Durante estos días hemos asistido, una vez más, al espectáculo de una sociedad perdida y abandonada a sus tradiciones, muy dispuesta a abrazar cualquier tontería que venga de fuera, y por supuesto que sea vendible y genere ingresos. Siguen haciendo bueno a Chesterton con aquello de que el hombre cuando deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa, y que razón tenía.
Halloween es una fiesta basada en una religión animista que ya no existe, prerromana e indoeuropea, una religión donde no había un concepto de Dios, donde tanto la naturaleza como los objetos de ésta eran alentados por la acción trascendente de las ánimas, los espíritus de unos seres mitológicos, habitantes de los bosques oceánicos, abundantes y oscuros en invierno, al que se unen determinados rituales para evitar que los espíritus de los muertos regresen para vengarse de los olvidadizos vivos. La fiesta de halloween tiene como punto de partida la muerte, y una serie de rituales mágicos, y por tanto supersticiosos para evitar la muerte, alejar a los fantasmas (que son muertos no muertos del todo), y combatir el mal mediante la magia. Por eso en esta fiesta hay tanto interés en las brujas, los fantasmas, los espectros, y dar miedo a otros. Es curioso que cuando esta religión se vivía con plenitud, suponemos que hacia el siglo X a. C. en los pueblos judíos y semitas, origen de nuestras tradiciones cristianas, lo que habían eran profetas que denunciaban a los mandatarios, los reyes y los abusos de los poderosos. Era la época del profeta Samuel, o del profeta Natán, que denunciaron las idolatrías del rey Saúl, y luego del rey David. Es curioso, porque precisamente tenemos en el libro de Samuel, de esta época, un testimonio de una mujer que hacía prácticas prohibidas por Yahvé consistentes en hablar con los muertos que estaban en el Seol. Ya entonces era considerado como una idolatría el animismo, y el culto a los muertos, en la misma época que halloween triunfaba. Por eso no se puede decir con conocimiento de causa que estas tradiciones son más antiguas. Están menos testimoniadas y recogidas por provenir de pueblos más primitivos, desconocedores de la escritura, pero no son más antiguas que la creencia en un Dios como el Dios de los cristianos. Ya estaba el mandamiento del amor, y Moisés había muerto hacía doscientos o trescientos años.
La fiesta estuvo a punto de desaparecer con el cristianismo, y no es para menos. La espiritualidad optimista del catolicismo transformó las tradiciones supersticiosas y animistas de Roma, y allí donde los dioses manes y penates, los de la casa y los de los difuntos se enseñoreaban y protegían la casa y a la familia, fueron sustituidos por la bendición de Dios a la casa y a sus miembros. Los difuntos estaban bien enterrados, en espera de una resurrección misericordiosa, que transformara el mal que es la muerte, por el bien que es la vida. No había que removerlos ni molestarlos, sino recordarlos y rezar para que la misericordia infinita de Dios estuviera con ellos. De ahí que Halloween, y las religiones animistas que proponen la magia contra la muerte, quedaran descontextualizadas ante el monoteísmo. El único Dios es señor de muertos y vivos, señor de la historia y dueño de la salvación del hombre. Cristo vence a la muerte, y nos promete la resurrección para la vida eterna. La muerte se convierte en un tránsito, no en un entrampado, un cepo o una maldición. Los muertos no vagan molestando a los vivos, entre otras cosas porque Cristo es señor de esos muertos, no ajeno a ellos, ni a nadie del pasado o del futuro.
Pero hete aquí que el capitalismo ha sabido sacar tajada al cerdo, y dispuesto a hacer negocio donde no quedaban más que resistentes reliquias. Y han puesto de moda, por ser motivo de consumo, una fiesta que ya solapa en todo al planeta cualquier otra tradición autóctona. En el catolicismo en concreto aparece como la gran amenaza a la fiesta de Todos los Santos, a la que sigue la solemnidad de los fieles difuntos, que es un eco secundario de esta gran fiesta.
