Me reconozco a menudo defendiendo el buen lenguaje y la buena expresión, y creo que es una deformación profesional del escritor que llevo dentro. También creo que me viene tal aire del ejercicio de la docencia que llevo sobre las espaldas, pues me temo que no hay mejor legado que transmitir que el de enseñar a leer, pensar y escribir correctamente. Tarea nada fácil en los tiempos que corren.
Confieso que me gusta entretenerme con las palabras y diccionarios, y una que me viene a la mente, y que he buscado con afán, se la debo a la visita reciente que he hecho a Madrid, donde el antiguo Alcázar fue convertido en Palacio Real. Sustantivos llenos de sustancia. Fortalezas, alcázares, alcazabas, atalayas… Estas palabras son sinónimas pero no idénticas, y pueden columpiarse en la mente del lector hasta que las selecciona y las escoge. La tarea no es nimia pues de su buen uso puede lograr que un texto ramplón y vulgar se convierta en algo bello y literario. Incluso exacto y preciso.
Vamos a por las palabras.
Una fortificación es el nombre que recibe un lugar habilitado para la defensa. Se habla de un punto fortificado. Algo que está preparado para repeler un ataque. El término procede del latín, fors fortis, de la que han derivado palabras como fuerte, fortaleza, fortín…
«Reducto»es un sustantivo que no se utiliza demasiado, pero su sentido es bello. Es el término que recibe una fortificación simple, que puede estar formada por un simple parapeto y algunas banquetas. Son pocos los que en un reducto ofrecen resistencia, han sido reducidos. De ahí reducto. Casi un relicto, que es la raíz de la palabra religión.
Vuelvo al latín de fors-fortis. Un «fuerte» -como el de los vaqueros con los que jugaba en mi infancia-, es todo lugar resguardado y protegido. Un fuerte es un espacio se considera apto para resistir ataques. Tiene que ver más con la defensa que con el ataque. Debe ser algo sólido para presentar una batalla, aunque sea un edificio improvisado. Un fuerte puede ser un risco y una muralla parcial que resguarde y ayuden en la defensa. Los fuertes con los que yo jugaba eran empalizadas de madera, cuadrados y llenos de vaqueros y soldados. Los atacantes eran los indios. Decimos también que «fuerte» es la persona bendecida con el don de la fortaleza, que es también adjetivo.
«Fortín» tiene un matiz, es un fuerte pequeño que nutre al resto de instalaciones defensivas de un ejército. Un ejército poderoso no tiene un fortín, sino fortalezas y fortines. Las fortalezas son grandes y poderosas; y los fortines aportan y consolidan las posiciones defensivas menores.
Blocao es la siguiente palabra. Cuando los fortines son de madera, y son desmontables y transportables, entonces se llaman blocaos. Un blocao es un fortín de quita y pon, prefabricado.
Cuando una fortificación es muy sólida, y está hecha para que resista el ataque de bombas, se denomina búnquer o búnker. Y aquí entran las reglas y las épocas. No hay búnqueres hasta el siglo XX. Hablamos del búnquer de Hiltler, o de los búnqueres construidos para albergar municiones, soldados, etc. Son fortalezas resistentes a las bombas y a los ataques aéreos.
Lo que sí había en siglos anteriores eran baluartes. Los baluartes son fortificaciones de forma pentagonal construidos en el siglo XVII y XVIII. Son murallas puestan en ángulo para defender mejor la posición. En realidad son los castillos de la Edad Moderna y la pólvora. A veces se les llama también ciudadelas, pero no es exacta la palabra. Baluarte ha pasado a significar amparo y defensa, y así lo indica la RAE.
Castillo es quizás la palabra que más reconocemos para las fortalezas de siglos medievales. Los castillos son complejos defensivos que están formados por torres, fortificaciones y murallas. Son fortalezas especialmente grandes y sólidas. La palabra que hemos heredado del árabe para tales fortalezas y castillos es alcázar. Un alcázar es una ciudad fortaleza, lo que nosotros denominamos castillo. El castillo de Segovia lo llamamos alcázar, lo mismo que el de Toledo. Se autoabastecen y están planteadas para sobrevivir largo tiempo.
Cuando un alcázar se sitúa dentro de una ciudad, la palabra adecuada es alcazaba o ciudadela. Tienen que estar dentro de la misma, recinto interno y compartiendo la misma muralla, sino será simple alcázar. Málaga, Mérida o Granada tienen alcazaba. Fortalezas vinculadas a la ciudad, en este último caso a la ciudad de la Alhambra.
También las partes de las fortalezas tienen sus matices. No entro a hablar de adarves, que son los pasillos por los que recorre un soldado una muralla desde su altura. Me detengo en la palabra torre. Que es además de una pieza de ajedrez, una carta del tarot, y un apellido de mucha gente. No me desvío. Una torre es un edificio alto y fortificado apto para defender y observar. Si es grande y muy sólido se denomina torreón.
Cuando esta torre está levantada en un monte, o un lugar ya de por sí elevado, se denomina atalaya, pero entonces entendemos que no tiene función defensiva sino de simple observación. La torre de los edificios religiosos recibe otros nombres: campanario, alminar o minarete, según la religión del templo al que sirven. Campanario porque alberga campanas, caso de los católicos; alminar o minarete, porque desde ella el almuédano convoca a los musulmanes a la oración.
Finalmente llego a la última de las palabras de hoy: palacio. Palacio es el nombre que recibe un edificio suntuario, entretenido en el lujo y la ostentación. Pueden estar en un castillo, o fuera de ellos. Procede del latín «palatium» y era el nombre que recibía en algunos lugares el salón principal de la casa.
Curiosamente hacer palacio, es hablar amistosamente por pasatiempo y con corrección. Hablar por hablar, pero eso sí, finamente. Hacer palacio. Así que dejo de hacer palacio, y me voy a mi atalaya filosófica. Feliz día, felices lecturas.