Ya planteó Juan XXIII lo de hacer un gobierno mundial para resolver problemas globales, pero nadie le hizo demasiado caso, aunque tampoco hay que olvidar que lo dijo en plena guerra fría, en la época que le tocó vivir. Lo cierto es que seguimos con un mundo divididos en fronteras, Estados, Grupos de Estados, Estados residuales, y restos de Estados, donde lo mejor que puede hacer el que vive allí es largarse por patas. Lo malo es que no van a un país peor, sino a uno mejor, o sea a los europeos ricachones, acostumbrados desde hace décadas a vivir más o menos bien, y es que se lo han montado un poco mejor que los demás de largo, y compartir siempre es un problema para el que tiene, para el que no tiene, es un deber del otro.
Sinceramente, yo lo de la emigración descontrolada no lo veo, pero que los europeos civilizados saquen sus perros de presa para comerse las avalanchas de gente que viene, todavía lo veo menos. Casi va contra natura. Lo cierto es que los problemas de uno suelen acabar salpicando al que está al lado, y la emigración es tan vieja como la humanidad. La gente se va a sitios mejores, donde hay mejor clima, mejores condiciones de vida, más prosperidad y riqueza y por supuesto más seguridad. Es paradójico, si no fuera un drama, que los british, galos, y demás países arrogantes nórdicos, que han puesto el grito en el cielo con los problemas de la valla de Melilla, ahora anden haciéndose de cruces con su túnel subterráneo que se llena de peña. O los húngaros, que no hace mucho salían ellos corriendo del paraíso comunista soviético, y ahora quieran levantar un muro para detener a los que llegan de Serbia, quien te ha visto y quien te ve; y es que una cosa es predicar y otra dar trigo. Y en Europa predicamos que da gusto.
La emigración es consecuencia natural de un mal, y solo comprendiendo su naturaleza, podremos hallar una solución razonable. Es la reacción lógica del que aprecia su vida y piensa que en otro lugar podrá estar mejor, y sale de su patria y de su pueblo, y sorteando obstáculos, pasando hambre y miseria, y llorando en silencio por no poder estar con los suyos, consigue llegar a hacer su sueño realidad. Su sueño suele ser pequeño y sencillo: trabajo, seguridad y dignidad. Su sueño es lo que tenemos muchos por antonomasia, y que ellos tienen que conseguir remando, caminando, andando y huyendo. Quieren simplemente que no te peguen tiros por la calle, que no violen a tus hijas, y que puedan tener una casa donde vivir. Ni más ni menos. Lo que queremos todos, pero que solo tienen algunos en este mundo. La gente emigra porque vive en condiciones indignas, y quiere salir de ahí, como lo querríamos nosotros si viviéramos allí. Yo no tengo dudas, son como nosotros y buscan lo que queremos todos en este mundo.
El problema es que son muchos y vienen a la vez. Y los países de recepción no pueden culturizar en sus costumbres autóctonas, ni absorber a esta gente con facilidad, ni darles trabajo fácilmente, ni dar casas por el morro, ni muchas otras cosas que no tienen en sus países de origen, pero que aquí reclaman como si fueran derechos gratuitos. El problema no es fácil, y quién diga lo contrario es un demagogo fantasioso.
Sabemos que en pocos años. los emigrantes se adaptan más o menos a la cultura de recepción, muchos se vuelven a sus países de origen; los hijos de emigrantes se insertan más que menos, aunque de todo hay; y los nietos de los emigrantes bastante más que menos. Pero esto no es tan fácil, y en Francia hay auténticos ghettos de emigrantes musulmanes que están bastante dispuestos a asesinar a sus ya compatriotas a cambio de llegar al jardín de las huríes por la vía del rápida. Y en España también, y en Gran Bretaña igual, y en Alemania otro tanto. Si los emigrantes no se adaptan y se socializan de nuevo en las costumbres autóctonas del país de acogida, se generan nuevos problemas, y a los estudios de antropología social y cultural me remito.
Pero el problema de la avalancha de emigrantes está en la pobreza y la inseguridad, y en estos temas Europa no ha hecho nada, absolutamente nada, contra, por ejemplo, las malas bestias del Estado Islámico, excepto proteger sus aeropuertos y estaciones como ha podido, los vigila en Europa, mira con prismáticos para ver si Estados Unidos se interesa por el tema. Poco más. ¿Donde están los ejércitos europeos combatiendo en Siria para salvar la vida de los que allí viven, incluidos los cristianos masacrados? No sabe, no contesta. Aquí gritamos viva el pacifismo, mientras contemplamos como otros vienen a sacarnos las castañas del fuego. La guerra en Bosnia no está tan lejos. Lo que sucede hoy es los problemas de otros, por suerte o por desgracia, son nuestro problema, y más en un planeta tan pequeño y globalizado.
Las materias primas de los países africanos, en manos de oligopolios chinos, norteamericanos y europeos, han dado al traste con cualquier posibilidad de desarrollo en Africa. Los gobiernos demenciales de aquel continente son sustituidos uno tras otro en medio de guerras, de hambre, de miseria, de enfermedades como el ébola (que no vengan que nos contagian), de niños soldados, de niños esclavos, y de radicales musulmanes que también se ceban en la pasividad de los países del Norte, o sea, nosotros. Lo raro es que no vengan muchos más.
Estos recorridos migratorios me recuerdan a los viajes de los comerciantes medievales, donde cada puente, cada camino, cada ciudad, fiscalizaba un impuesto de paso. Pequeños obstáculos que impidieron que creciera el comercio, y por tanto la riqueza durante siglos. Esta gente que viene tiene que detenerse en cada frontera, como si pasara pantallas de un juego macabro, y cada vez se lo pusieran más difícil. Ahora una valla, ahora un barco, ahora un tiroteo, ahora un campo de refugiados. Y los políticos soltando declaraciones para convencer a los demagogos de que están haciendo medio algo. Y no lo dudo, porque si no hubiera fronteras también vendrían, y tampoco tendríamos trabajo para todos. Y si no hubiera políticos que intentaran hacer cosas seguro que nos iba peor.
No tengo soluciones, porque no hay una solución fácil, pero está claro que el diablo anda suelto haciendo de las suyas. A unos los engaña con el placer, a otros con la indiferencia, y al resto con la soberbia.