Esto imaginamos que será muy aplaudido por el laicismo, porque no hay mayor alegría para la masonería, por ejemplo, que la iglesia sufra un retroceso cultural. Por eso, la fiesta de halloween es especialmente celebrada en los colegios públicos, para ridículo de un sistema educativo empeñado en destruir cualquier tradición propia, incluida la cristiana. En los concertados, cada vez más dominados por el flirteo con la posmodernidad, propio de unos dirigentes desnaturalizadores y sin criterio, se acaba también celebrando para cabreo y enojo de los cristianos que todavía creen que en algún lugar se puede educar a sus hijos conforme a sus convicciones. En España no, evidentemente.
La fiesta de Todos los Santos es una fiesta preciosa, con un profundo sentido, cuya tradición, tal y como la tenemos procede al menos del siglo IV, sino antes. Los cristianos, admirados por la entrega y profundidad del testimonio de los mártires, empezaron celebrando al conjunto de los mártires casi desde el principio. Dependía de las distintas diócesis y obispados las fechas de tales martirologios, de ahí que la fiesta, tal como la conocemos fechada en el 1 de noviembre, corresponda al siglo IX y a las distintas reformas litúrgicas hechas en el medievo. Sin embargo el sentido de la fiesta y su celebración ya estaba asumida en el cuerpo litúrgico de la iglesia, probablemente desde el siglo II o III.
La fiesta de Todos los Santos es realmente el día de las Bienaventuranzas, donde se reconoce la acción de Dios en las personas que han tratado de vivir las bienaventuranzas o beatitudes. La traducción de la palabra griega makarios, seguramente cuadra mejor con una palabra más ajustada a nuestra lengua: FELICES. Felices los pobres, felices los que sufren….
El texto de las bienaventuranzas en el evangelio de Mateo dice así en la traducción de Alonso Schoekel:
Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por Rey.
Dichosos los que sufren, porque ésos van a recibir el consuelo.
Dichosos los que no son violentos, porque ésos van a heredar la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ésos van a ser saciados.
Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda.
Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque a ésos los va llamar Dios hijos suyos.
Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por Rey.
Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que Dios os va a dar una gran recompensa; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido.
Evidentemente, tras este texto no tenemos mucho más que decir. Algo sí, que es tan subversivo que no tiene forma el capitalismo de transformarlo y sacar tajada de él. Por eso es más fácil hacer fiesta de la estupidez humana y vender humo, que tomarse en serio la profundidad de la tradición cristiana y no poder vender nada. Si nos dijera la banca bienaventurados los pobres, no podrían abrir los bancos al día siguiente sin tratar de acabar con la pobreza en el mundo, como sí trata de hacer la iglesia, los misioneros y tantas personas de bien que hay por ahí. Seguro que no celebran patochadas. Pues eso. Cada uno pone la vela al muerto que más le conviene. Los halloweeeneros la ponen dentro de una calabaza, para ver si el muerto les deja en paz; los cristianos lo ponemos junto a Cristo que murió y resucitó por nosotros.
Lo peor de ésto, y es lo realmente indignante, es que se potencie esta fiesta en los colegios. ¿Acaso creen que no hay suficientes motivos para abjurar y vomitar contra la escuela que ya tenemos? ¿Para qué añadir más leña al fuego a algo que se está quemando y hundiendo por sí misma? Más que nada es por si saliera alguien pensando que halloween es una basura putrefacta reflejo de una sociedad enferma. Mejor quemados todos que no que se salve alguien. Eso piensan, supongo.
Estoy de acuerdo con tu diatriba. El otro día comenté en un blog amigo que Halloween ensucia con su superficialidad unos días solemnes que antes se dedicaban a visitar en familia a los difuntos. Y a honrar a los santos. Los humanos somos tan contumaces, tan de piñón fijo, que sólo las cosas más profundas, y las que golpean con más fuerza nuestro orgullo, nos pueden sacar del sueño cotidiano. Y una de esas cosas, o la que más, es la muerte. Antes, cuando la fiesta cristiana no era estorbada por las boberías yanquis, servía para reflexionar sobre la propia finitud y, para quien tuviera fe, dejarse abrazar por lo infinito, la misericordia divina que nos promete la salvación.
Así que cada vez se dispone de menos oportunidades para hacer un alto en el atolondrado camino moderno para meditar sobre lo profundo. Sobre todo quien se deje llevar por la ola sin resistencia. Hace falta, sin perder de vista el presente, volver la vista a la Tradición. Porque si no, nos quedamos sin suelo donde pisar. Como siempre, coherente y oportuno en tus artículos, Antonio. Saludos.