Uno de los asuntos, a los que suelo volver cada cierto tiempo, es pensar en el mundo en el que vivo. Es lo propio de los filósofos, pensar en la vida y en lo que vivimos; pero también es propio de los cristianos, discernir los signos de los tiempos.
La Iglesia de nuestro tiempo, así lo dijo el Concilio Vaticano II, debe discernir los signos de los tiempos. Una tarea y una misión ineludible de los creyentes. Era además lo propio de los profetas de antaño, decirle al jerarca de turno que su reino era una porquería y que en no muchos años todo se iría al garete. No era tarea fácil, y tampoco lo es hoy. Pues bien, por si alguien no lo sabía, los bautizados, somos consagrados con la unción bautismal en “profetas, sacerdotes y reyes”. Y eso es una responsabilidad casi tan elevada, o más, que la del filósofo que debe pensar lo que muchos no piensan. Nos toca hablar, aunque el mundo no nos quiera escuchar.
La historia que nos precede, la de la humanidad, tampoco es una camino de lavanda y rosas, pues muchos profetas de antaño recibieron como reconocimiento de sus coetáneos, la persecución y el asesinato. No sólo los profetas del Antiguo Testamento, también pienso en los profetas de nuestro tiempo, en Santo Tomás Moro, por ejemplo, cuya vida quedó cercenada por decir la verdad al golfo de su Rey; o la de tantos y tantos mártires del siglo XX, que simplemente fueron matados y asesinados por ser de Dios y no casarse con el poder de este mundo.
Dicho de otra forma, nos toca decir la verdad a un mundo que está sordo, y que siempre ha estado sordo a Dios. Ninguna época ha sido la de Dios, aunque algunos quieran constreñirnos a una Edad Media que desconocen y difaman. Todos los siglos son de Dios, y en todos hay pecado, arrogancia y muerte. El diablo lleva suelto desde hace milenios, y como sabe que no va a vencer, se decida a engañar.
Por eso, a los cristianos, nos pueden perseguir y matar. Sin embargo, tal certeza, lejos de asustarnos, nos da más fuerza, pues antes que a nosotros, persiguieron y mataron a Jesús de Nazaret, nuestro Dios y Señor del cielo y tierra. Nada nuevo bajo el sol.
Discernir los signos de los tiempos no es tarea fácil. Nunca lo ha sido. Y no es sólo por la persecución que uno pueda sufrir. Sino porque se discierne rezando, meditando y leyendo las Escrituras. Se discierne desde el amor, con el corazón que Dios nos ha entregado en la cruz, rasgado y abierto. Puro y oblato.
Estoy hablando de la complejidad del pensamiento y la oración que abren la mente hasta el corazón de Dios. En cualquier momento de la historia, es harto difícil saber si lo que aparentemente es beneficioso, lo será dentro de unos años; o si lo que se muestra hoy como benigno y amable, contiene ponzoña de serpiente y es tentación.
No es raro en la Iglesia, que algunas interpretaciones que se hicieron en el pasado con premura, se hayan vuelto hoy vergonzosas. Y es que la Iglesia es pecadora y santa, y se ha podido confundir. Por eso, nos recordaba el Vaticano II, discernir es algo más que pensar y filosofar. Nos asiste el Espíritu Santo, y eso nos debería alejar del miedo y de los complejos de los que nos señalan por ser distintos al resto.
Dicho con más claridad: nuestra Iglesia es santa, y está bendecida por Cristo, su cabeza. Nos asiste el Espíritu Santo, cuya festividad celebraremos al terminar la semana, y eso, lejos de llenarnos de arrogancia y soberbia, nos debería servir para profundizar más en el misterio de Dios y de la vida que nos toca vivir. ¿Qué nos quiere decir Dios en los acontecimientos históricos que estamos viviendo?
Discernir es sinónimo de separar, y eso es lo que hay que hacer: separar la paja del grano, el fruto de la hojarasca. Nos toca saber qué es lo de Dios, y qué pertenece al mal, al mundo, o al Diablo. Eso requiere oración y reflexión. Como ustedes gusten. ¿Qué es de Dios? ¿Empiezo a profetizar?
Lo que produce frutos amargos y de infelicidad, lo que intranquiliza y atormenta las conciencias, no es de Dios. Las obsesiones, los rencores, los chivos expiatorios, no son de Dios. Dios es paz, y otorga la paz a sus hijos. Por eso, no es de Dios buscar un enemigo contra el que actuar. Da igual que sea el capitalista, el facha, el varón o el cisgénero. No es de Dios dividir a la humanidad en buenos y malos para colocarse automáticamente en el bando de los buenos. El que odia… no es de Dios, y está abandonado al Malo. El fruto del amor es la bondad, la reconciliación, la paz, el encuentro…
Por eso, no es de Dios la guerra en Ucrania. Tampoco es de Dios odiar a los rusos o a los ucranianos, según el lugar del planeta en el que vivas. No es de Dios alegrarse por la muerte de un soldado, aunque te inflinja un daño terrible con su diabólica conducta.
Tampoco es de Dios la muerte y la cultura de muerte que se está instalando entre nosotros, y que forma parte de los planes de la Agenda de Naciones Unidas y de la Unión Europea para transformar el mundo. Ninguno de esos organismos sobrevivirá, son polvo y nada ante Dios. Los nuevos imperios, China, Estados Unidos, Unión Europea, Rusia… da igual quién se crea poderoso. Todos perecerán. No triunfarán en su intento por destruir la humanidad.
¿Qué imperio antiguo ha sobrevivido? Ninguno. Todos ellos tienen los días contados, y todos sus prebostes e ideólogos serán arrancados de raíz, pues son enemigos de Dios, y no hacen lo que agrada a Dios. ¿No han aprendido nada con la pandemia? ¿Todavía se sienten poderosos en sus atalayas de decisión? Los gurús del bien y el mal y los alternativos hipócritas guardan un rincón de odio para alguien. Por eso no son de Dios. Serán polvo que se lleva el viento. Esas Agendas 2030 son nada ante los planes de Dios para el mundo. Lo salvable quedará, pero casi todo será quemado en la gehena.
El mal no es de Dios, no es querido por Dios. Ni siquiera es tolerado por Dios como un mal menor. La muerte y el mal son lo contrario de Dios, son la ausencia de Dios. Así lo dijo certeramente San Agustín. Dios no puede ir contra sí mismo, y el mal es vencido por Dios. Por eso, hay que decirlo bien claro, Dios no desea la muerte de nadie, sino su conversión. No desea la destrucción, sino la vida. Dios actúa desde la misericordia, y quiere que todos caminemos hacia la Luz. Dios no es amigo de los diábolos, sino de los símbolos.
Esa es la razón, si uno piensa y reza con honestidad, que toda la elucubración contemporánea sobre el género está herida, pues no aporta más que angustia y daño a las generaciones más jóvenes. Dios no confunde identidades, no se equivoca con las personas, ni con los cuerpos, ni con los sexos. Dios no abandona a sus hijos. Nos quiere tal y como somos.
Esos intentos de los gobiernos para que no recemos delante de los abortorios, para que no hablemos con las mujeres titubeantes, víctimas de la soledad y el engaño, son atentados contra Dios. Y Dios no callará. Toda esa legislación que concede la vida a un perro y se la niega a un ser humano, va contra Dios. Todo discurso que condena a alguien y victimiza a su verdugo, son un atentado contra Dios y contra la verdad.
Querer acabar con el sufrimiento, generando más dolor, es una factura que tendremos que pagar. La injusticia no se combate con más injusticia. Sino con amor.
(continuará)