También se abandona la fe cuando la vida concreta y cotidiana tiene poco que ver con la experiencia religiosa que se ha vivido. Si no se piensa en como vivir, es fácil que se acabe viviendo sin pensar. Fe y vida, son dos realidades que si no se entrelazan adecuadamente pueden degenerar en un enfrentamiento, en un alejamiento, y a la postre, en una distancia insalvable.
Es verdad que el hombre puede vivir alejado de Dios durante mucho tiempo, y no siempre llega el momento del hijo pródigo, el del regreso. Quizás pueda el orgullo, o quizás concibe uno las convicciones de tal manera que Dios no es imprescindible para vivir como uno decide. Yendo más lejos, cuando el hombre peca, se aleja de Dios; y bastantes personas perciben ese alejamiento de Dios como una frontera cerrada de un pais al que no se puede regresar jamás. Muchas personas que fueron creyentes entienden la fe como ardores de juventud, como ideales superados, y por tanto muertos para el hombre adulto. Se entiende así la fe como algo para jóvenes o niños, pero no para alguien que ha perdido la inocencia o el gusto de soñar en lo divino. La fe no es para gente adulta y seria, parecen decir. Para gente con niños, obligaciones, trabajos, esfuerzos y poco tiempo libre. A veces se piensa en retornar de mayor, cuando me jubile, dicen algunos. En otros casos la vida ya no tiene nada que ver.
Alejarse implica distanciarse de unos valores y convicciones éticas que facilitaban la vinculación con Dios, por eso la persona alejada de Dios, entiende los valores evangélicos como exagerados, imposibles, o irrealizables en la vida de uno. Máxime si la propia vida ha derivado por caminos muy distintos a los propuestos por la iglesia, tanto en lo ordinario como en lo extraordinario.
Pongo un ejemplo: una persona creyente, que ha fracasado en su matrimonio, se ha separado primero, luego divorciado, y con los años vuelto a enamorar y a casar. Rehace su vida, pero no desde la fe. No ha caminado sintiendo a Dios cercano. No es que quiera ir contra Dios, es que simplemente no está con Él. Cuando la vida va por un lado, y sus decisiones no se toman desde la «voluntad de Dios» o la «relación con Dios», los caminos se separan, y la fe se pierde inevitablemente. La semilla ha caído en medio de un camino, y es una fe pisoteada sin remedio.
¿Hay posibilidad en regresar a Dios? Sí, siempre hay camino hacia Dios, sin que ésto suponga que Dios quiera nuestro mal, ni destruirnos, ni convertirnos en otras personas distintas a las que somos. Dios nos quiere tal y como somos, con nuestro pecado y nuestra debilidad. Por eso la fe no es para espíritus puros sino para enfermos, para personas deshechas y rotas por dentro. Para el que está dispuesto a mirarse al espejo, pues sabido es que en todos los lugares cuecen habas. Y en todas las almas también. Luego, el mismo espíritu que nos impulsa a caminar con él, nos va moldeando por dentro, haciendo que nuestra vida se vincule más y más a la de Cristo.
Finalmente, si la fe es confianza en Dios, en el momento que se desconfía de Dios se pierde la fe. La desconfianza nace de la distancia, de la poca relación, de la separación de las vidas. En la relación con Dios, la desconfianza es propia de los hombres, pues Dios no puede dejar de confiar en nosotros y en nuestra salvación. Dios nos ama, comprende, escucha, conoce, corrige y orienta la vida. Incluso desconfiar de Dios abiertamente implica darle reconocimiento, porque supone aceptar su existencia. La actitud de algunos profetas, huyendo de Dios, ratifica precisamente su vocación y la elección de Dios. ¿Adónde iré yo lejos de tu mirada? Si me escondo tu me miras.
Dios no falla, sino que es el hombre el que se aleja. ¿Es una opción desconfiar de Dios? Vincularse a Él no es precisamente un camino fácil, pero se puede y se debe hacer. Luchar contra Dios nos une más a Él. Es la experiencia también de Jacob Israel, luchar contra Dios, y dejarse vencer por Él. Sin embargo, la desconfianza se puede convertir en distancia, en separación, en crisis profunda. Es el caso, por ejemplo, de las personas que dejan de celebrar los sacramentos en algún momento de su vida. Por pereza, por aburrimiento, por incomprensión, por poca ejemplaridad de la comunidad o de los sacerdotes. Hay mil y una excusas, porque entender la pereza, aceptar y criticar la poca ejemplaridad de los que se dicen cristianos forman parte de las luces que otorga el Espíritu a la comunidad cristiana, siempre que se pongan a disposición de la comunidad, desde el Señor que nos preside, y siempre que se esté dispuesto a ver el pecado y la distancia también en uno mismo.
El hombre piensa que se aleja o acerca a Dios según se acerca o aleja de la Iglesia, de la comunidad cristiana y sus mediaciones (sacramentos). El hombre que no celebra su fe, que no la comparte, tiene más posibilidades de alejarse de Dios en un plazo relativamente corto de tiempo. Se acaba pensando de otra forma, más acorde al ambiente y la atmósfera social, que precisamente no es la más adecuada para vivir la fe. Por eso un grupo, una pequeña comunidad de vida, de oración, de reflexión son mediaciones muy adecuadas para los cristianos. Eso no significa que no se pueda discutir todo aquello que no es dogma de fe. No significa que estemos de acuerdo con todo lo que dice el cura de la parroquia, sino que creemos, hacemos y celebramos como adultos, con criterio y libertad. Pese a quien le pese.
Gracias, ,Antonio. Comparto lo que dices en tus reflexiones.