Le tengo declarada la guerra a los chuchos, a las bicis y a las motos, pues sacan lo peor de la condición humana. Para mi que fueron reinventados por los absolutistas para acabar con el Estado de Derecho, pero en plan fino, menoscabando los cimientos de la paciencia de los demás. El imperio de la ley, o sea, que la ley esté por encima de todo y todos se convierte en un azucarillo que se disuelve cuando aparece un ciclista circulando por donde le da la gana, o un perro que suelta sus interioridades en medio de una pulida e inocente acera. ¿Para qué están las normas de convivencia social? Para esta gente no existen, y las normas legales menos, porque o las desconocen y se hacen los tontos.
Da la impresión de que las reglas y normas que rigen para el resto de la humanidad, no se aplican a determinados colectivos, a saber: dueños de perros, ciclistas y pimpollos moteros. Por supuesto que hay bellísimas excepciones, que por supuesto no merecen un artículo, sino un abrazo sincero, pues tener el aplomo de cumplir las leyes cuando observas que el resto no lo hace te convierte en un héroe anónimo.
Hay que decir, para no confundir las cosas, que meterse con los chuchos, las bicis y las motos, en una sociedad tan asertiva y estupenda como la nuestra, es poco menos que un síntoma de rebeldía y casi de impudicia. Aunque realmente, y para no engañarnos, la mayor intolerancia es la que ejercen algunos contra los demás. Es puro desprecio por el prójimo el que no repara en sus vecinos, obviando sus obligaciones. Es verdadera intolerancia y abuso el que suelta a su perro sin pudor y sin bozal por el parque, el que circula sorteando y apartando peatones por la acera, o el que ensordece con su bravura y ruido a los paseantes que tranquilamente intentan darse una vuelta sin pisar mierdas, sin que los atropellen las bicis, y sin que tengan que acallar sus peroratas o diálogos con la estridencia rugiente del motero.
Pero vayamos por partes, porque no es igual el tocino que el calimocho.
El perro: el animalico no tiene la culpa de nada, y ahí tiene razón el alcalde de Valladolid cuando le cuentan lo sucia que está la ciudad. «la culpa es de los dueños», dice el regidor de la ciudad, y tiene razón porque los perros son de sus dueños. Bien, pues a multar a los dueños, a freírlos a impuestos y a restringir sus actividades urinarias por la vía pública. Yo aquí, públicamente pido que me desgraven por no tener perro, que los que tienen chucho paguen una tasa que se reparta directamente (para evitar chorimangueos) entre los que no lo tienen. Aunque toque a un céntimo me conformo. Pero que no tener perro ni guarrear las calles sea reconocido de alguna forma.
Valladolid no es de los sitios peores, vaya esto por delante, pues acabo de venir de Valencia, y puedo hablar con conocimiento de causa, hay verdaderas avalanchas de chuchos en algunos parques públicos, asociaciones de paseantes de perros, correajes que se te enredan en las piernas, y por supuesto ñordos gigantescos.
– ¿Y tu que perro tienes boniquet? – te dicen por allí.
– Señora, yo tengo marido – respondes como muy de Pucela.
Pero ni por esas lo pillan. Las mierdas caninas alcanzan todos los tamaños y colores y hacen las delicias de los parques públicos. Por ejemplo, la caca de un gran Danés es realmente asombrosa, ocupa más de un palmo de la mano, y por supuesto no seré yo quién le diga a su dueño que recoja la mierda de su perro, sin escopeta no, que no quiero morir devorado por un chucho doméstico. También están los mierduscos diminutos, reblandecidos por el calor, echados por la pléyade de perricos pequeñajos, de esos que ladran constantemente con una mala baba que ya me gustaría tener yo cada vez que me cruzara con uno de ellos. Cuando el perro se embrisca, el dueño siempre dice lo mismo: «si no hace nada», ya pero me ha ladrado, asustado, o babeado la pierna.
Los perros, y hay que reconocerles un bien, hacen compañía a mucha gente. Los hijos crecen, y los perros sustituyen los vacíos imposibles de llenar para el alma maltrecha. Luego el tema se generaliza, en lugar de un hijo la gente de pilla un perro, y se acaban las neurosis. Por lo menos hacen una función social, vale; pero hay que intentar que sus dueños se enteren de que a los demás no nos gusta su bicho, y que la función social que hacen a unos no debe hacerse a costa de la salud mental del resto.
Las bicis: Cuando estuve en Copenhage me dí cuenta de que eso de ¡carril bici ya! (consigna de los incautos pucelanos) era como pedir una bomba a un terrorista. De hecho, ahora todo se ha convertido en carril bici, excepto las autopistas. A mi eso no me parece mal, porque cuando yo iba en bici, lo hacía por la carretera y punto. Te jugabas las vida, y aprendías a circular correctamente para que no te aviara un camión. Pero entonces estaba prohibido ir por las aceras. ¿Vehículo o peatón? Cada uno tenía su sitio. En cambio ahora el que se juega la vida es el peatón, que tiene que sortear bicis por la acera mientras pasea. Circulan fatal, y además se cabrean cuando les increpas, porque tener bici es ser guay, estar con la ecología y la sostenibilidad planetaria, en cambio ir a pata es estar con el vulgo, supongo. Son así, de piñón fijo. Hasta el alcaide de la ciudad, con fama de desalmado para los rojetillas de turno, ha atendido a los ciclista y ha convertido la ciudad de Valladolid toda en un gigantesco carril bici, para disgusto de los que paseamos por las aceras, y no por las carreteras. Algunos van por sus espacios, recortados, todo hay que decirlo a las aceras y no a las carreteras, pero es que aún así se empeñan en no usarlos. Les da igual.
Este mal, que procede de China (donde el caos ciclista es significativo), se ha extendido como una lepra por nuestras ciudades españolas. En China pasean por el pasillo de su casa, porque es imposible hacerlo por las ciudades, pero en España, que nos gusta otro estilo de vida, ya no es posible. En Copenhage me sorprendió ver a una ciclista, con niño en la espalda, sujetando el manillar con una mano y con la otra hablando por su móvil. Nunca lo vi como algo deseable para Pucela, pero hete aquí que ya ha llegado el día del caos gracias a los complejos de inferioridad filosófica de los peperos.
¿Y las motos? Les dedicaré otro día junto a la conducción, que es uno de los asuntos más paradójicos. Gentes buenísimas se transforman cuando se suben a un vehículo. Ya lo comentó el filósofo García Calvo, sacan lo peor de nosotros mismos.
Como los perros y las bicis creo yo.