cambio de mentalidad con cada paso que da. Se verá más fuerte, más profundo, más maduro ante Dios y ante sí mismo; igual no se comprende bien a sí mismo, pero a buen seguro que el caminante no permanece de la misma manera. Cambia su ropa, su rostro, y sus entrañas más profundas y sentimientos. La cruz que abrazamos, la de cada día, no es una melancólica resignación, sino un encuentro con la esperanza de los que sabemos que tras la enfermedad está la resurrección que es Cristo; tras la quiebra, el negocio próspero; tras el sueño, el despertar. Tras la muerte, la vida eterna.

Cristo se hace camino, itinerario y cruz. Por eso, en esta Pascua, la vida de los hermanos cristianos coptos asesinados en Egipto son una actualización de la cruz que asesinó a Jesús, son mártires que nos dan testimonio de que Jesús ha caminado y ha muerto por nosotros. Su camino ha terminado, pues han llegado a la casa del Padre, e interceden por nosotros desde el alba que no tiene ocaso.

Por eso, el asesinato masivo con armas químicas en Siria, nos anuncia que la paz es posible si se persevera en el bien. Que la cruz no es el final ni es un fracaso de Dios con los hombres. El dolor nos invita a contemplar a un Dios que sufrió por nosotros en una cruz, patíbulo y horca de aquel tiempo. Muro de ejecución y cámara de gas de los romanos que prendieron a Jesús y lo ejecutaron como el peor de los hombres. La cruz no es signo de fracaso, ya no. Es la puerta de acceso a la Vida Eterna. El pecado y el mal no podrán contra ella, pues se subió Cristo que era Dios, y nos ha redimido con su sangre, venciendo la muerte, y rompiendo las cadenas del mal.

Por eso, el último atentado terrorista en la bella y pacífica ciudad de Estocolmo nos consolida en comprender que caminar es un ejercicio de fraternidad, de justicia y de perdón. Y que no es fácil cuando se sufre en carne propia. Pero no hay otro camino que el que recorrió Jesús hace 2000 años. Ni la venganza, ni las espadas, ni la sangre enemiga terminarán con el dolor, el pecado o la muerte. Confianza en Dios, y en su cruz desnuda.

Buscando la cruz desnuda me he encontrado con que antes subieron muchos al madero sagrado, y que los caminos de Pascua que cada uno de nosotros recorre, se vinculan con la Pascua definitiva de Cristo.

Feliz Semana Santa.

Feliz Pascua de Cruz y Resurrección.

2 comentarios en “Buscando la cruz desnuda.

  1. José Cervera

    Palabras que reconfortan a quien te lee, Antonio. Es seguro que la paz triunfará en este mundo o en el otro, pues el mal no es más que una sombra, una carencia pasajera. Y quienes se apuntan a él están derrotados de antemano. Espero que disfrutes de Semana Santa con la familia. Un abrazo.

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