Es costumbre televisiva, que para dar una noticia y que parezca más fiable, rodearla de paisanos que pasaban por allí. Es un «aquí te pillo aquí te mato», y el aparente fulano de la calle se dedica a contarnos su rollito, que para eso le ponen una alcachofa en la boca. Se supone que es el testimonio inmediato y subjetivo, que da cierta verosimilitud a la noticia, pero es también una costumbre penosa, porque además no aportar nada de interés, nos hace perder el tiempo a los televidentes. Excepto el relleno informativo en espera del Tiempo, todavía no sabemos para qué sirve sacar a la peña opinando, cuando ni saben hablar, ni dicen nada de interés que no nos hayan contado antes.
Es curiosa la práctica, porque en lugar de ver la noticia, nos encontramos con una piara de tipos entrañables y fecundos que no pintan mucho en la noticia. Si hay fútbol sale el mengano de la cola contándonos que lleva ahí tres horas para comparar una entrada de no sé qué partido histórico; si llueve a cántaros la señora con el plástico en la cabeza nos informa excitada que hacía años que no veía llover así; si hay un atentado, el camarero del bar cercano nos cuenta con un palillo en la comisura labial que oyó un ruido bestial y que se asustó cuando vio correr a la gente. Y que qué cabrones. Son los nuevos tiempos, y sus minutos de gloria. Lo curioso es que luego sale presentando el telediario un trajeado señor o señora con media sonrisa en la boca, feliz de ver que los paisanicos son simpáticos y sencillos. Misericordia Dios mío por tu bondad. Qué majos, oyes. Los trajeados y los que pasaban por allí.
Estas prácticas comenzaron hace unos cuantos años, y supongo que son copia de lo que hacían los norteamericanos con su gente, aunque sinceramente, tengo dudas, porque cuando veo un telediario en la CNN o las noticias en Eurosport, se dedican a contarnos la noticia sin más, y entonces no aparece el gentío que tenemos por aquí. Será porque hablan en inglés y todos parecen más listos. O porque tienen que resumir y no les gusta mostrar las vergüenzas propias.
Supongo que va por países. En el mío se pone un cartelito al fondo del sujeto, algo que ponga: testigo, y ya está. En realidad no sabemos nada del espontáneo, ni si es mentiroso compulsivo o letrado en las Cortes. Testigo, y ya está. Estoy seguro, en la paranoia más creativa que puedo gestionar, que son otros periodistas en paro que están disfrazados de gente como de la calle, porque acaban siendo una multitud de tipos donde no faltan, la señora mayor con su marido callado y avergonzado, la parejita joven tipo logse, el colega de pelos de colores y tatuajes vistosos y el ejecutivo con traje que se las da de listillo.
Los enviados especiales son un ejemplo de lo que digo, periodismo en riesgo. Antes eran gente como que había visto mundo, y se enteraba; pero últimamente también van haciendo el ridículo, sobre todo cuando nos cuentan la inundación de turno. Lleva a conmiseración ver a los reporteros con agua hasta la rodilla contándote que un huracán ha llegado a Tejas, que se ha inundado todo, y que ellos están allí. O nos tiran la bolita de nieve cuando hay temporal, y casi hacen windsurfing cuando hay un maremoto (tsunami en japonés). Son capaces de meterse en medio de un atraco a un banco para preguntarle al director de la sucursal que qué le está pasando mientras son encañonados por el atracador. Seguro que el director de la sucursal están encantado de salir por la tele y de que le vea la parienta, porque en eso somos únicos.
El caso es que se ha convertido en una práctica tan generalizada, que si quitas a esta gente espontánea, las noticias se quedan en nada. Se dan en diez minutos, incluso en menos. En la radio hacen lo mismo, piden a los oyentes que se manifiesten, les graban la voz y luego van metiendo las «opiniones de los oyentes» en los programas de tertulias. Más que nada para exaltar y cabrear a la gente, digo yo. Abunda la gente encabronada, pero tampoco faltan las abuelitas reflexivas y resolutiva que arregla los complejos problemas del país a hachazos. Reconozco que casi siempre me produce cierta verguenza ajena. Unas veces porque el participante no dice más que sandeces poscabreo que dejan patente el bajo nivel de mi país; y otras porque los tertulianos puntualizan a los paisanos como si fueran grandes adalides del saber. Entretenido si es, oyes.
También están los informativos especiales, donde nadie dice nada nuevo durante horas y horas, y el número de paisanos multiplica en cientos, igual que el de reporteros. El ejemplo último más importante ha sido el atentado de Barcelona. Horas y horas sin contar nada. Dicen que informando, pero no. No informaba nadie de nada, y no hacían más que marearnos con los rumores y poco más. Te repetían lo mismo, y te metían las mismas imágenes en bucle. Los contertulios no decían nada de interés, porque no había nada que decir. Pues que ha habido un atentado, ya está. Relleno, porque están como reconstruyendo los hechos sobre la marcha. Ves el atentado en directo, y los periodistas y los paisanos jodidos sufriendo de un lado para otro. Por supuesto nunca te contarán el por qué de nada. Les importa lo inmediato, lo que vende, lo que engancha al telediario es el suceso. No una explicación sesuda e inteligente.
Eso hace, que por ejemplo nunca jamás sepamos nada de África, ni de Asia. Ni si hay elecciones, ni si han masacrado a cientos de miles de personas. Salvo una catástrofe gravísima como el ébola, (donde el paisano escogido del telediario es la religiosa y el cooperante), jamás nos van a contar nada de nada. Por eso la gente tiene una idea tan equivocada del mundo. Mientras tengamos paisanos y fútbol, para qué queremos saber más.
Por eso me he apuntado al teletexto. En realidad me informa en dos minutos y me basta. Casi todas las noticias están recortaditas, pero al menos no me marean, y me entero lo mismo.
Dicen que fue inventado como una especie de antecedente de internet. Aunque en internet no hay nadie que te dé la noticia con tanta formalidad y serenidad. De hecho, las noticias en internet mienten más que hablan. En el teletexto no. Dos frases cortas por noticia. Punto. Ya está. ¿Para qué recrearte minutos y minutos viendo a los catalanes en su circo? Con saber lo que ha pasado ya está.
En el teletexto miras la noticias, te informas y apagas la tele. Por eso nos lo quitarán cualquier día, porque nos quieren mirando paisanicos todo el día, para que nos convirtamos en lo que contemplamos. Eso sí, las razones de las cosas, el por qué, la causa de fondo… eso no te lo contarán nunca. Y es que pensar requiere tiempo, y el telediario prefiere perderlo con otras cosas, que tampoco informando.