En compañía del escritor John le Carré (1931 – 2020)

La última mañana que pasé con John le Carré fue estresante, aunque todo terminara con esa tranquilidad que descubre uno cuando el mundo se derrumba. Recuerdo que el viento mecía las suaves hojas de los árboles del jardín del instituto de Toro donde trabajaba. El Allende, para más señas. La hora de guardia llegaba a su fin, y tras varias semanas entregando el tiempo libre a la paz que otorga la lectura y el saber de una hora aprovechada por la falta de ausencias de mis geniales compañeros, terminé la archifamosa novela «el espía que surgió del frío». Dejé el libro sobre la mesa de la sala de profesores, y como estaba sólo, pude entablar una conversación entrañable con su autor.

-Gracias David Cornwall -le dije mencionando su verdadero nombre-. Es una buena novela.

-De nada -me contestó-; nos vemos en la próxima.

-Hasta pronto -y me despedí.

Desde entonces no le había vuelto a ver, ni en librerías ni en bibliotecas. Pero eso fue justo hasta que el domingo por la mañana, cuando me enteré por la Agencia Literaria Curtis Brown, la que llevaba sus libros, que John le Carré había muerto en la tarde del día anterior por una neumonía que no pudo superar. Decían en la Agencia que John, o sea David, definió la era de la guerra fría y que dijo las verdades al poder sin miedo en las décadas siguientes. Nada que objetar, me parece estupendo. El caso es que siempre apena la muerte de un escritor tan interesante como John le Carré, fallecido con 89 años, y un buen representante de la novela de intriga y espionaje del siglo. Palco que comparte junto con Ian Fleming, Grahan Green y Frederick Forsyth. O eso dicen.

Recuerdo la historia y las sensaciones que me produjo. Emoción e injusticia por su personaje principal, Alec Leamas, el espía inglés de doble papel y triple castigo. La novela retrata, supongo que con acierto, los años del espionaje entre el mundo soviético y el mundo occidental, lo que se ha llamado la guerra fría. La novela se publicó en el año 1963, y no sé si el presidente Kennedy tuvo tiempo de leerla antes de morir. A saber.

Lo cierto es que tras este primer éxito, y tercer libro, John le Carré se dedicó desde entonces a escribir. Abandonó la carrera diplomática en su amada nación y se dedicó a contarnos historias de entonces, relatos de espías y de misterio. Sus dos anteriores novelas, «Llamada para el muerto» y «Asesinato de calidad» se hicieron famosas a raíz del triunfo de la tercera, de la que hicieron película, y que algunos han considerado una de las mejores novelas de intriga y de espionaje del siglo XX. Se supone que eso lo dicen los que se han leído todas las escritas.

Para mi, está bien, pero tampoco es la novela del siglo. Está bien porque retrata una época, pero dudo que aguante el paso del tiempo, que es lo que concede la inmortalidad a un novelista. Sin embargo, John le Carré es mucho más que una novela famosa.

Escribió otras muchas, bastantes célebres por obra y gracia de las reglas del mercado, la habilidad del escritor, y su trascendencia cinematográfica. El tiempo pone a los escritores en su sitio, pero yo creo que en John le Carré sucede algo que es propio de los grandes, y es que pone más en sus libros que lo que una simple lectura es capaz de captar. David Cornwall hace pensar. En ese sentido es un escritor crítico y molesto, un escritor valiente que denuncia y que habla de política. Lo fue cuando retrató la política africana y europea en «El jardinero fiel», y lo es cuando te cuenta lo que significó para él ser un espía, pues probó las mieles en una autobiografía tan interesante como su obra, y por supuesto para novelar.

-¿Una copa, David? Creo que te la mereces.

-Gracias, Antonio, pero creo que este mundo no me ha entendido, ni me merece.

-Bueno. Al menos te han leído. Además, yo creo que hay que dar tiempo al tiempo.

-Por supuesto. Es una buena filosofía.

Y tras escuchar el sonido de los hielos sobre su bebida, la levantó para brindar.

-Suerte, amigo. Te deseo suerte.

-Gracias, David. Lo mismo te digo.

Y apuramos nuestras copas, igual que gastamos las palabras. Gracias David, John le Carré por tus novelas. Volveré a leerte.

 

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