El otro día no pitaron el himno de España, en realidad pitaron porque no llegaban los langostinos y los ibéricos a todos. A mi no me la dan con los productos nacionales, que ya sabemos de qué pie cojea la peña. Langostinos e ibéricos son la tierra y el mar en la mesa y en la boca, y aquí somos de playa y montaña, porque valles, lo que se dice valles, no hay demasiados. No hay acuerdo, negocio, pacto político o reparto de la merienda municipal y autonómica que no se haga gracias a los langostinos y los ibéricos. ¿Quién no se imagina a Cándido Méndez comiendo langostinos a cuatro manos? Le escurren por la comisura de su poblada barba, entre canosa y tintada, hecha a fuerza de años y años devorando langostinos e ibéricos. Si es que están muy buenos. ¿Y el choricito escurriendo grasilla en abierto? Jamón cortadito, un ERE para ti, langostino para mí y para Bárcenas. Fichamos a Neymar, langostino para ti, echamos a Anceloti, ibérico para mí. Gobiernas tú en Castilla y León, langostino tú, ¿me ayuntas en la capi?, ibérico per tutti.
¿Saben por qué la corrupción en Valencia es tan cutre? Porque se abstienen de buenos langostinos en la paella. La paella, no nos engañemos cuadra perfecta con conejo y pollo, y algo peor con gamba arrocera y la cigalita. Los del interior, que son todos los españoles que no viven pegados al mar, o sea casi todos, prefieren langostinos e ibéricos los días de fiesta. En cambio en Valencia les mola la paella socarraeta, que es la paella quemada al caloret del fuego abrasador. De esto Rita sabe mucho, por eso tiene a la corrupción que le crece debajo de la mesa de la cocina de su casa. En Valencia no hay langostinos gordos, cocidos y jugosos como los hay en el palco del Real Madrid, por eso tienen medio campo de fútbol por terminar, y más deudas que la Pantoja, que ha dejado de comer langostinos e ibéricos, porque en la cárcel no se come, coño.
Y es que sin langostinos e ibéricos la corrupción se vuelve cutre.
Los langostinos siempre fueron producto de pobres, a diferencia de los ibéricos. En realidad el marisco era lo que comían las señoras menesterosas que no tenían proteína jugosa y cárnica que llevarse a la boca, y se entretenían chupeteando productos del mar, salazones, y aceitunas machas. Esta gente era delgada y bruna, la pena del país, hasta que se pusieron de moda en su estética de campesinas hambrientas. Ahora son un símbolo de riqueza, delgadas y morenazas aunque pasen más hambre que Carpanta, moda dixit. Todo el mundo sabe que un gordo es un tío que come a destiempo y mal. La clase obrera no tiene tiempo para ir al gimnasio, ni hace aerobic, ni corretea por los parques municipales con los cascos porque viene deslomado a casa, con un hambre de mil demonios, y lo mismo se ejecuta una fabada nocturna, que se alivia con un chuletón de Ávila. Por eso las clases medias, cuando tienen que presumir y disfrutar de la vida, no se comen el chuletón grasiento, sino que tiran de langostinos e ibéricos, aunque se queden a medio comer. Y de ahí viene la costumbre de sacarle el langostino al que tenemos enfrente para negociar. Yo es que soy rico y finolis. Yo también, y sorbe que sorbe, y chupa que chupa cabezas de bicho cocido, a la par que se enfilan las pocas carnes que el pobre acumuló en vida.
Lo de los ibéricos es otro asunto, porque era la comida de cristianos nuevos. El cerdo, como todo el mundo sabe, no es comida de judíos ni de musulmanes. De ahí, que hacer la matanza del gorrino, fuera casi lo mismo que saquear la aljama del marrano, o sea cargarse a la peña que mató a Jesucristo y exterminar a los vecinos más huraños y ricos. Y te ofrecían el platito de ibéricos, para que si judaizabas en tus ratos libres, te cayeras ahora con todo el equipo. ¿Y quién te va a ofrecer un platito de salchichón sino el capullo que se acaba de convertir y quiere hacerte la puñeta? Come, come que está muy rico, decía el cristiano nuevo con toda la mala leche del converso. Gracias, es usted muy amable, decía el usurero pensando en que no iba a cobrar a su deudores por culpa de un puñetero jamón comido a destiempo. Y venga a porfiar la pata del jamón con su tocinito y todo. Así hemos hecho la patria nuestra.
Como digo, en este país, hemos hecho política desde hace muchos años gracias a los ibéricos. El plato de la alegría, se llama popularmente, para compensar la sopa de menudillos, que aunque no daba pena, nos dejaba a todos con la mirada torva y el ceño fruncido. El ibérico compensa los males de una comida como a medias. Estoy seguro de que Napoleón engañó a Carlos IV y a su parentela con oca trufada rellena de salmón, y no con langostinos e ibéricos. Por eso los españoles nos dimos cuenta y montamos la de Dios es Cristo.
Ahora el ibérico y el langostino, por culpa de los políticos y negociantes, se saca al principio. Entremeses, entrantes: y venga langostinos primero y jamoncito recién cortado. Cuando llegan los platos de la contundencia solo se los comen los que están gorditos, porque los políticos y las que hacen dieta se pirran por lo que ya han comido hace una hora, y rechazan el lechacito, o la carne de boda, o la merluza en salsa de piquillos.
Cada sitio tiene lo suyo, eso es verdad. En Italia, donde la corrupción también arrasa en el top ten del las provincias del Sur, se lleva la pasta. Macarrones bolognesa, espaguetis carbonara, y luego te pego un tiro. Pero antes comer bien, faltaría más que se muriera un hermano con el estómago vacío. En Inglaterra, por ejemplo, la corrupción escasea, y es que comen porquerías y mierda. No hay sitio donde se coma peor en el mundo. Allí no hay quien haga un negocio en serio de los que gustan por aquí, por eso, y sin generalizar que es muy malo, cuando sale un corrupto en Inglaterra es porque le da por la pornografía infantil, y porquerías de esas, y encima lo niegan. Y ya se sabe que mentir es lo peor que hay para esta gente. Los nórdicos escandinavos tampoco hacen buenos negocios chungos, y es que comen arenques. Y los yanquis, que son la anticorrupción personificada les da por comer en la calle, hamburguesas y perritos calientes. Es normal que no haya corrupción. ¿Se imaginan ustedes dos políticos repartiéndose la alcaldía de Baltimore comiendo perritos calientes? Ni por asomo.
Yo creo que estas semanas en España ha aumentado el consumo de langostinos e ibéricos, ¿se imagina por qué? Yo sí, claro. Por eso abucheaban el populacho hambriento en el Camp Nou, porque no tenían langostinos, que se los comía todos Artur Mas con Pujol en Andorra, encima el capullo se reía. ¿Lo vieron?
Pues sí, pero ya que hablas de ibéricos es raro que los corruptos no le tiren más al chorizo. Aunque claro, el otro día me miró un amigo muy serio y me dijo: «¡Con lo bueno que está el chorizo, qué injusticia! ¡Qué los llamen de otra manera!».