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ROMAIN GARY y su novela LA PROMESA DEL ALBA. (Otro escritor olvidado)

Los buenos escritores casi siempre se encuentran agazapados en lugares inesperados. En este caso me topé con la literatura de Romain Gary de la manera más extraña posible. Me lo vendió un librero que tenía su chiringuito instalado en un centro comercial de Isla Ballena, en la costa onubense. Allí, rodeado de reclamos de helados, chuches para niños, hinchables, hamburguesas y menús de turista, hay una librería (supongo que seguirá allí) que se abría en los meses de verano. El hombre era algo más que un librero. Era un auténtico oferente de libros. Te preguntaba por lo que te gustaba, te obligaba a hablar, te recomendaba insistentemente, y al final te ofrecía un libro como si fuera una joya. A mi esa forma de vender me agota, pues si tengo algo claro es que una librería es un lugar de reposo, donde se mira y remira, y al final se escoge. Pero tengo que reconocer que el hombre acertó , y tomé en mis manos un libro que no me resultaba agradable al principio, y ante el que luego me he maravillado. Gracias librero. Me regalaste nada menos que a Romain Gary en LA PROMESA DEL ALBA.

Romain Gary es, por desgracia, otro escritor olvidado. Fue premio Goncourt en dos ocasiones, lo que le hace acreedor de ser muy bueno en las letras escritas en la lengua de Montaigne; y a fe mía que lo es. El libro que cayó en mis manos fue el de LA PROMESA DEL ALBA, que es además uno de los pocos traducidos que hay en lengua castellana. Escribió más de 35 títulos con distintos pesudónimos, pues su nombre verdadero era ROMAN KACEW, nacido en Vilna en 1914, y de origen judío ruso.

Su vida es tan interesante y asombrosa como su obra, y de hecho, LA PROMESA DEL ALBA, es un relato autobiográfico, muy entretenido y fascinante, de una parte de su vida en la que estaba muy vinculado a su madre. La historia es sencilla. El padre de Romain los abandonó, y su madre inventó que el padre de la criatura era una estrella del cine polaco. Con eso está todo dicho. Su madre y él vivieron en Polonia primero y en Niza después. Allí aprendió francés y decidió dedicarse a escribir. Se alistó y luchó como piloto de aviación en la resistencia, y fue condecorado numerosas veces. Obtuvo la Legión de Honor y la Cruz de Guerra que recibió de Charles de Gaulle. Un héroe de guerra, desde luego. Esa es la historia que cuenta en esta novela que cayó en mis manos.

Pero Romain Gary es mucho más. Hablaba perfectamente inglés, ruso, francés y alemán, y entendía bastante bien español, polaco, italiano y lituano; además de yidish. Fue diplomático y representó a Francia en numerosos lugares, entre ellos en la ONU durante unos cuantos años.

Su valía en la guerra y en las letras lo catapultó en la sociedad francesa de entonces. Romain tuvo buena amistad con André Malraux y con Albert Camus. Se casó con la escritora Lesley Blanch y luego lo hizo con la actriz americana Jean Seberg. Debía de ser un tanto amigo de la fiesta, de la vida disoluta y juerguista, pero también era un hombre apreciado, con suerte y con fortuna para la vida. Participó en bastantes películas, filmes y series de televisión. Incluso dirigió alguna. En Jerusalén existe un Centro Cultural Francés Romain Gary, lo cual es indicativo de que estamos ante ese tipo de aventureros, escritores polifacéticos que cuando pueden nos ofrecen lo mejor del ser humano en pequeñas dosis. Romain era además un rebelde, un rebelde con causa, claro.

Como escritor ganó el Goncourt en dos ocasiones. Es el único, y eso le valió que se generara una polémica en torno a su persona. La primera ocasión ganó con el pseudónimo de Romain Gary, Los racimos del cielo, en el año 56. La siguiente ocasión lo hizo con otro pseudónimo, el de Emile Ajar, La vida ante sí, en el año 75. De hecho usó varios pseudónimos más durante su carrera literaria, pues además de los mencionados también firmó varias obras como Fosco Sinibaldi, y como Shatan Bogat.

La polémica del segundo premio Goncourt (en 1975) tuvo incluso repercusiones legales, pues no se resolvió el asunto hasta cuatro años más tarde. La osadía de Romain Gary fue sonada. De esta forma se mofaba de los críticos literarios, los estúpidos que reparten galardones y pontifican hablando de libros como si supieran lo que dicen y lo que venden. Esos mismos que habían tachado a Romain Gary como escritor romántico y trasnochado, tuvieron que tragarse sus palabras cuando descubrieron que Romain Gary y Emile Ajar era la misma persona. Y es que al señor Ajar lo habían ensalzado como de un gran joven escritor, un genio desconocido y con mucho futuro.

Seguramente pesó la política, y Gary, que fue héroe de guerra al igual que De Gaulle, al que admiraba abiertamente, no era tan apreciado en la Francia de los culturetas, la gauche divine, de los años 70. Una vez más unos nacen con estrella y otros acaban estrellados. Lo cierto es que el final de Gary fue trágico, pues se suicidó en el año 80 en Paris, aunque otros opinan que fue asesinado. Su esposa Seberg se había suicidado catorce meses antes, y solo dejó unas letras escritas: Aucun rapport sans Jean Seberg, «ningún informe sin Jean Seberg». Misterioso.

Nos quedan sus libros, que por desgracia no están traducidos al castellano más que unos pocos títulos. Supongo que será por lo mismo por lo que fue ninguneado en Francia. Por lo mismo que se lee a Antonio Machado en las escuelas y no a Manuel Machado. Digo yo.