Es para contar, lo del fin de semana me refiero. Nos hemos ido unos amigos con nuestros hijos a una casa rural, ya saben, a disfrutar de la naturaleza y a pasar unos días de asueto y relajación entre la plática y la amistad de siempre, que tanto nos agrada. El lugar escogido, quizás por la suerte que nos depara internet y sus ofertas de casas rurales, se halla perdido en las inmediaciones de la sierra de la Culebra, un rincón precioso de la provincia de Zamora. Allí, la vida parece haberse detenido, y sus moradores hablan de los romanos que fueron gente muy lista, como los que extrajeron hierro de sus minas hace cuatro días. Un lugar donde el sol se cae cuando atardece, despertando la berrea de los ciervos que tiñen la noche de malva, y acompañan el aullido de los lobos que merodean por la sierra, algo que pone nerviosa a nuestra querida Machitas, la oveja de la foto.
Manchitas, la ovejita, es lo más parecido a un perro faldero, pero su presencia tramite la paz que su dueño, Pepe, es capaz de respirar con la mirada estoica y apacible que dan los campos. Todo en él es reposo y tierra. El hombre, que sabe tratar con mimo a sus clientes de la casa rural, se desvive en atendernos y en gustar de la charla y la conversación que a nosotros también nos seduce, ¡cómo no! Nos enseñó un molino antiguo (el no recuerda cuantos siglos lleva allí), nos dijo palabras viejas que conocía desde pequeño y que ya no le avergüenzan, nos regaló un postre de leche frita hecho por su esposa y paseó con nosotros hasta la ermita para enseñarnos como eran los apriscos cuando él era niño. Tiene la conversación fluida y la mente inquieta. Ve los documentales de la «dos» y tiene en sus palabras la seguridad del que ha pensado lo que va a decir. La vergüenza que tuvo en otro tiempo por ser de pueblo ya no la almacena en su alma, y más viendo a las gentes de Madrid, Barcelona o Valladolid que llegamos maltrechos y llenos heridas de la cotidiana prisa con la que nos desayunamos, almorzamos, merendamos y cenamos cada día.
– Ahora venís todos al campo buscando lo que yo tengo todos los días.
¡Y qué razón tiene!
Junto a él conocemos a Manchitas. Es una ovejita virgen, feliz, henchida de hierba fresca y contenta de haberse conocido. Los niños se acercan a ella y la acarician, le dan de comer y ella se deja querer. Es una oveja feliz, sin duda. Su único terror son los perros, incluso los perros pequeños le resultan insoportables; y ella, como buena oveja, en cuanto se cruza con uno de ellos se da la vuelta revolviéndose sobre sí misma. Solo la voz tierna de su amo devuelve a Manchitas al reposo de una vida idílica de oveja. Ni te comen, ni te exprimen, ni te ponen a parir.
En una de las aventuras caminamos por el campo con Manchitas, caminaba con nosotros feliz y oronda, pues está redonda como un queso. Hasta que nos cruzamos con tres chuchos. Los canes aguerridos mostraron sus dientes a la pobre Manchitas, cuya depilación y trasquile hacen unos rumanos en el mes de junio, y la pobre se puso a temblar. Ella, Manchitas, está suavecita, claro, pero se estresa la pobre. Gira sobre sí misma y enseña sus cuartos traseros como si prefiriera no ver el peligro delante suyo. Su mirada estrábica, que a mi me recordaba a la de Aranguren, el viejo y genial filósofo, se perdía fuera del camino, como si no quisiera comprometerse con ningún otro ser que no fuera su dueño y los niños que a su alrededor disfrutaban de su tonsura. Era como un anuncio donde el lobo ataca a las ovejas, como el viejo cuento donde los lobos enseñan los dientes y los pastores de defienden de ellos con las armas de siempre. El viejo Pedro y el lobo, el pastor mentiroso, las siete cabrititas… son cuentos que junto a Manchitas se hacen realidad.
Cierto es que los lobos de la sierra de la Culebra no se dejan ver fácilmente, pero están ahí, esperando su oportunidad para atrapar un bocado. Son los lobos de la Junta de Castilla y León que se han multiplicado por arte de los señoritos de ciudad que quieren tener fauna fresca y auténtica los fines de semana en los pueblos donde vive las Manchitas que en el mundo han sido y serán. Las gentes que allí tienen rebaños, si se confían, pueden perder parte de su ganado, porque cuando el lobo ataca, no solo mata quince ovejas de cincuenta, es que pone tan nervioso al rebaño que las preñadas abortan por el susto. Todo son pérdidas, y es que se defienden peor de los lobos que antaño.
-Yo estoy a favor del lobo – nos cuenta Pepe -. Pero que se paguen los destrozos, porque si no estamos desprotegidos. Y es que no pagan. A mi me dijeron una vez que habían sido perros salvajes. No te joroba.
Es lo que queda del viejo mundo de pastores y ovejas, de lobos y rebaños. Terminamos el paseo devolviendo a Manchitas a la seguridad de su choza, donde convive con unas cuantas gallinas, un gallo capón y un cuarteto de patos que se bañan en una charca contigua a la casa. Está bien protegida porque Pepe le cierra la puerta de su casa con cariño, mientras los niños se despiden de Manchitas hasta el día siguiente.
Luego por la noche, regresamos a la preciosa casa donde nos alojábamos, y pusimos las noticias mediante nuestros cacharritos tecnológicos. Y nos enteramos de la noticia del día: Pedro Sánchez había dimitido. Normal. Si hubiera conocido a Manchitas, hubiera aprendido a mostrar los cuartos traseros, aunque quien sabe si no hubiera perdido su virginidad de oveja esquilada en junio.