Reflexión sobre la eutanasia.

De nuevo aparece por la puerta de atrás un debate que no es tal. Yo creo que casi todo lo relativo a este asunto se ha decidido ya (lo han decidido los de siempre), y se va a vender como modernidad, progreso y futuro para luego colarnos los «hechos consumados» de turno. Así que no nos queda más narices que aceptar la muerte buena para los que no se saben morir como Dios manda. O mejor sería decir que no se saben morir sin molestar. Vamos a pensar qué es esto.

Eutanasia es matar a alguien con permiso de los jueces, o de la administración si acaso. Ni más ni menos. Cuando el que lo pide es el muerto hablamos de suicidio asistido; y cuando lo pide la familia es eutanasia, que en griego significa «buena muerte», y no es un eufemismo ni una ironía. La eutanasia no tiene que ver con los cuidados paliativos (ayudar a que no sufra el enfermo), sino con acelerar la muerte, para que llegue antes y se sufra menos (argumentan).

Realmente, si se quiere sufrir menos todavía, se podría matar a la gente con treinta años, que es cuando vienen las crisis de madurez, y así nos ahorramos tener responsabilidades y pasarlo mal. Relanzaríamos «Un mundo feliz», la novela de Huxley. Pero no doy ideas, que seguro que alguno me copia la maldad creyendo que es ingenio.

No descubro nada nuevo si afirmo que el problema de la eutanasia es un problema práctico y más frecuente de lo que parece pues tarde o temprano uno se enfrenta a la muerte, a la enfermedad terminal de sus familiares más cercanos, o a la enfermedad de uno mismo. Por eso, a diferencia de otras cuestiones de bioética, la eutanasia y su problemática está mucho más presente en la vida cotidiana. Es frecuente que ante un caso mediático de un tetrapléjico que desea que lo maten surjan cientos de personas con el mismo problema que se indignan porque se diga que sus vidas tetrapléjicas son menos dignas. Los paraolímpicos nos dan ejemplo de que se puede luchar y se puede superar el mal y el sufrimiento. No obstante, hay algo que ya se observa con facilidad, y es que ante el dolor, la enfermedad y la muerte, no todo el mundo reacciona igual, ni lo vive del mismo modo.

En algunos casos que vemos por televisión (siempre extremos para convencernos de lo ya decidido por los gobiernos) parece que lo solicita un familiar o el enfermo que está hasta los huevos de sufrir y que no quiere vivir. El desenlace estará en si el juez de turno le dice que sí o que no. Pero no suelen hablar de muchas otras realidades que quedan ocultas y que se suceden a nuestro alrededor.

En los países donde hay eutanasia, que son Holanda y pocos más, siempre se dice que sí a la solicitud de matar, y punto. Al final se ahorran papeles y me cuentan que los ancianos holandeses ingresan en los hospitales van acojonados; porque si pierden la consciencia, la familia puede pedir la eutanasia y ale. Pues que se reparten el bacalao, apartamento de Mallorca incluido. Así me lo han contado varias personas que lo han comprobado en sus carnes, no me lo invento. La eutanasia asusta cuando hay mucha gente deseando que nos muramos, y no solo hablo de los familiares malvados, sino también del Estado que se ahorraría una pasta en pensiones. Ok, intentaré no dar más ideas de este tipo, pero es que las veo crecer como hongos.

Es curioso el problema en estos países, porque al final se toma la decisión de matarlo entre varios y así parece que nadie lo ha decidido. Pero cuando llega el momento del homicidio, nadie quiere empujar la jeringuilla. ¿Quién soy yo para decidir a una hora y un día? ¿Y si lo dejamos para mañana por si acaso? Estas preguntas son reales, se las hace la gente cuando puede matar a alguien legalmente y tiene cierta conciencia moral en algún rincón del cerebro. Pues eso.

En este mundo se mata a mucha gente, legal e ilegalmente, pero la eutanasia es un tipo de muerte que se hace bajo un primer argumento filosófico y ético muy recurrente: evitar el sufrimiento. El problema es medir el grado de sufrimiento en cada uno, y también es un lío concretar si el sufrimiento es de la familia, del enfermo o de los dos. También es un problema si el sufrimiento es físico o psíquico, que esa es otra. Así que tenemos un buen jaleo. Las personas no soportan el sufrimiento de la misma forma, y lo que para unos es un dolor terrible, otros dicen tratarse de una molestia. El umbral del dolor y del sufrimiento no es el mismo.

Tampoco hay que olvidar que la incapacidad para asimilar el sufrimiento en nuestra sociedad hedonista es uno de los sentimientos que se utilizan para convencer de la bondad de la muerte controlada. Nos molesta el sufrimiento, molesta cuando es en nosotros, y nos genera estrés cuando lo vemos en los demás, pues no somos psicópatas y sufrimos con el que vemos sufrir. Para evitar un sufrimiento gratuito, se afirma que es mejor «morir y acabar con el dolor cuanto antes». Vale, ¿lo vas a matar tú? Si lo hacemos entre todos parece que no lo ha hecho nadie, y eso es lo que está sucediendo en los países donde está aprobada al eutanasia. Así, aunque matamos a alguien, nadie sufre por sentirse culpable por haberlo matado. Es el hedonismo elevado al cubo, que a mi, que quieren que les diga, me suena a Alemania Nazi.

Lógicamente, una sociedad hedonista no considera que el sufrimiento puede tener algún tipo de valor, de sentido, de razón de ser. No se lo da, ni comprende que lo pueda tener. Simplemente se oponen a él porque impide lo más importante del mundo que es el placer, el disfrute y la alegría de consumir y de estar bien. La sociedad del bienestar necesita estar bien, y el sufrimiento es una molestia excesiva. Pero sufrir es una experiencia muy humana, incluso podríamos decir que por el sufrimiento maduramos en la vida. Los golpes nos ayudan a hacernos persona, a valorar lo que se tiene. Es verdad que desear el bien al otro implica desear que no sufra, esto es cierto. Por eso los cuidados paliativos sin imprescindibles para mejorar la atención al paciente, al enfermo y a la familia. Por eso no hay que prolongar la vida artificialmente más allá de lo razonable, en encarnizamiento terapéutico tampoco es válido.

Aceptar la muerte de manera natural, cuando llegue es lo mejor para el moribundo y para los que lo contemplamos. Es aceptar que Dios se ocupa de los hombres y de su dolor; y es no intentar ponerse en su lugar.

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