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Las librerías que yo amé.

El próximo viernes 13 es el DIA DE LAS LIBRERÍAS, y no me parecía bien pasar por encima -ni de soslayo- por uno de los oficios que si no se cuidan pueden peligrar. Un oficio que que nos dejaría con un vacío cultural imposible de colmar por el sucedáneo del reparto domiciliario.

Lo primero que hay que decir es que un librero es un señor que vende libros y que vive de vender libros. Los libreros quieren vender cuantos más libros mejor, y eso es lógico, pues viven de ello. Si no venden, no comen. Y esto, aunque parezca obvio, no lo es para la mayoría que no conoce el sector. Me refiero a los puritanos que desprecian un tipo de libros, y exaltan otros. O los que prefieren piratear, descargarse tras escoger lo primero que le ofrece la página web de tal presunta librería. El librero tiene que vender libros. Los libros que él ha escogido porque los considera buenos y agradables, atractivos para sus clientes. Come de ello. Y sumergirse en los libros que tiene en sus estanterías es un placer para los compradores.

La diferencia entre una librería u otra está en si los libros que ofrecen son de tal temática o de tal otra. No hay que olvidar que una librería es un lugar limitado por el espacio que pueden ocupar los libros en sus estanterías. Es verdad que hoy día, gracias a internet y al servicio editorial y de distribución, un buen librero puede pedir el libro, y servirlo al cliente en pocos días (igual que la venta por correo). En ese sentido, no sólo ofrece libros en su establecimiento, sino que hace una función importante de búsqueda y de intermediario entre la editorial, la distribuidora y el cliente. Es una función cultural única e importante, pues mucha gente no tiene acceso a internet, quizás no lo maneje como para entretenerse buscando. O simplemente no tiene tiempo.

A nadie le gusta vender productos de mala calidad, pero hay que sobrevivir. Hace años, un libro pésimo llamado «El código da Vinci» salvó de la quiebra a unas cuantas librerías. Me explico, para que yo pueda encontrar un ejemplar único de un libro minoritario de una excelente calidad, mi librero tiene que vender también lo anterior. Así es la realidad. ¿Tengo yo derecho a criticar al librero? Me temo que no. El problema en origen está en las editoriales, en lo que quieren y buscan publicar, en lo que arriesgan o no para llevar al público buenos o malos libros. En este sentido, es terrible que en España, por ejemplo, se traduzcan tantísimos libros que ya han tenido éxito en otros países, simplemente con la garantía de que así se venderán aquí también. Por desgracia, muchos de los mejores libros en otros idiomas no suelen estar traducidos, y no siempre las editoriales están dispuestas a ofrecer esas joyas a los libreros. En este sentido, las ayudas al sector editorial para disponer por ejemplo, de buenas colecciones de clásicos grecolatinos, o de patrología, o lo que sea, son inexistentes. El librero siempre preocupación por esa realidad editorial, pues él quiere vender calidad, y tan caro o barato es un buen libro como un mal libro.

Por cierto, las viejas librerías de siempre, valoran mucho estos libros buenos, estas joyas que no siempre va a encontrar uno fácilmente, y que no siempre están en las grandes compañías de libros on line. Cuando un librero logra un libro difícil de encontrar y lo sirve a su cliente, es el hombre más feliz del mundo. Ha cumplido con un servicio público cultural que no siempre es reconocido como tal. Es un trabajo de confianza y de encuentro. Es un agente cultural inigualable.

Un buen librero recomienda, comparte, lee y conoce lo que vende. Reconozco que por mi naturaleza, yo siempre he sido más de entrar y mirar, buscar, ojear y hojear hasta encontrar lo que me agrada sin preguntar ni hablar con nadie. A modo de experiencia silenciosa de supermercado. Vene, vidi, vici. Pero siempre que he preguntado por algún libro en concreto me lo han buscado, encontrado, e incluso aconsejado. Un librero es un experto en libros, y eso se nos suele olvidar. Un buen librero, puede llegar a ser una persona muy culta y de profundo saber. Ha dedicado su vida a los libros, y su oficio es bastante diferente al que pone una charcutería al corte.

Por eso en otros países, como en Francia o en Alemania, y en muchos rincones de Gran Bretaña, un librero es alguien importante al que hay que proteger y cuidar. Hay librerías que son verdaderos recintos del saber, monumentos de una felicidad que no está en las tabletas ni en los juegos estresantes. Son espacios reales y no virtuales donde se habla y se aconseja de libros, se cuidan los libros, se aman y se venden. Librerías de viejo y de nuevo. Librerías llenas de secretos, y de libros mágicos, únicos, especiales. En la red no ojeas libros, ni los miras, ni los conoces hasta que no te llegan, y entonces quizás descubres que no era lo que querías.

El libro que necesitabas y que te cambia la vida está en una librería. Pero para eso tienes que acercarte a ellas. Vene, vidi, vici.