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DESMONTANDO VILLALAR. ¡VIVA EL REY CARLOS!

                  

Reconozco que el día de la comunidad castellano leonesa me la trae al pairo, y cada vez más. En realidad celebramos una batalla que hubo el 23 de abril 1521, en el pueblo de Villalar, provincia de Valladolid, donde fueron derrotados unos nobles corruptos cuyo principal sentido a sus vidas era seguir mangoneando en Castilla a su antojo. El vencedor fue el heredero legítimo del reino, Carlos I de España y V de Alemania, apoyado por otros nobles que se afiliaron a su bando. Tan del pueblo eran unos como otros, y tan gilipollas también.

Lo lógico, como suele suceder cuando se reparten yoyas, es que unos van con unos y otros con otros. O sea, una pelea de las muchas que ha habido en la historia de la humanidad, cuya principal pretensión era hacerse con el poder y con el control por la única razón por la que la gente se quiere hacer con el poder y el control: para decirnos a los demás lo que hay que hacer, y para mandar y tomar decisiones y enfangarse hasta las cejas. Hasta ahí todo normal, y no decimos nada nuevo.

Lo curioso es la reinterpretación de la historia que algunos iluminados han querido hacer con el asunto de Villalar afiliándose al bando que perdió la batalla. Es verdad que las victorias guardan su mística (Real Madrid y Barcelona), pero también las derrotas guardan su halo de gallardía y de pesadumbre, y el derrotado es convertido en un libertador popular, en un héroe local que lo intentó y no pudo, y que por eso la vida es triste y amarga (Atlético de Madrid y Valencia), pero que «somos los mejores, bueno y qué». Y aquí los comuneros los han convertido de pelamanillas en héroes tipo Hombres G.

Esta mística de derrotados es la que ha hecho de Villalar un símbolo estúpido, un lugar donde todos los años reaparecen corifeos, bailarinas y actores en su papel anual de circunspectos políticos de pelaje reivindicativo. Los tíos se plantan en Villalar y nos sermonean contándonos lo bobos que son celebrando la derrota de unos sinvergüenzas y unos traidores como fueron los comuneros, que perdieron contra otro gotoso como era Carlos I, al que apoyaba su madre la Reina Juana de Castilla. Y lo mal que estamos desde entonces, y bla, bla, bla…

Han puesto un monolito, y allí llevan sus flores, banderolas y símbolos ideológicos para cantar la serenata de los derrotados. Que somos mejores, que nos vamos a levantar, que os vamos a dar una paliza en cuanto os descuidéis, que el pueblo está clamando por la libertad y no sé cuantas monsergas más. Y claro, los partidarios del Rey Carlos se descojonan desde sus tumbas, casi haciendo coro con los Padilla, Bravo y Maldonado, nombres que nuestros alumnos identifican con la época de Franco, que fue cuando pasó todo lo malo del mundo. Así es la historia, un reinterpretación constante y absurda de nuestras justificaciones del presente.

Yo creo que podían haberse desmochado la cabeza pensando un poco más, y haber buscado otros momentos de la historia más entretenidos para convertirlos en fiesta-derrota de la comunidad. Por ejemplo, podía haber sido fiesta el día de la derrota de la Armada Invencible, y montar una batalla en barco por el Duero; o disfrutar recordando la pérdida de las Filipinas disfrazándose de nativo con taparrabos; o rememorar la olvidada batalla de Sagrajas, donde los almorávides nos dieron un baño de humildad. Ahí montaríamos los moros y cristianos de Alcoy pero en plan moderno, con victoria de los musulmanes. Igual, y lo digo para animarnos todos, podría ser más guay celebrar la independencia de nuestros países hermanos de América, ellos vencen y se independizan y nosotros perdemos y nos lo pasamos pipa disfrutando de la fiesta. Y les invitamos y montamos una orgía hispana.

En realidad lo de celebrar derrotas les mola a muchos. Hay gente que celebra con gusto las derrotas del Madrid y las del Barça, pues son más divertidas que las victorias propias. Ver la cara de los derrotados da gustillo, como que nos pone ver al otro jodido y sin alma, manteado como Sancho y sin ínsula. Los del CDS, hace años, propusieron que se celebrara mejor la unidad entre los reinos de Castilla y León, y propusieron la fecha del 30 de julio, cuando se unió bajo Fernando III el Santo los dos reinos de manera definitiva, pero los quejicas de la izquierda política, que siempre están enredando con sus ignorancias, prefirieron Villalar, como que les parecía muy del pueblo ir con los zarrapastrosos de los comuneros. Dejaron la unidad para otro día, y claro, hasta hoy, que ni en el parlamento se unen para formar gobierno. ¡Qué tíos sectarios! Con tal de ver derrotado a la derecha es que pagarían.

En fín, ahora que estamos de buen rollo, me voy a confesar. De verdad, yo en mis años jóvenes andaba por Villalar, incluso compré una bandera de la nefasta II República Española exhibiendo la derrota a más no poder. Pero ya me he cansado de ser un derrotado. Leí a Nietzsche y me voy a empezar a apuntar al bando de los campeones y los superhombres. A la mierda los comuneros y viva el Rey Carlos.

Además es superfácil. Es como ser del Barça o del Madrid, que basta con que te mole. Me paso al bando enemigo, el que estaba legitimado, y digo que yo voy con el rey Carlos I de España y V de Alemania, un tío moderno, de progreso y fetén, educado, alemán y emperador. Y no con los piojosos esos que perdieron la cabeza por hacer el mierda intrigando con vidas ajenas (porque otros murieron sirviendo a sus señores como carne de cañón que eran). Es verdad que podíamos haber celebrado la victoria del Real Valladolid contra el Real Madrid en la copa del Rey de hace unos años, o la victoria de Iniesta y sus amigos de Fuentealbilla en Sudáfrica. Pero como tenemos que bailar el waka-waka con Piqué pues mejor no. Viva el Rey Carlos, mueran los comuneros. Viva Villalar, nuestra gran victoria.

Hasta Cervantes quiso morir en un día tan señalado para dejar constancia de la grandeza de la casa de Austria, combatió en Lepanto a las órdenes de D. Juan de Austria, que como se sabe era hijo del Rey Carlos. Hijo ilegítimo, porque hasta en esto, Carlos le da mil vueltas a los comuneros esos.