Preguntas: ¿Dónde están los servicios? Respuesta: Qué la fuerza te acompañe. Y te encuentras con la Marca España en todo su esplendor.

Es uno de los temas tabú que Naciones Unidas todavía no ha querido abordar con verdadero interés, y debería ser unos de los más importantes asuntos del milenio: el abandono sistemático de los mingitorios y servicios al albur de las heces de los sapiens sapiens, y esto es generalizado en el planeta salvo excepciones.

El asunto viene a colación del último viaje turístico que hice. ¿Cómo están los servicios? Le pregunté a mi mujer mientras esperaba en la terraza del bar más caro, allí por una de las plaza Mayor de nuestra hermosa geografía española (que no Valladolid). Mi guapa señora, experimentada en solventar los problemas de las toiletes con prudencia e higiene personal y familiar única, me contestó que no estaban mal. O sea, que no eran como los de casa, pero tampoco una cloaca romana. Hay papel, me susurró, lo que indicaba que era uno de los mejores baños de la hostelería española.

Acudí presto, no tanto por las ganas, que ya llegaban, cuanto por el interés que despertó en mí tal rareza. Mi sorpresa fue mayúscula. La puerta no cerraba, no había papel por ninguna parte, el pestillo estaba arrancado, habían escrito grafitis por la pared y la luz parpadeaba en plan monster. Por supuesto, alrededor de la taza había un sarpullido de salsas aderezadas en su jugo que no me atreví casi ni a mirar. Me armé de valor, y me fui al de señoras, para ver si mejoraba en algo el tema. Allí encontré lo que todo hombre busca cuando está perdido en medio de una ciudad hostil: puertas que cierran y papel en un rollo austero pero suficiente. Lo único que me echaba para atrás era el dibujo de una silueta con falda en la puerta, al que no hice ni caso.

Por supuesto disfruté de lo lindo, hice lo que tenía que hacer tras frotar la porcelana con el abundante papel, me limpié con esmero y gusto, y me lavé las manos. Cuando terminé, salí zafándome de las miradas inquisitoriales de las féminas del bar, no fueran a recriminarme su falta de empoderamiento en el género de la taza a la que acerqué mi trasero peludo. No es la primera vez que me echan el ojo y gesticulan cuando salgo. Por si acaso, a veces acudo con alguna de mis hijas, y disimulo que voy al servicio de chicas, porque ellas son niñas y necesitan ayuda. Ir con ellas me convierte en un padre ejemplar, en cambio ir sin ellas en un infiltrado espía de género y un golfo. Tengo coartada, vaya. aunque algunas se mosquean de cualquier forma.

No me desvío del tema, porque lo que realmente me sacudió la moral de veras fue que luego pagué una pasta gansa y muy onerosa por dos cafés mal templaos. Se paga el lugar (plaza mayor y centro), no los servicios, pensé yo. Aunque yo por ese precio les dejo el baño, ahora mismo y me arremango, maqueado, con papel perfume y me visto con uniforme don Limpio para secar con una gama de diferentes toallitas el culete a los clientes que allí entren. Pero en aquel marco incomparable del lugar más caro del mundo no había nada de eso. Solo dos camareros. La chica debía limpiar su toilete, y lo dejaba bastante bien. Y el tío cagaría en casa, supongo.

Luego vino la reflexión. ¿Qué pensaran los millones de turistas europeos de nosotros cuando vayan a hacer sus cositas? Porque los guiris, que yo sepa, también mean y cagan cuando vienen. La Marca España está claro que tiene que imprimirse de manera indeleble en las pituitarias de nuestros simpáticos visitantes. Yo, cuando he viajado a otros países, me he encontrado con que en algunos te cobran por entrar en la toilette, pero a cambio siempre hay una señora o un señor limpia que te limpia. Son 50 céntimos, o un euro o dos, pero tienes la garantía de que la dermatitis no se acercará a tu piel, ni la gastroenteritis, ni las ladillas saltarinas de las cápsulas que reservan a los señores para mear (yuyu, yuyu). Sale barato mear, si luego te lo descuentan del café, claro. En otros países, en cambio, no es obligatorio que los bares tengan servicios, y eso te obliga a que, si entras en algún sitio más que nada para mear y tomarte algo por compromiso, tengas que asegurarte que tienen un mingitorio como es debido, no sea que añadas más agua al canario y tengas que seguir buscando por las hostiles ciudades extranjeras, donde no hay bares ni quioscos.

En el resto del mundo, la mierda puede abundar tanto como en España o más. Hay hosteleros que creen que los retretes son parte del negocio y los tiene limpios, y los hay que ponen una cuerda a una puerta del trastero de un patio con una letrina para justificarse. Así, sin problemas con los clientes.

Desde luego como en casa nada. Porque también es fácil encontrarte con servicios limpitos, pero que tienes que compartir pedos, ruidos y charletas con los vecinos. Se lleva mucho la mampara comunicativa, donde pergeñas los pies del vecino, si no los ves directamente, y descubres con inefable conocimiento como andan los intestinos de los demás, pues sordos no somos. Son los típicos de aeropuertos, autopistas y lugares con abundante tránsito, donde defecar es una cosa comunitaria y familiar. Luego te lavas las manos buscando el jabón que o está medio gastado o agotado del todo; si hay jabón, seguro que la máquina de secarse las manos ha desaparecido, o está desenchufada, o no seca, o está averiada. Y en medio de la pelea por secarte se cruzas con el tipo de al lado, al que conoces el color del calzoncillo, la hebilla de su cinturón y el suspiro de sus ventosidades.

Para mi, la mejor tautología es la de «un servicio fuera de servicio». También sucede. Por no hablar de las colas que se montan en el baño de señoras mientras los del autorés corren para pedir un café antes de que el autobús se marche sin ellos. Un horror. También es frecuente verse uno eligiendo taza. La primera llena de mierda y con la cadena rota. La segunda con salsa en el suelo, en la porcelana y en la pared grafitis dibujados con caca. En el tercero atasco y pis que casi desborda. En el cuarto… Marca España, y que la fuerza te acompañe. Lo mejor, irse al campo.

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